Fogatas, barricadas, la toma de la municipalidad, y hasta resolver el cambio de circulación de los vehículos. Hace 50 años la ciudad de General Roca vivió una revolución durante más de dos semanas que desafió a los poderes militares provinciales y nacionales. Fue el “Rocazo”.

Como casi siempre, lo que termina detonando un estallido social es solo el último hecho de una larga seguidilla. En este caso fue una medida administrativa. La decisión de crear el Juzgado N° 6 en Cipolletti desató la resistencia. Esa medida desmembraba la Segunda Circunscripción Judicial que tenía sede en Roca. La población sentía que desde que había asumido el gobernador de facto Roberto Requeijo el 22 de septiembre de 1969, designado por Juan Carlos Onganía, marginaba a la localidad en las prioridades de Río Negro. Entonces salieron a la calle, y allí se mantuvieron entre el 3 y el 20 de julio de 1972, durante el gobierno militar del general Alejandro Lanusse.

“La causa original fue la decisión de trasladar los juzgados a Cipolletti, pero eso se sumaba a la forma en que el gobierno venía distribuyendo los fondos públicos, favoreciendo básicamente a la zona Atlántica en una forma totalmente desproporcionada. El traslado de los juzgados fue entonces la chispa que encendió problemas más profundos”, contó al medio Río Negro Julio Rajneri, uno de los protagonistas de la revuelta de Roca en la que fue encarcelado junto a otros ciudadanos por “subversión”. 

El pedido era unánime: que Requeijo (con intenciones de candidatearse a gobernador en las elecciones de 1973) renunciara. Lo primero fue deponer al intendente de la ciudad, Pablo Fermín Oreja. Al inicio fueron los sectores más conservadores como abogados y comerciantes quienes encararon las protestas, que rápidamente derivaron en una gran asamblea popular el 3 de julio en la sede del Club del Progreso. Una consigna se repitió en pancartas y gritos: “Roca de pie”.

Gobierno Previsional

“Las primeras manifestaciones fueron de un sector de la población que estaba integrado básicamente por comerciantes, industriales y profesionales. Luego se produjo una expansión del movimiento a límites, hasta ese momento, totalmente imprevisibles. Se extendió al grueso de la población, incluyendo los barrios más modestos. Y tomó una intensidad que nadie pudo prever”, destacó Rajneri, que entonces era director de Río Negro. Cuando se le notificó que un militar iba a supervisar todas las notas que publicara el diario sobre el conflicto, decidió que no saliera.

Había un estado de ánimo de la población que las autoridades no advirtieron. De hecho, una vez avanzado el conflicto ya pocos se acordaban de qué lo había originado. La actitud de la dictadura nacional fue más de lo imaginado por la propia gente de Roca: el envío de una cantidad de tropas militares inaudita. El gobierno central no quería que esa “insurgencia” se trasladara al resto del país. Aunque de la misma Roca enfatizaban en que era un reclamo propio de ellos, de una ciudad del interior. Y siempre lo fue.

“Lo que le dio un carácter particular al Rocazo es el hecho de que los medios empleados distaban de parecerse a los utilizados en el Cordobazo o en Rosario. Los más evidentes eran las trincheras y las fogatas. Recuerdo que había un periodista que vino de Estados Unidos y contó la cantidad de fogatas en toda la ciudad. Quedó asombrado”, rememora Rajneri.

Además, se desarrollaron acciones novedosas. Sobre todo para la historia de esa apacible ciudad. Tras la gran asamblea popular en El Progreso decidieron tomar la Municipalidad (por ese entonces ubicada en calle España entre San Martín y Mitre), no sin antes sortear una brutal represión policial con golpes y disparos, y designaron en asamblea a las nuevas autoridades de la ciudad.

“Nos tiraron con balas. Los que estábamos adelante nos corrimos hacia la puerta de la municipalidad, los que estaban más atrás fueron para el lado de la plaza San Martín”, recordó a la prensa local Luis Ernesto Maisler, integrante activo de los hechos. El ilustrador formaría parte horas más tarde de la Comisión Provisoria de Gobierno como representante del Partido Socialista de los Trabajadores.

El gobierno popular, el poco tiempo que duró, no fue una ficción o algo nominal. Por ejemplo, dictaron una ordenanza que cambió la circulación de los automóviles en la ciudad, que hasta ese entonces andaban por la izquierda.

“Cuando los militares llegaron a Roca se encontraron con que, para circular, debían hacerlo por el carril opuesto –rememora Rajneri–. El episodio final también tuvo una respuesta muy agresiva, pero pacífica. Fue cuando los militares salieron de la ciudad con un desfile y la comunidad les dio la espalda. Los ignoraron al punto que hubo reproches entre los militares por no haber castigado esa manifestación. Ese método de desobediencia civil acercó el Rocazo a otros movimientos de carácter pacifista empleados en la India o en otros lugares del mundo con resistencia pasiva. La respuesta del gobierno fue desmedida e incluso enviaron a Roca a un tribunal que juzgaba hechos de subversión. En ese momento yo estaba preso y nos tomaron declaración y lo cierto es que dictaron sobreseimiento, porque estaba claro que las personas que intervenían no eran violentas”.

El pueblo sucio y pisoteado

En apenas horas las tropas militares rodearon la ciudad y ordenaron desocupar el palacio municipal. El gobernador Requeijo resolvió colocar un interventor municipal. El gobierno comunal persistió en la clandestinidad. Los miembros de la Comisión Provisoria lograron evitar la detención, transmitiendo sus comunicados por una radio clandestina llamada Roca Libre, que iba cambiando de lugar para evitar ser descubierta.

El conflicto creció hacia los barrios y márgenes de la ciudad. Barricadas contra militares. En aquella localidad de 30 mil personas llegaron a contabilizar un militar por cada siete adultos. El día de más graves enfrentamientos fue el 6 de julio, cuando los manifestantes destruyeron el local del Partido Provincial Rionegrino, al que pertenecía Requeijo, e intentaron capturar un tren con explosivos.

El Ejército declaró la zona de emergencia, lo que habilitó la detención de más de 500 habitantes, acusados de subversión, y luego colocados a disposición de la Cámara Federal. Como relata Río Negro, en la jerga se la conocía como la “Cámara del Terror”. Además establecieron la pena de muerte para aquel que agrediera a un militar. Pasaron los días y el conflicto fue bajando. Finalmente el gobierno provisional llegó a un acuerdo con las autoridades.

Hubo un segundo Rocazo, aunque no de la misma magnitud ni con el mismo origen. Pero sí con el mismo protagonista: Roberto Requeijo llegó al a ciudad en marzo del ’73 para las elecciones nacionales, en un acto proselitista. Se candidateada a gobernador. El malestar por la revuelta del año anterior estaba aún vigente. Y sintieron su presencia como una provocación. Los disturbios y reclamos derivaron en represión. Esta vez, con una víctima fatal. La muerte del joven Agustín Fernández Criado, alcanzado por una bala de 9 milímetros, multiplicó la tensión que recién fue bajando pasados unos días, con Requeijo ya alejado de la ciudad.

Del Rocazo también quedó una canción de protesta. La compuso Roberto “Tony” Balmaceda, cuando huyó de la policía. Decía así: “Hoy es el pueblo de aquel panadero, de estos estudiantes o de ese otro obrero, el pueblo agredido, sucio y pisoteado quien sale a la calle por cuatro costados”.

¿El “Rocazo” significó una pérdida de liderazgo de Roca en la región? Responde Rajneri: “No. El Rocazo no produjo la decadencia de Roca. Por el contrario, hubo gobiernos de Roca durante más de la mitad del período constitucional actual y hubiese sido mayor si no ocurría el asesinato de Carlos Soria. La pérdida del poder relativo de Roca se debe atribuir a la competencia con Neuquén, a la crisis de la fruticultura y a otros factores que afectaron su progreso”.