Para Esther Romero no fue fácil llegar a la condena del hombre que mató a su hija. «Si algo me puso feliz en este drama –confiesa– es que otras personas, en este caso los jueces, hayan podido ver lo que yo vi hace mucho. Fueron ocho años de lucha para que la gente pudiera entender que yo no era una mamá encaprichada con culpar a una persona. Al no encontrar el cuerpo, era difícil mantener que él fuera culpable, pero ahora que la Justicia lo confirmó, me siento aliviada. Es una paz».
El viernes, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 9 de Lomas de Zamora, que dos días antes, por unanimidad, había encontrado culpable a Daniel Lagostena, anunció la sentencia de 22 años de prisión por el «homicidio en concurso ideal con aborto en contexto de violencia de género» de Érica Soriano.
Durante el juicio, por el que pasaron cerca de 60 testigos, Lagostena, de 58 años, reiteró su inocencia. «Yo no la maté. Ella se fue», dijo y repitió. Su defensa pidió que fuera absuelto por el beneficio de la duda, dado que no hay cuerpo del delito. En tanto, los fiscales habían solicitado que el imputado fuera condenado a 25 años de prisión.
Soriano tenía 30 años y fue vista por última vez el 20 de agosto de 2010. Las sospechas de la familia siempre apuntaron contra su pareja. Para ellos, Lagostena la mató e hizo desaparecer el cuerpo en un crematorio con el que tenía contacto a través de su familia, dueña de una casa velatoria. Al momento de su desaparición, Soriano estaba embarazada de dos meses.
En su alegato, la fiscal Marina Rocovich intentó describir el «círculo de violencia» en que Érica estaba sumergida.
«Cuando ellos estaban juntos –recuerda Esther–, si mi hija venía a mi casa, él la llamaba cada diez minutos, la controlaba todo el tiempo. A veces llamaba y ella estaba manejando, entonces yo le decía que no atendiera. Me respondía. ‘No puedo no atenderlo, mamá’. Tenía que estacionar para hablar con él. Así era la relación que tenían».
Lagostena está detenido en la Unidad N° 40 del Servicio Penitenciario Bonaerense, en Lomas de Zamora, desde el 1 de mayo de 2016. Ya había estado en la cárcel entre mayo y diciembre de 2012, pero lo dejaron libre por falta de prueba.
–¿Cómo vivió los momentos en que Lagostena estaba en libertad?
–Él siempre dijo que Érica salió de su casa para ir a la mía el sábado al mediodía, pero es mentira, porque él la había matado el viernes a la noche. A las 22:30 ella dejó de contestar el teléfono. Todo el sábado me lo pasé llamándolo pero recién me atendió a la noche. Le pedí que por favor hiciera la denuncia por la desaparición porque a nosotros no nos aceptaban, porque mi hija había salido de Lanús y nosotros estábamos en Villa Adelina. Tanto le hinchamos que terminó haciéndolo. Pero al rato se fue a dormir. ¿Quién se puede dormir cuando le desapareció la mujer? Después, cuando hablábamos con él, le preguntábamos cómo estaba y él decía «acá, caminando por las paredes», pero en realidad estaba limpiando el hogar (cuando los peritos fueron a la casa de Lagostena luego de la denuncia descubrieron que la chimenea estaba caliente, aunque hacía 24 grados, y dentro de ella había algunos restos de ropa interior; se presume que el hombre había quemado la ropa de su pareja), aspirando el auto. No pudieron encontrar un pelo de mi hija en el auto de él, y a ella se le caía como a cualquier mujer. Yo veía todo eso y pensaba: cómo hago para que me entiendan que esta persona tiene algo que ver.
Durante la medianoche del 20 de agosto de 2010, Lagostena intercambió mensajes con su sobrino, Brian Poublán, con quien no tenía un trato cotidiano, y luego llamó a un teléfono a nombre de la madre de Poublán. Los investigadores sospechan que en ese momento ultimó los detalles para hacer desaparecer el cadáver.
«Yo no tengo ningún sentimiento de odio ni de venganza hacia Lagostena –concluye la mujer– y tengo asumido que nunca voy a saber dónde está el cuerpo de Érica porque él nunca lo va a decir. Pero el cuerpo es lo de menos, ella era mucho más que eso. Mi hija, igual, va conmigo a donde voy». «