A Milagros le cuesta todo: no puede leer un libro ni mirar una película sin pensar en él, sin volver a recrear el asco de sentir la textura de la barba sobre su mejilla y al miedo de saberse encerrada en la oficina de un hombre poderoso, incapaz de la piedad, veterano en los ritos del abuso.
“Estoy con tratamiento psicológico porque sigo con ataques de pánico. Algunas noches me despierto llorando y mi mamá tiene que dormir conmigo. Esto me cambió para siempre”, afirma en diálogo con Tiempo.
Un domingo no aguantó más, bajó la cabeza y escribió. Fueron diez páginas sin prudencia, relatando el sueño arruinado del primer trabajo, los días de ser rebajada a un adorno hermoso o al beneficio extra del cargo. “Quiénes se creen para tocarnos, para disfrutar de su situación de superioridad, de su jerarquía, de nuestra inocencia, y de nuestra buena fe”, le salían las palabras asfixiadas. Enseguida, como un arrebato, lo publicó en Instagram. No necesitó decir el nombre de él. Su reputación –la vileza de sus hábitos– era conocida en toda la provincia.
Desde aquel posteo del 25 de abril, la justicia de Misiones acumula (al viernes 7 de mayo) cinco denuncias por acoso y abuso sexual contra el juez de Familia de Puerto Iguazú, Pedro Alberto Fragueiro, aunque se sabe que no fueron los únicos casos. “Hay muchas chicas que me contactaron para decirme que sufrieron lo mismo, pero tienen miedo de hablar. Una de ellas es menor de edad”, se lamenta Milagros.
A comienzos del año se enteró de una vacante en el Poder Judicial y en febrero ya estaba contratada en el Juzgado de Familia y Violencia Familiar N° 2 de Iguazú. Milagros, una estudiante de Derecho de 23 años, no podía creer su suerte. Pero al segundo día, una charla motivacional de Fragueiro la volvió desconfiada.
“Me llamó a su despacho –recuerda– y me dijo que el horario solía ser hasta las 12, pero que yo me iba a quedar hasta las tres. Después me dijo ‘vas a pasar más tiempo conmigo que con tu novio’ y me pareció raro que justo ponga ese ejemplo”.
Lo que siguió fueron dos meses de “contactos físicos innecesarios”, miradas lascivas, llamados a su despacho con cualquier pretexto. “Siempre me pedía que cerrara la puerta porque él tenía un botón en su escritorio desde donde la podía abrir. Yo creía que era por seguridad, pero después me di cuenta que era para que no pudieran entrar desde afuera”.
El miércoles 7 de abril, el juez hizo lo de siempre. Llamó a su empleada a la oficina, la hizo cerrar la puerta y le pidió que fuera hasta su lado del escritorio. Un brillo novedoso en sus ojos delató la intención. “Cuando me quise ir, se me acercó y me abrazó fuerte; él es el doble de grande que yo, me tocó mis partes, me olió el pelo, y me pasó su lengua por el cuello. Me quedé dura, empecé a llorar, le pedí que por favor se detuviera. Pude soltarme y salir; me acuerdo que me senté en mi despacho y pensé: ¿Es grave lo que acaba de pasar? ¿Es normal? ¿Me van a creer? Me sentía mal conmigo misma, como sucia”.
En el club y en casa
Una de las primeras en reaccionar al posteo de Milagros fue Marina. Contó que, en junio de 2017, con apenas 18 años, se había anotado al curso de referee de la Unión de Rugby de Misiones (URUMI), en Posadas, a cargo de Fragueiro. La joven describió los hechos de acoso sexual sufridos. Primero a través de sus redes sociales, y después, el 30 de abril, ante la Fiscalía de Instrucción N°3 de Puerto Iguazú, convirtiéndose así en la primera víctima en denunciar formalmente el comportamiento del juez.
El 4 de mayo fue el turno de Milagros de testimoniar en la justicia y luego lo hicieron otras tres mujeres. Una de ellas era la niñera que trabajaba en la casa de Fragueiro en Oberá, hace ya 11 años, cuando ella tenía 19. En todo ese tiempo calló los abusos padecidos.
Luego de la denuncia pública de Milagros, que alentó a las demás a contar sus experiencias, el juez pidió licencia médica y volvió a Posadas junto a su familia. En tanto, el Superior Tribunal de Justicia (STJ) de Misiones decidió suspenderlo por 15 días y lo mismo hizo la URUMI, al separarlo preventivamente de su función de árbitro. «
Condenado y removidoJulio César Castro, exjefe de la Unidad Fiscal especializada en Delitos Sexuales, que tiene una condena sin confirmar a seis años y seis meses de prisión por abuso sexual y lesiones agravadas, fue removido de su cargo por mal desempeño y mala conducta, «caracterizado por su ensañamiento contra las mujeres».
El jueves, el Tribunal de Enjuiciamiento del Ministerio Público Fiscal (MPF) consideró probados «numerosos hechos de suma gravedad», por lo que además de la remoción, se ordenó la publicación de este fallo en las páginas oficiales y las reparaciones particulares a cada una de las víctimas.
En noviembre de 2019, Castro fue condenado a seis años y medio por abusar de su ex pareja, pero apeló la sentencia, que se encuentra en Casación. En 2017, cuando se conocieron las primeras acusaciones en su contra, el ahora ex fiscal había pedido una licencia psiquiátrica que le fue otorgada, lo que le permitió seguir cobrando su sueldo.