Ir a recitales era algo que hicieron siempre, y éste lo venían planeando desde hace mucho tiempo pero no contaban con los recursos necesarios. Faltando pocos días, apenas lograron conseguir dinero para una entrada y sobre la hora para otra más. Sobre finales de diciembre, la oferta de bandas que tocaban para despedir el año y rencontrarse con su público era abundante, pero decidieron finalmente ir a ver a Callejeros. Estaban muy contentos y esperaban ansiosos la fecha; como muchos, no sabían que la fiesta no iba a terminar como tal.
“Siempre íbamos juntos a todos lados. Ese día nos subimos al 98 y llegamos rápido. Recuerdo que era un día de mucho calor parecido al de estos días”, cuenta a Tiempo Mailin, que hace 17 años tenía apenas 16. Ella y su hermano Lautaro eran un equipo, sobre todo, si tenían que ir juntos a disfrutar de algún recital con amigos. Lautaro tenía 13, y ambos ya estaban de vacaciones. La previa al recital fue comer unos sándwiches y tomar algo fresco y, ni bien comenzó a atardecer, emprendieron juntos el viaje desde Barracas.
“Recuerdo que en la entrada al boliche había un control mucho más exhaustivo que lo que tenía cualquier ingreso a un recital, nos hicieron sacar las zapatillas para revisarnos, cosa que no era muy común. Fuimos unos de los primeros en llegar y pudimos disfrutar de la banda telonera que casi nadie fue a ver”, recuerda Mailin. Rápidamente el lugar se empezó a llenar de personas, el calor era insoportable y casi no se podía respirar. “En varias ocasiones pensé en irme antes de que empiece el recital, tenía una sensación rara en ese momento que no puedo explicar en palabras”, con el tiempo Mailin descubrió que esa sensación era compartida por muchos sobrevivientes.
Antes de la salida de Callejeros sonaba “Ji ji ji” de Los Redondos. «¡Córtenla con las bengalas. Córtenla, no se ve un carajo!”, se escuchaba por los parlantes. Era la voz de Omar Chabán, el gerenciador de Cromañón. “Gritaba que si seguían tirando pirotecnia nos íbamos a morir todos como en el Shopping de Paraguay”, rememora Mailin. Chabán hacía alusión al incendio del shopping paraguayo de Asunción que en agosto de 2004 dejó un saldo de 400 personas muertas.
En ese momento, Mailin, Lautaro y sus amigos, subieron las escaleras para ir al baño en busca de agua, cuando descubrieron que el suministro estaba cortado. Algo que habitualmente hacen todos los boliches para incrementar el consumo de bebidas en las barras. “Cuando empezamos a bajar las escaleras empezó a sonar Callejeros, recuerdo que estaba el saxofonista de la banda señalando para el techo donde aparecieron las primeras llamas de fuego y el humo empezó expandirse por todo el lugar. Yo lo agarro de la mano a Lauti, cuando de golpe la luz se corta y el local quedó totalmente oscuro”.
No se podía respirar, las puertas de salida estaban cerradas y todos comenzaron a correr. De repente Mailin y Lautaro se separaron y no se volvieron a ver. Mailin se saca la remera se cubre el rostro para poder respirar y en ese momento se desmaya.
“Recuerdo que desperté ya internada en el hospital Ramos Mejía y luego me trasladaron al italiano. Me enteré de la muerte de Lauti casi dos semanas después, cuando mi familia me contó lo que había pasado”, agrega.
Al año de esa noche fatídica, Mailin empezó a participar de encuentros de sobrevivientes de Cromañón. En agosto de 2015, Mailin tenía 17 años y estaba esperando en la puerta de un viejo edificio de Barracas, donde se iba a llevar una de las primeras reuniones. Allí conoció a Federico, otro sobreviviente que había perdido a su hermana de 12 años. Se saludaron y entraron juntos.
El dolor los acercó y supieron conformar una familia. Mailin y Federico tienen dos hijos: Julieta de 7 años y Luca, de 3. “Nos conocimos y nos enamoramos –concluye ella– a partir de Cromañón que fue algo tan terrible y tuvimos dos hijos hermosos. Si de todo este dolor pudimos sacar algo bueno, vale la pena seguir adelante con nuestras vidas”.