En el regalo que hacemos a un niño, algo del propio interés o gusto del adulto inevitablemente está en juego, ya sea rosa, celeste, violeta o neutro. Y eso ocurre porque el niño «nos interesa» y ocupa un lugar en nuestro ideal. El tema es si ese regalo puede «con-jugar» los gustos e intereses del niño. Ahora bien, más allá de la elección del juguete, lo que realmente interesa es si lo que se regala está o no habilitado a «entrar en juego»: eso lo tornará «interesante» y le dará «vida» al juguete-objeto. Esto implica la poética del objeto, la no identidad consigo mismo, la posibilidad de que con él y sobre él se pueda contar una historia, se lo pueda transformar, se lo pueda perder. Cuando un objeto no admite esa posibilidad de uso, de manipulación, el sujeto queda como objeto-juguete del juego de otros. O como dice Cortázar, «cuando te regalan un reloj… te regalan la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj». Los analistas diríamos que se trata de que podamos «regalar-donar» algo del orden de la falta para que aflore el deseo. Deseo de jugar en tiempos de la infancia. Y para que eso sea posible agregaría lo que un tal “Osías”, amigo de María Elena Walsh, buscaba en el bazar: “quiero tiempo pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que ese es el mejor”. Osías también pedía juguetes que “no hablen a botón” sino en la voz y en el cuerpo de una abuela, de un adulto; que lea cuentos, en camisón.
Los chicos quieren tiempo para jugar y quieren contar con sus adultos para poder armar su juego. Tratemos de «no faltarles» en ese regalo. Regalo que a los adultos “nos cuesta” bastante donar y que para los niños sigue siendo, muy necesario.
Para concluir en relación a los juguetes y sus colores: un regalito puede ser grandioso si, como Víctor Heredia con “Daniela”, podemos obsequiar un simple crayón dejando que el niño garabatee, pruebe, combine y juegue, con su paleta de color….