Migrantes bolivianos trabajan la tierra en quintas de la Plata. Abastecen con su producción el 80 por ciento del consumo de Buenos Aires. Viven en las mismas quintas, que alquilan a precios sobrevaluados, sin posibilidad de construir viviendas de material. A la espera de los camiones “intermediarios” entre las quintas y los puesteros del mercado, muchas veces rematan la cosecha del día para que no se pudra.
Los trabajadores rurales viven fuera toda protección del Estado. La ley migrante no se aplica, sufren estigmatización y xenofobia.
La migración repite su esquema: primero llega el jefe de familia, busca donde asentarse, y alrededor de dos años después, busca a su familia. Esa familia se agranda y la descendencia es Argentina. Más allá de la fusión de culturas, los migrantes bolivianos conservan gestos y rituales de su tradición originaria. Una de las características más importantes de su cultura es el vínculo profundo con la tierra, de la cual nunca pueden ser dueños.