Los plaguicidas volcados en cantidades industriales sobre los campos del Alto Valle de Río Negro y Neuquén llegan a la placenta de las embarazadas, tanto en mujeres que viven en zonas rurales como urbanas, con una consecuencia grave: disminuye el peso de los bebés en gestación. Así lo confirmó un estudio científico de la Universidad Nacional del Comahue (UNComa), el primero de este tipo publicado en la Argentina.
Piuque Rodríguez, Natalia Guiñazú y Berta Vera del Centro de Investigaciones en Toxicología Ambiental y Agrobiotecnología del Comahue, junto a colaboradores de la Facultad de Medicina, del Laboratorio de Ecotoxicología y Contaminación Ambiental y del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC-CONICET) de la Universidad Nacional de Mar del Plata, encontraron restos de plaguicidas prohibidos (POCs) y de uso frecuente (PUA) en un grupo de placentas saludables que se analizaron de mujeres que viven en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, una región que se destaca por la producción y exportación de frutas –principalmente peras y manzanas–, lo que implica un largo historial de usos intensivos de plaguicidas organoclorados y clorpirifos, usados para combatir, entre otros insectos, a la carpocapsa, más conocida como mariposa o polilla de la pera y la manzana.
El trabajo científico reveló, por un lado, que la exposición a los plaguicidas no se debe solo al contacto directo por su aplicación en chacras y cultivos, sino también que llega a los cuerpos por otras vías como el consumo de alimentos o el contexto ambiental, lo cual llevó a los investigadores a trabajar en el análisis de diferentes muestreos de aire y agua de la zona. La segunda conclusión, no menos grave, es que la detección de los plaguicidas en los organismos de las mujeres embarazadas puede afectar la salud del bebé en su etapa de gestación y en su desarrollo posterior.
“Hay una correlación directa negativa: a mayor exposición a plaguicidas, menor índice ponderal, que habla de la morfología del bebé y que relaciona la talla con el peso. En los casos analizados, el bebé era más flaquito”, explica Piuque Rodríguez, becario doctoral de CONICET y autor del trabajo que forma parte de su tesis.
“Lo más preocupante –agrega– es que de todas las placentas que analizamos (unas veinte), no hubo una en la que no hayamos encontramos presencia de plaguicidas. Esto nos llamó mucho la atención porque si bien encontramos mayor nivel de algunos plaguicidas en las muestras rurales, también vimos que todas las placentas tienen algún tipo de plaguicida, aún en mujeres que viven en la ciudad de Neuquén”.
Con estos resultados, el grupo colocó muestreadores de aire y también midieron la presencia de plaguicidas en alimentos y en el agua para conocer cuáles son las vías de ingreso de los residentes de ciudades. “En poco tiempo tendremos los resultados, pero es innegable que estamos todos expuestos a los plaguicidas”, destaca el investigador.
Otro dato preocupante fue el hallazgo en las placentas analizadas de metabolitos de DDT, “un plaguicida que hace 50 años que no se aplica porque generaba bastantes problemas. Por ejemplo, las cáscaras de los huevos de pájaros eran muy débiles y nacían con deformidades”.
“La característica principal de los plaguicidas –concluye Rodríguez– es su persistencia en el tiempo, y eso afecta también la salud humana”.