Falta muy poco para 2020, el año en el que el Estado se comprometió, mediante la Ley Nacional de Salud Mental, a la reconversión de los hospitales llamados monovalentes en una red de servicios con base en la comunidad. Y si bien la Dirección Nacional de Salud Mental acaba de publicar un importante documento en ese sentido, unas “Recomendaciones para la adecuación hasta la sustitución definitiva de las instituciones con internación monovalente”, lo cierto es que aún queda mucho por hacer y hay un intenso debate respecto de cómo implementar ese cambio.
En este contexto, visitó Buenos Aires el psicoterapeuta finlandés Jaako Seikkula, un referente internacional de la transformación de los sistemas públicos de salud mental, a través del desarrollo de un exitoso modelo en su país, que también inspira movimientos de cambio en Australia, México, Paraguay y varios países europeos.
Invitado a la 5° Conferencia de Pŕacticas Dialógicas, realizada en el Centro Cultural de la Cooperación, compartió con trabajadores de la salud mental de diversos ámbitos y tradiciones terapéuticas cuatro jornadas dedicadas a la llamada Terapia de Diálogo Abierto.
Este innovador abordaje comunitario de la salud mental se origina en Finlandia en los ‘80, cuando el psiquiatra Yrjö Alanen esbozó un modo de atención que denominó “adaptado a las necesidades”. Su objetivo era disminuir las internaciones psiquiátricas y la utilización de psicofármacos a partir del trabajo conjunto entre los profesionales de la salud mental y familiares de pacientes. El tratamiento se adecuaba según cada caso, incorporando la atención ambulatoria de las personas en crisis. Una modalidad que interpeló las intervenciones psiquiátricas basadas en el diagnóstico estandarizado y el tratamiento individual de forma aislada.
Seikkula, quien entonces trabajaba en el hospital de Tornio, un pequeño pueblo lapón a más de 600 kilómetros de Helsinki, se inspiró en la experiencia de Alanen y entrenó a equipos interdisciplinarios para la atención ambulatoria de personas en situación de crisis. Dedicó los últimos 30 años a profundizar el enfoque, sistematizar su aplicación y estudiar el impacto. Desde que la Terapia de Diálogo Abierto opera plenamente en la provincia finlandesa de Laponia Occidental, los costos de atención disminuyeron drásticamente y sus resultados sanitarios están entre los mejores de Europa: rápida recuperación de los pacientes, una notable facilitación de la accesibilidad al sistema, menos psicofármacos y, excepcionalmente, internaciones, que cuando ocurren son de muy corta duración.
“El enfoque de Diálogo Abierto supone organizar la atención psiquiátrica de modo que un equipo terapéutico pueda reunirse rápidamente con las personas que necesitan ayuda, dentro del momento de sus crisis –explica Seikkula–. Se invita a estos encuentros, que continúan durante todo el tiempo que dure el abordaje, a sus familias y a otras personas relevantes de su red social, amigos, compañeros de trabajo. Se utilizan todos los métodos terapéuticos posibles basándose en las necesidades de los consultantes, enfrentando los límites del sistema de atención al formar un equipo terapéutico que pueda responder a cada situación particular y que pueda articular con diferentes sectores sociales si es necesario. El Diálogo Abierto pone el énfasis en tolerar la incertidumbre durante las crisis, para las que no hay manuales preparados, y para garantizar esto, la habilidad más importante del terapeuta es generar diálogo entre el equipo, su red y el o los consultantes. Quizás la diferencia decisiva respecto de la atención psiquiátrica tradicional es el trabajo en equipo todo el tiempo. No están las clásicas reuniones de profesionales a las que los consultantes no pueden asistir ni decidir. Se propicia, en cambio, en cada encuentro, la presencia de todas las personas necesarias. Para que todas las voces sean escuchadas, necesitamos entrenarnos en la habilidad del diálogo”
–¿Cómo explica el éxito de este enfoque en Finlandia?
–Es importante repetir que los resultados son realmente confiables, aunque parezcan de otro mundo. Por ejemplo, encontramos que el 90% de los consultantes con problemas psicóticos tenían empleo activo a los dos años de seguimiento. Veo cuatro factores que producen esto simultáneamente. Reunirse en el momento de la crisis abre cuestiones sobre las que quizás nunca antes se ha hablado. Incluir las voces de la red más cercana a la persona que llamamos paciente garantiza que nos centremos en los temas más importantes de su vida. El diálogo no significa cambiar a la persona o su familia, sino respetar la forma en que cada uno ve el problema y su vida. Haciendo todo esto podemos evitar el uso innecesario de medicaciones para la psicosis y la depresión, que pueden ayudar en algunas situaciones pero también pueden tener un efecto muy dañino.
–¿Cuál ha sido la respuesta de la comunidad académica y de los profesionales de la salud mental?
– Mucha curiosidad. Algunos se dicen frustrados porque se sienten incapaces de hacer este tipo de cambios en su práctica diaria. Pero es posible realizar cambios relevantes en los programas de capacitación haciendo un análisis continuo de la propia práctica clínica. Hay un sector más conservador que busca impedir que se nos tome en serio. Imagino que se debe a la sobrepatologización de los problemas de salud mental, que pretende entenderlos únicamente como enfermedades neurobiológicas. En Diálogo Abierto vemos a las crisis de salud mental como respuestas a situaciones de estrés de la vida cotidiana, no como enfermedades.
–En la Argentina, la Ley Nacional de Salud Mental prioriza el derecho de las personas con padecimientos mentales a recibir una atención integral que garantice su libertad y su inclusión social. ¿Cómo podría desarrollarse aquí un enfoque terapéutico como el que usted describe?
–La colaboración social es la base de todo y aquí el trabajo en red parece darse de forma espontánea. Creo necesario repensar especialmente el rol de los hospitales. Reduciendo las internaciones habría muchos más recursos para destinar al trabajo en las comunidades. Pero esto no puede realizarse sin una fuerte capacitación de los trabajadores de la salud mental y de las personas que atravesaron sus propias experiencias de crisis. Para los profesionales parece un desafío adoptar la idea de que nuestras reuniones con consultantes son para escucharlos, para respetar lo que dicen, y nuestras respuestas, sólo para facilitar la manera más humana de reunirnos. Dejemos de mirar únicamente el costado patológico y comencemos a escuchar las historias de las personas.