Hace pocos días la consultora Ipsos (con presencia en buena parte del mundo) dio a conocer los resultados de la Global Happiness 2019. En criollo: el índice de felicidad medido en numerosos países no arrojó buenos números generales ya que en el último año descendió 6 puntos, de 70 a 64 y específicamente le pegó a nuestro país en el lugar de la autoestima que más duele porque de 2018 a hoy Argentina, consigna el informe, bajó 18 escalones. De «Ciudad de pobres corazones» (la canción de Fito Páez) nos transformamos en una república de pobres e infelices.
El quinteto de naciones más realizadas lo integran Australia, Canadá, China, Gran Bretaña y Francia. Antes de Argentina, última incómoda en la posición 28, chapean optimismo latinoamericano Brasil (puesto 14), Perú (16), México (17), Colombia (18) y Chile (25). También figuran en dirección al bajón Italia (19), Japón (23), Rusia (26) y España (27). En la pesquisa se incluyeron 29 temas, indicadores concretos, bastante menos intangibles, relativos y personales como es el concepto de felicidad. A saber: posesiones materiales y espirituales; salud y relaciones familiares, amistosas y afectivas; sentido de la vida y logros soñados y obtenidos, entre otros. No es descabellado inferir que en las respuestas argentas tuvo una influencia decisiva el tenso malestar económico y social que atravesamos.
Si algunas genuinas fuentes de felicidad fueran no tener deudas, ni materiales ni simbólicas, los ciudadanos de a pie, colmados de insolvencia ya a mitad de mes, tuvimos sobrados argumentos para justificar nuestro cetro mundial de infelicidad. Las políticas neoliberales se traducen en malestar. No estamos contentos; no podemos reconocer el catálogo posible del placer; nos resulta muy difícil valorar lo que tenemos sin resentir lo que nos falta y todo eso, junto, nos imposibilita vivir el momento.
El centro que nos ubicó cola en el revoleo mundial de dichas y desdichas no es el único think thank dedicado a establecer esta clase de índices, que a algunos les podrán parecer inconducentes y a otros (es mi caso) demostrativos y reveladores de tendencias. Varias veces se ocuparon de nosotros. Con la debida sospecha que deben provocar estadísticas o encuestas tenemos que según el Word Database of Happiness, dependiente de una universidad holandesa nos costaba levantar cabeza luego de la crisis de 2001; posteriormente, entre 2006 y 2009, tres monitoreos locales sucesivos (originados en el Centro de Economía Regional y Experimental, que dirige Victoria Giarrizo) indicaron que anduvimos de arriba para abajo y viceversa. En estos recientes 45 meses “pasaron cosas”. De acuerdo a un sondeo de la Unesco, a principios de este año se registró un retroceso considerable.
Más allá de la palabra y de los números de los expertos, la investigación más práctica será una basada en el empirismo de la billetera, o sea al alcance de cualquier bolsillo. Solo exigirá una introspección breve y sincera, luego de la cual cualquiera descubrirá que su nivel de vida y sus conductas de consumo también se desplomaron 18 casilleros. Quien esto firma lo hizo para sostener con algún asidero esta crónica y puede asegurar que los 18 sitios de bonanza rifados por el país en el último año guardan asombrosa simetría con la cantidad de limitaciones, descalabros presupuestarios y carencias que enflaquecieron el poder adquisitivo. En mi caso al llegar a la carencia número 23 decidí cancelar la experiencia.
Hay otras cuestiones seguramente no incluidas en la investigación que jibarizan el promedio de felicidad. Para la consulta casera se sugiere agregar preguntas de respuesta sensible. ¿Cuánta libertad individual disponemos? ¿Cuál es nuestra capacidad para tomar decisiones? ¿Cuántas horas de trabajo agregamos a nuestra semana laboral para ganar igual o menos todavía? ¿En que rubros de la vida (salud, educación, alimentos, tantos otros) tuvimos que conformarnos con segundas y terceras marcas? ¿Faltará mucho para que el Estado vuelva de su salvaje retiro?
Juan Verdaguer fue un gran humorista argentino. En una de sus rutinas solía decir: “El secreto de la felicidad está en las pequeñas cosas: una pequeña casa quinta, un pequeño yate, una pequeña fortuna”. Esa fina ironía no guarda similitud con una decisión reciente, en apariencia seria, de la vicepresidenta de la nación y presidenta del Senado Gabriela Michetti. Anunció la creación en la Cámara Alta de la Dirección General de Iniciativas de Futuro. En semanas como estas el futuro, así como la felicidad, son bienes de muy corto plazo. «