Fue un reencuentro con muchos reencuentros. Alla Shaforostova Levchenko, de 49 años, se abrazó con su hija Larisa, de 32. Y conoció a su nieta Sofía, de 4 años. Larisa, además, volvió a ver a su hijo mayor, Illia, de 13 años: se habían separado cuando él tenía 6. El nene, al mismo tiempo, conoció a su hermanita, nacida en Ucrania cuando él ya había migrado con su abuela a la Argentina. Después de una ardua espera, otra familia ucraniana encontró refugio en este país. El nudo de abrazos se concretó anoche, en el Aeropuerto de Ezeiza.
Alla Shaforostova llegó a la Argentina en 2015. La situación política en Ucrania comenzaba a preocuparla, aunque nunca pensó que escalaría hasta convertirse en una guerra como la que estalló en febrero. Dejó allá su trabajo en una cadena de supermercados y se instaló en el barrio porteño de Belgrano, con su nieto, que por entonces tenía 6 años.
“Mi hija (Larisa) y mi nieta (Sofía) estaban en Odesa, Ucrania. Cuando empezó la guerra, no lograban salir. Hicieron tres intentos. En el tercero hasta llegaron a subir al tren, pero la nena se desmayó y pasó la noche en el hospital. Al día siguiente, en el cuarto intento, lograron salir”, relata la mujer, en un español clarísimo, en diálogo con Tiempo. Cree que su nieta “se desmayó por estrés. Estaba muy débil. Habían pasado tres semanas en un búnker”.
Luego de un tiempo en Rumania, completando los papeles necesarios, la familia llegó a la Argentina. “Fui al aeropuerto ayer con las chicas de Amnistía, que ayudaron con los pasajes y los papeles. Gracias a ellas la familia pudo venir a la Argentina”, agradece Alla. Junto a su hija y su nieta llegó también un tío de la niña, de 16 años.
“Nos enorgullece poder colaborar en cumplir el deseo de Larisa y su familia de venir a Argentina a reunirse con su mamá. Gracias a una red de contención de personas solidarias logramos que hoy estén en un lugar seguro. Sabemos que es todo nuevo para ellos, pero nos da mucha ilusión que puedan pensar en un futuro, en un proyecto de vida juntos”, señaló Mariela Belski, directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina.
“Fue muy fuerte el reencuentro. Mi nieto no conocía a la hermanita”, se emociona Alla. El nene, ya en séptimo grado, creció en este país y este lunes recibió saludos y felicitaciones de sus compañeros y compañeras de escuela por la llegada de su familia. “Hasta que empezaron a caer las bombas él estaba bien. Le faltaba la mamá, pero entendía que acá para él es mejor. Le explicábamos. Después, cuando empezó la guerra, estaba muy desesperado porque vengan”.
Alla, quien trabaja en un taller de costura desde que migró a este país, planea que su hija la acompañe en la tarea cuando se instale. Pero primero quieren que la pequeña Sofía se reponga. “Psicológicamente no está bien. Le parece que suenan alarmas. Con cualquier golpe se esconde, se asusta”, cuenta su abuela. El plan es que el año que viene pueda ir al jardín.
“Acá cambié mi vida. Elegí Argentina porque vivía una prima hacía 20 años. Es otro mundo para nosotros. Hay gente acá que se queja. Yo no me quejo. Me encanta Argentina. Me tratan muy bien, estoy muy feliz acá. Y más ahora”, dice tras el reencuentro. Mientras permanece en contacto con muchos amigos de Ucrania (algunos con plan de huir, otros de permanecer al cuidado de madres y padres ancianos), Alla se entristece al hablar de la guerra y no ve una salida en el horizonte. “Parece infinito esto, no se ve el final. No hay diálogo. Nunca pude imaginar que en el siglo XXI pudiera pasar esto. Jamás”.