Como si los ecos de aquellos goles legendarios aún resonaran, Villa Fiorito sigue siendo el punto de partida de un sueño que nunca se apaga. En esa tierra que lo vio nacer y crecer, Diego Armando Maradona permanece más vivo que nunca, no solo en murales y estatuas, sino en cada rincón de un potrero que ahora es tanto un símbolo como un recuerdo imborrable. El pasado 30 de octubre, en un nuevo aniversario de su nacimiento, el municipio de Lomas de Zamora inauguró la «Comunidad de D10S«, un circuito turístico que recorre la infancia del ídolo: murales, esculturas y el potrero que vio sus primeros destellos, donde aún resuena el eco de su magia y su legado. 

La emoción se adueñó del barrio el último martes, cuando Benjamín Agüero, nieto de Diego, llegó a Fiorito acompañado por su madre, Gianinna Maradona, y de Daniel Osvaldo, un apasionado seguidor del Diez. En una tarde de potrero, Benjamín y Osvaldo, junto a otros chicos, revivieron la esencia maradoniana al jugar en la misma cancha de tierra donde el mito comenzó a escribirse. Con la ’10’ en la espalda —en camisetas de distintos colores y épocas, pero con el mismo fuego sagrado— recrearon aquella escena inmortal: el chico de Fiorito soñando con debutar en Primera y conquistar un Mundial. Esa tarde, el potrero fue un altar, y la camiseta número 10, su ofrenda.

Benjamín lució la emblemática camiseta azul que su abuelo usó en el Mundial de 1994 frente a Grecia, evocando aquella última batalla mundialista de Diego. A su lado, Osvaldo, con su pasión maradoniana e italiana, llevaba una camiseta del Napoli y pantalones de Boca, en tributo al Diez que conquistó Italia y siempre llevó los colores xeneizes en el corazón. Todos los presentes compartían un homenaje singular: cada camiseta icónica de Diego, como un talismán, trazaba un puente entre el pasado y el presente, haciendo del potrero un santuario. 

Las imágenes de ese día, compartidas por Jonathan Osvaldo, hermano de Dani, capturaron la magia de ese momento. «Tarde de Potrero», tituló el posteo, donde Benjamín, Osvaldo y la comunidad parecían convocar al espíritu de Diego. En cada jugada y sonrisa, el sueño de Fiorito se hacía eterno, como un partido sin fin. 

La visita de Benjamín no solo fue un gesto de amor y memoria, sino también una reafirmación de que Fiorito sigue siendo el corazón de una leyenda. En el «Potrero de Dios», en la esquina de Larrazábal y Chivilcoy, la nostalgia y la fe conviven. Allí, cada mural, esquina y camiseta mantienen viva la esencia del chico que soñó con el mundo. En Fiorito, la pelota siempre al Diez.