Hay muchas batallas que libran los nuevos gobernantes, urgentes, simultáneas. La crucial es la que encabeza el ministro Guzmán contra los deudores porque debe tratar como señores a tipos que son unos delincuentes, que se sirvieron de funcionarios, incompetentes, incapaces y taimados, que provocaron tanto hambre y tanta desocupación al pueblo argentino. Otra vez, es la tercera desde el regreso de la democracia.
Encima, con esta oposición: aquellos que nos endeudaron no tienen dignidad para convertirse en aliados y colaborar para enderezar el país. Son estafadores, tipos que nos dejaron deudas de todo pelaje, hasta una de 2500 millones a ¡cien años!: en 2016 reciben todo el capital y les quedan 86 de ganancia. ¡86 años! Eso hizo Macri. ¿Cómo nos pasó? Cada vez que se va el neoliberalismo deja un campo minado. La deuda es una bomba y deben negociar con el tipo que vendió los explosivos. Kirchner pagó toda la que se contrajo con el FMI desde la dictadura. Macri contrajo en tres años más de esa cifra pagada. ¿Por qué no aprendemos la lección?
Hay que detenerse, entonces, en la soledad de un gobierno que procura ser progresista. Es una tarea que debe imponernos una mirada de ciudadano. Mientras el gobierno tenga claramente la intención de ayudar a los que menos tienen, merece que estemos cerca. Cuando se aparte, cuando se zambulla en cuestiones como la visión sobre el gobierno de Nicolás Maduro, seremos cuestionadores, como ya lo fuimos. Pero importa la cuestión de fondo. ¿Este gobierno piensa en recuperar a los rezagados? Sí. ¿Trabaja para los que más tienen? No. ¿Está preocupado por recuperar el trabajo? Sí. Son preguntas que nos debemos hacer para acompañar. Después están los matices. Que los tenemos, sin lugar a dudas. Hay cosas que quisiéramos que trascurrieran más rápido, que fueran de otro modo o que incidieran más en cuestiones por las que rezongamos. Pero esas preguntas deben apuntar al rumbo de su modelo, a quién representa, a quién defiende, por quién trabaja.
Y fundamentalmente, cuál es su rol frente al poder real. Si es confrontativo: la única forma de que aquellos que fueron olvidados por el sistema tengan posibilidades de recibir algo más. Mi admirado Gustavo Campana lo explica claro: «La torta es siempre la misma, tiene las mismas porciones. Cuando ellos gobiernan, reparten pocas. Cuando gobierna el campo nacional y popular, son más porque le sacaron el cuchillo al tipo que tenía el poder real para cortar la torta. O los enfrentás o administrás la crisis».
Todo el poder de la derecha, el poder real, está en contra de este gobierno. Dominan los medios poderosos, las redes sociales, las empresas y los emporios más importantes, algunas instituciones y los sectores financieros. Amenazan todo el tiempo. Extorsionan. Como los que dicen que no van a vender lo que produce el campo, que van a salir a cortar las rutas si les toman tres puntos de retenciones. Puntos que, por un lado, son indispensables para que la economía funcione. Y por otro: ¿cómo no detenerse en que es absolutamente justo, imprescindiblemente ecuánime y con una razón de integridad, de honradez más que razonable que ellos aporten parte de sus fabulosas ganancias?
Ninguno de esos tipos del campo que hoy protestan, durante cuatro años dijeron que llenaban sus arcas, que nadaban en billetes. No se quejaban de que el pan se pagara 120 pesos el kilo… Sólo reaccionaron cuando el FMI exigió a Macri que recaude algo y, desesperado, su impresentable gobierno recordó que existían las retenciones y «traicionó» a su gauchaje. Darían asco si no dieran vergüenza. Era el plan: no reaccionaron cuando se tomaba deuda de forma demencial para hipotecar a varias generaciones enteras y al país mismo, cuando se fugaban 90 mil millones de dólares, cuando mataban el consumo interno, abrían las importaciones en forma indiscriminada, robaban con impudicia… Eso también es para tener siempre en la memoria.
La batalla es cultural. En 2001, el segundo viaje del neoliberalismo dejó un 24% de desocupación; un 53% de pobreza, 180 mil millones de deuda. Surgió el «que se vayan todos». Era hacia el poder político. Nunca un grito para «que se vaya el poder real, el capital». En realidad, pretendían echar a los mucamos del poder real, no a los dueños. Golpeaban la puerta de los bancos pero no entendían quién era el banquero. Pedían que se fuera la política, que luego volvió con NK. Pero con los años le pegaron otro cachetazo. Sí, la batalla es cultural.
Y encima, hay que gobernar contra Clarín y La Nación. No son los 300 mil ejemplares que venden por día. Son la fijación de la agenda, los temas que discutimos. ¿Cuántas veces los que gobiernan deben salir a enfrentarlos y a desmentir sus noticias falsas? Lo vemos con muchos temas. Como el del campo. Quiero ver si cuando se haga el verdadero anuncio y llegue la segmentación prometida entre unos y otros para diferenciar los intereses, si siguen juntos. Es el periodismo venal que hizo mucho daño, al punto de poner gente presa, que continúa injustamente entre rejas, otra denigrante herencia del gobierno anterior.
No olvidar que nos mintieron y nos siguen mintiendo. ¿Cómo? Discuten si Scioli sí o si no; si es embajador y citan a Wikipedia… No dicen la realidad, que lo que debía discutir en el Congreso era que la derecha defiende los privilegios de quienes están en una situación difícil de defender, de esos jueces, algunos de los que podrían alcanzar una jubilación de 703 mil pesos, lo que equivale a 56 jubilaciones mínimas… Paren: se les nota mucho; se les va la mano.
¿Cómo? ¿Ahora que lo dice el Washington Post nos enteramos de que en Bolivia hubo un golpe? Sinvergüenzas, bandoleros internacionales.
¿Cómo? ¿El coronavirus los enloqueció y hacen lo posible porque haya en la Argentina, y no escuchan a Ginés González García decir que más preocupantes son los casos letales de dengue? Intentan construir sentido introduciendo la posibilidad de una pandemia.
O sea, el terror. Eso es lo que persiguen. «