Desde la presencia de H.J. Anslinger, agente durante la ley seca y luego el gran inquisidor en la cruzada antidrogas, hasta la actual y ya degradada guerra contra las drogas han fracasado las políticas de penalización del consumo y los daños generados por la prohibición.
La penalización del consumo y la tenencia, la persecución de la demanda centrada en la población de jóvenes más vulnerables configurando un escenario de criminalización secundaria de penas sin delitos, con un alto nivel de selectividad y de castigo a la enfermedad o los trastornos emergentes del abuso de sustancias, potenciaron dispositivos de abordaje que sumaron a la penalización el encierro con prácticas y saberes funcionales a un modelo de conservación y perpetuación la violencia.
“Las acciones de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios ,y exentas de la autoridad de los magistrados”.
Decenas de fallos en todas las instancias, y la Corte Suprema de Justicia con el fallo Arriola y la extraordinaria fundamentación de la declarada inconstitucionalidad de la ley 23737 nos convocan al cambio urgente de paradigma y a recuperar para el campo de la salud mental con políticas sociales integradas. No producir un cambio radical de paradigma atenta contra el sentido común dejando lugar al agravamiento de un problema social y de salud de tan peligrosas consecuencias que complicaron el problema propiciando el encierro casi como única alternativa de abordaje con instituciones y comunidades terapéuticas con modelos de atención centrados en la prohibición y la abstinencia, con frecuentes violaciones a derechos consagrados por la ley y con un muy elevado nivel de fracaso.
Construyeron un estereotipo criminalizante, altamente estigmatizante sobre las poblaciones de jóvenes más vulnerables promoviendo un derecho penal selectivo.
Los modelos de atención parecen disciplinantes y centrados en la abstinencia, en muchos casos sin atención individual y familiar como instituciones totales, que lejos están de lo que en realidad fue el aporte de la aparición de las comunidades terapéuticas en la década del 60 en Inglaterra.
Es la hora del intercambio y la discusión científica para poner fin a décadas de fracaso en los modos de tratar la cuestión juvenil y el problema del abuso de sustancias en un sendero que reproduce y potencia el crimen de la oferta y agrava el problema que pretende resolverse, todo con un alto costo en vidas humanas y padecimientos.