Los datos sobre la pérdida del poder adquisitivo de la AUH -asociada al crecimiento de nuevos beneficiarios y bajas por incumplimientos- es una pésima noticia. Por un lado, aumentan los trabajadores que salen del mercado formal y solicitan el beneficio y, por otro, se reduce el número de beneficiarios preexistentes, principalmente adolescentes que pierden su escolaridad y ya no pueden cumplir con el requisito de la asistencia regular a clase. La ecuación es una tragedia, aunque se disfrace de uso eficiente del recurso y su control.
A su vez, mientras los trabajadores antes formalizados ingresan al mundo de la precariedad laboral y se convierten en sujeto de subsidio, también se está formateando el destino de jóvenes pobres que nunca, aunque mejore la situación económica, ingresarán al universo de la formalidad laboral por su salida temprana de la escuela.
La AUH es un programa de contingencia que reconoce derechos equiparables entre hijos de los trabajadores informales y formales. Su poder transformador está vinculado al contexto económico y el horizonte laboral que permite sustituir ese ingreso por un salario completo.
Según los estudios realizados, en un contexto económico activo donde la familia puede componer ingresos a partir de diferentes fuentes, aunque inestables, la AUH opera como ingreso modesto pero seguro, lo que permite planificar los gastos y, eventualmente, tomar opciones más convenientes de consumo para organizar una débil economía familiar.
En cambio, en un contexto recesivo, sin opción a changas, la AUH ni siquiera cumple su rol como programa anclaje para que el Estado haga seguimiento de salud y educación de los niños menores. En la práctica, el monto total termina destinado a comida (no a útiles, medicamentos, controles preventivos o mejoras en el hogar). Así, el recurso opera en un plano de subsistencia: su monto ni siquiera alcanza a representar el costo de una canasta alimentaria por niño.
Hoy podemos estimar que los hogares pobres con alta y/o exclusiva dependencia de la AUH se han duplicado en un año y medio de gobierno de Cambiemos. La pérdida de la movilidad ascendente y una masa de familias expectantes de la acción estatal que además ve reducida la oferta de servicios públicos (nutricionales, sanitarios, habitacionales y educativos) representa una hipoteca a futuro, comparable, en términos metafóricos, con el endeudamiento a 100 años. En este caso, los costos están en cabeza de niños y jóvenes pobres. Y esa es la tragedia. «