A las seis de la tarde del 24 de diciembre de 1954, ocho personas se reunieron a cantar villancicos en una calle cubierta de nieve. A su alrededor, una multitud expectante.

No era que las canciones suscitaran un interés particular ni que se tratara de un coro muy virtuoso. Las 200 personas frente a la casa de Dorothy Martin querían ver la llegada de los alienígenas. Tras veinte minutos sin rastros de seres espaciales, la multitud se dispersó y el grupo se refugió en la misma casa en la que el día anterior había recibido el mensaje que les aseguraba que serían rescatados de la Tierra.

Era la cuarta profecía fallida.


Cuando creemos en algo, protegemos esa creencia. Incluso cuando se nos presentan pruebas de que es falsa. De hecho, enfrentarse a evidencia que la contradice puede hacer que nos aferremos a ella con más convicción.

Un psicólogo social, Leon Festinger (foto), notó este comportamiento en varios casos históricos. Entre ellos, el de los milleristas, que esperaron el retorno de Cristo entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844. Una y otra vez, en ese lapso, produjeron predicciones fallidas y con cada una, en lugar de debilitarse, el movimiento se fortaleció. Finalmente, la fecha límite llegó. Y pasó sin pena ni gloria. Todo hacía pensar que el movimiento se disgregaría. Pero increíblemente, frente a esta nueva decepción, se enfervoreció aún más.

Viajes, conferencias públicas, prensa: todo servía para sumar miembros y hacer crecer la expectativa para una nueva llegada de Cristo, predicha para el 22 de octubre de 1844. Tras este nuevo fallido, conocido como La Gran Decepción, el movimiento se dividió en varios grupos, uno de los cuales dio lugar a los Adventistas del Séptimo Día.

Inspirado por este caso, a mediados del siglo XX, Festinger postuló su teoría de la disonancia cognitiva.

Festinger

En general, las personas intentamos ser coherentes: nuestras actitudes políticas son consistentes con nuestras actitudes sociales o lo que hacemos respecto de lo que creemos.

Hay excepciones. Por ejemplo, quienes saben que fumar es malo para la salud, pero siguen fumando. ¿Qué ocurre en estos casos? Solemos hacer intentos más o menos exitosos de racionalizar estas inconsistencias. Pero no siempre lo logramos, y en esas circunstancias, aparece un malestar psicológico. A estas incoherencias, Festinger las denominó disonancias cognitivas.

Hipotetizó que, ante estas disonancias, las personas estamos motivadas a intentar reducirlas y evitar que aumenten. Por ejemplo, frente a la disonancia de saber que fumar es malo para la salud y continuar haciéndolo, lo más sencillo sería cambiar la conducta: dejar de fumar y listo. Si bien a veces estos cambios ocurren, otras veces hay resistencia porque generan pérdida o dolor. Otra opción sería incorporar nuevos elementos cognitivos: buscar material crítico de la investigación que demuestra que fumar es malo para la salud (reducir la disonancia) y prescindir del material que la elogie (evitar el incremento). Una opción más sería cambiar el ambiente: rodearse de personas que piensen lo mismo que aquella que fuma.

Podríamos suponer que estas «trampas» funcionarían en casos leves o moderados, que alguien frente a una disonancia muy fuerte, una refutación innegable de su creencia, no podría más que abandonarla. Y sin embargo, los casos históricos recabados por Festinger parecían ir en sentido contrario: enfrentados a la evidencia inequívoca de que su creencia era falsa, los milleristas no solo siguieron sosteniéndola, sino que la defendieron aun más. Esto podría explicarse porque era una creencia sostenida con profunda convicción y que había implicado compromisos prácticos irreversibles (vender posesiones, abandonar familias). Pero Festinger agrega otro elemento clave: el apoyo social. Sugiere que incluso en casos así, es poco pro-bable que una persona aislada pueda resistir la refutación de su creencia. Pero si integra un grupo de personas convencidas de que pueden apoyarse mutuamente, es posible que la mantenga y que intente persuadir a más personas de que es correcta. Que aumente el proselitismo.

Las ideas de Festinger eran interesantes, pero difíciles de contrastar. ¿Dónde encontraría un grupo que actuara a la manera de los milleristas en pleno siglo XX?


Algo así debía estar pensando Festinger cuando en septiembre de 1954 leyó una historia en el Chicago Tribune. Seres del espacio exterior habían anunciado a la ama de casa Dorothy Martin, una inundación catastrófica para el 21 de diciembre. Los creyentes serían salvados: ella y su pequeño grupo de seguidores que habían dejado sus trabajos, sus posesiones y sus familias.

Era lo que Festinger necesitaba: si su hipótesis era correcta, cuando la inundación no ocurriera y los aliens no llegaran, Dorothy y compañía se resistirían a abandonar sus creencias y encontrarían el modo de reducir su disonancia. Buscarían nuevos adeptos y harían nuevas pre-dicciones.

Dada esta situación, Festinger hizo lo que cualquiera antes de que existiesen los comités de ética: junto a un grupo de colaboradores se infiltró en el movimiento. Durante semanas se ganaron la confianza de los verdaderos creyentes, participaron en reuniones, registraron conversaciones, y volcaron todo en una obra que se convertiría en un clásico de la psicología social: When prophecy fails.


A mediados de diciembre, Dorothy recibió dos veces mensajes del espacio anunciando la inminente llegada de los alienígenas… y ambas veces las predicciones fallaron. La fecha de la inundación era inminente.

En la mañana del 20 llegó un nuevo mensaje: a medianoche un ser espacial vendría a rescatarlos. Pero nadie tocó a la puerta. Tercera decepción.

Esa madrugada, un nuevo mensaje: el cataclismo no se había producido porque el grupo de creyentes había desprendido tanta luz que había salvado al mundo de la destrucción. Y no solo eso: los aliens los urgían a contar la historia.

Había llegado el momento del proselitismo.

Contactaron diarios, radios y dieron numerosas entrevistas, algo que no habían hecho previamente. El 23 a la tarde Dorothy recibió un nuevo mensaje: al día siguiente debían reunirse a cantar villancicos, notificar a la prensa e invitar público. Los aliens se harían presentes. Y así fue como confluyeron a las 18 horas del 24 de diciembre de 1954 con 200 personas expectantes a su alrededor.


Tras esta última predicción fallida, el grupo se desmoronó.

Dorothy viajó a los Andes y luego volvió a Estados Unidos donde siguió recibiendo mensajes del espacio hasta morir en 1992.

Si hubiera vivido poco más, habría sido testigo de otro grupo muy similar al suyo. Marshall Applewhite y su secta Heaven’s Gate creían que Jesús era extraterrestre y que los rescataría de la Tierra. Fueron el primer culto en adoptar Internet para difundir su mensaje. En 1997 se produjo el paso del cometa Hale-Bopp. La secta consideró que era la señal esperada: creía que una nave espacial estaba en la cola del cometa, y vendría por sus almas. Se calzaron sus zapatillas Nike, grabaron videos de despedida y se suicidaron en masa.


El comienzo de When Prophecy Fails resume lo que Festinger y sus colaboradores aprendieron de la historia de Dorothy: «Alguien con una convicción es difícil de cambiar».

Y cuando esa convicción nos genera tanto compromiso y es tan importante como la promesa de salvación que viene del cielo, puede ser menos doloroso tolerar la disonancia que desechar la creencia y admitir el error. Al menos así fue para Dorothy y para los miembros de Heaven’s Gate. «