Desde 1982, Minotauro es parte de la historia de millones de personas que atravesaron la Ruta 2 desde distintos puntos del país para llegar a la Costa Atlántica de la provincia de Buenos Aires, donde se encuentran gran parte de los puntos turísticos más visitados. En los albores de sus 40 temporadas, el fundador y creador del mítico parador de Castelli, Claudio Moro, revela a Tiempo los secretos de un emprendimiento familiar que nunca, incluso en los momentos más críticos de la Argentina, dejó de crecer.
“Este es un país totalmente distinto. Con solo pensar que en aquel primer año la ruta todavía era de una sola mano. Llegar a Mar del Plata o a cualquier destino de la costa en los meses de verano era verdaderamente una aventura”, recuerda Claudio, quien aclara que “no solamente lo digo porque la vía de comunicación era distinta y menos segura que la de hoy, sino porque también los automóviles tenían mucha menos tecnología. Había tramos de la ruta que iban a la costa que todavía ni estaban terminados”.
Claudio tiene 64 años y cuatro hijos, de los cuales por el momento solo Nicolás seguirá sus pasos en el negocio que arrancó cuando apenas tenía 26. En aquel entonces, el fundador de Minotauro pretendía dedicarse a la arquitectura. Asociado a su padre, Juan Moro, uno de tantos italianos que emigró de Europa y aquí se hizo constructor, viajaba por diferentes provincias dedicado a la supervisión de obras.
A principios de la década del ’80, una mala inversión en la pujante San Bernardo dejó a la familia Moro al borde de la quiebra. Pero aquella frustración cambió el futuro de Claudio. No conocía siquiera la localidad de Castelli, pero apostó, con el consentimiento de su padre, todas sus energías a la estación de servicio y al asador ubicados en el kilómetro 183 de la Ruta 2. Durante los primeros años, el negocio fue manejado en sociedad con otra familia local, los Longhi.
“Sin dudas, nos tuvimos que ir de alguna manera adaptando a los nuevos tiempos. Los servicios de aquel momento y los de hoy son muy distintos. Las condiciones en las cuáles operábamos cambiaron. En ese entonces los buses no poseían baños en las unidades y no brindaban servicios de catering a bordo. Por lo tanto, necesariamente tenían que parar en algún punto de la ruta”, señala Claudio.
Justamente, la adquisición del lugar no fue azarosa. La ubicación a medio camino entre la Ciudad de Buenos Aires y Mar del Plata la hacía correr con ventaja. Pero más allá de la locación, el secreto que le dio impulso al empredimiento fue otro, un factor fundamental muchas veces descuidado en los paradores ruteros : “Sin dudas, fue clave el tema de los baños para el crecimiento del negocio”, asegura Claudio, quien se jacta de que sus clientes no deban hacer cola a la hora de hacer sus necesidades.
“El pasajero de la ruta lo que busca es que uno le brinde servicios de calidad, porque es lo primero que requiere cuando viaja. Después viene el resto de los otros servicios. Pero los baños tienen que estar alineados al servicio que uno brinda, no pueden estar desacoplados”, insiste el dueño de Minotauro, y puntualiza que hoy el lugar cuenta con “tres baterías de baños en distintos lugares del complejo, y eso brinda una calidad de servicio que nuestra competencia no tiene”.
De hecho, la de la higiene fue efectivamente una apuesta temprana: esas tres baterías de baños fueron construidas en 1985. Desde entonces, el parador nunca dejó de expandirse: en la actualidad tiene ocho sectores gastronómicos y food trucks, donde el pasajero puede encontrar platos elaborados con productos locales. De la misma manera, la empresa fabrica su propia gama de productos dulces, alfajores y dulce de leche, sus propios panes y sus tradicionales medialunas.
En el enorme espacio también hay una reserva, con laguna incluida y gran variedad de aves, entre las que se destacan unos 100 flamencos rosados.
24 horas, todo el año
Como corresponde al flujo incesante de la ruta más transitada del país, “en Minotauro estamos abiertos los 365 días del año, las 24 horas del día, excepto las noches de Navidad y Año Nuevo, que durante ocho horas cerramos”, explica Claudio.
Por supuesto, la pandemia, que lo cambió todo, también modificó drásticamente esa lógica. A mediados de marzo del año pasado, el parador debió cerrar sus puertas por primera vez en casi cuatro décadas. Recién en octubre el negocio rutero volvió a levantar sus persianas y, de a poco, como la economía en general, recupera su ritmo de trabajo.
El empresario calcula que antes del Covid 19, el 50% de los clientes se movilizaban en autos particulares, mientras que la otra mitad lo hacía en micros de larga distancia. “Históricamente siempre había sido así, pero hoy es distinto: un 90% llega en automóviles y el 10% en buses. Con la pandemia, la gente no está optando por viajar en micro. Ese servicio es mínimo y no está presente en la ruta, no es que no lo tengamos nosotros. Ellos tienen sus protocolos y las correspondientes autorizaciones, pero la gente que se mueve, por ahora, prefiere desplazarse en su propio auto”, analiza.
Gracias a aportes propios y los ATP, Minotauro logró atravesar estos complejos meses para la empresa y, con su habitual planta laboral de 60 trabajadores, a los que se suman unos 30 empleados más en las vacaciones, está afrontando esta atípica temporada. A través de la confección de “protocolos muy estrictos que estamos cumpliendo a rajatabla, podemos mantener el negocio abierto. De alguna manera, construimos pequeñas burbujas dentro de nuestro plantel de trabajo, en las cuales protegemos a nuestro personal y a los clientes. Eso nos fue ayudando para ir recorriendo este camino nuevo para todos”, afirma Claudio.
Esta no fue la única crisis que tuvo Minotauro. “Transitar estos 40 años no fue fácil. A nosotros de alguna manera nos repercute todo lo que pasa en nuestro país. En los ’90 tuvimos una muy complicada con el cólera, donde había que adecuarse a las medidas sanitarias de ese momento”, explica Claudio, quien menciona también la crisis de 2001, aunque sentencia que nada se asimila a lo que generó la pandemia, que “cambió y va a cambiar el futuro de la gastronomía. Es algo que ninguno de los que estamos en este negocio nos imaginamos que podía suceder”.
Claudio concluye con modestia que “Minotauro es en el fondo una empresa familiar que se nutre de otras historias familiares, porque también hay muchas familias que nos vienen acompañado durante estos 40 años de trayectoria. Han venido los padres con sus hijos y hoy esos padres se convirtieron en abuelos y los hijos en padres y vienen los abuelos con esos nietos. En cierto modo, son tres generaciones a las que en todos estos años hemos visto crecer”.
El plan de replicar Castelli
La marca Minotauro nunca dejó de crecer y hoy la apuesta de la empresa está puesta en la expansión de la franquicia. Pero no a cualquier precio. “Minotauro es un modelo que sigue evolucionando para mejorar la calidad de elaboración de nuestros productos, pero llegó un momento en el que vimos que existía la posibilidad de exportar, a través del modelo de franquicia, la calidad de esos productos que hacemos nosotros acá a distintos lugares de la Argentina”, resume Claudio Moro, cofundador del parador más famoso del país.
En 2015, Minotauro abrió su primera franquicia frente a la Laguna de Chascomús. “Hoy por hoy tenemos un modelo en una ciudad vecina. Lo estamos testeando todos los días, tratando de que evolucione y poder replicarlo en distintos lugares. Si bien podría parecer sencillo, toda la logística y la parte de abastecimiento de los productos es parte de un proceso complejo que no es fácil de ajustar y llevar adelante”, cuenta el empresario.
Claudio añade que este sistema de replicar los servicios de Minotauro en otras rutas debe estar finamente aceitado, “porque los 365 días del año uno tiene que estar abasteciendo de productos a los futuros distintos locales que tendríamos. Hay toda una trastienda que el cliente no ve, pero el producto tiene que llegar con la misma calidad que se lo estamos entregando acá en Castelli”.
El dueño de Minotauro sabe que el próximo paso es la multiplicación de locales y no lo elude, pero insiste en que, para eso, el cliente debe sentirse como si estuviera en el kilómetro 183 de la Ruta 2.
40 veranos en un libro
“Minotauro era un laberinto que iría conociendo con los años y construyendo con muchos oficios a la vez”. Es una de las afirmaciones que Claudio Moro realiza en el prólogo de su libro Minotauro, 40 veranos de una empresa familiar, que acaba de publicar bajo la dirección editorial de su hijo, Nicolás Moro, y la edición y producción de contenidos de Juliana Corbelli.
El libro cuenta en primera persona las experiencias del autor y los orígenes europeos de su familia emprendedora. Además, describe cómo junto a su padre se tomó la decisión de invertir en la compra del parador y la estación de servicio que los Moro convirtieron en ícono rutero.
En la publicación también se aborda el papel clave de Ana, la esposa de Claudio, en el negocio. No solo por su rol como principal contadora en el emprendimiento familiar, sino como pilar ineludible de la empresa en la que supo plantarse ante los representantes de los bancos cuando en alguna oportunidad no le liberaban los fondos de las cuentas para pagarle a los trabajadores.
“Como pyme sobrevivimos a innumerables crisis, en el transcurrir de los diferentes gobiernos, economías, sociedades y culturas. Millones de familias pasaron y pasan por la Autovía 2, cientos de personas trabajaron y decenas de castellenses trabajan con nosotros, celebraron con nosotros, estuvieron en los cambios”, explica el empresario en otro de los tramos, y resume: “Por eso Minotauro es un corazón que siempre está activo, abierto las veinticuatro horas, los 365 días del año, a la espera de que los visitantes lleguen”.