Matías hizo un test vocacional y estaba entre dos carreras: Educación Física o Trabajo Social. Le encanta entrenar y jugar al fútbol, pero se decidió por la segunda. “Porque sentía que podía ayudar a otros chicos en contexto de encierro y, de alguna manera, intentar cambiar lo malo que hice por algo bueno”, explicó. Tiene 18 años recién cumplidos y está alojado en un centro cerrado para menores, por haber estado involucrado en un robo en 2019. Allí terminó la secundaria y logró que le den salidas transitorias para empezar la universidad.
Igual que él, otros tres jóvenes alojados en centros cerrados de la Provincia alcanzaron nivel universitario. De los 516 adolescentes que viven en los 17 Centros de Régimen Cerrado bonaerenses por haber cometido delitos entre los 16 y los 18 años, el 80 por ciento está cursando la escuela secundaria. Un 20 por ciento cursa la primaria y algunos pocos están en etapa evaluativa, para determinar a qué nivel escolar pueden asistir.
En el Día del Estudiante, Matías (su nombre real se mantiene en reserva) celebra haberse animado. “La pasé muy mal cuando recién entré y venía de todas cosas negativas. Sin embargo, después con tiempo fui haciendo casi todos los talleres de oficios que se ofrecen acá en el Centro: carpintería, panadería, electricidad, lo que fuera. Cuando terminé la secundaria, me convencí y me convencieron, porque la verdad nunca pensé que iba a pisar una Universidad con todo lo que pasó”, dice.
“Me gusta la carrera. Me cuesta, no voy a decir que no, porque estoy en primer año y yo la secundaria la terminé virtual acá y en pandemia. Entonces, no estaba acostumbrado a tantos apuntes, materias, teóricos, prácticos y horarios que tengo que cumplir. Pero pienso que les pasa a todos los ingresantes”, comenta. Y agrega: “A mí se me dificulta un poco más porque muchas veces me llevan (la Dirección de Traslados de Niñez y Adolescencia) una hora antes o llego un poco tarde. Es lógico porque no soy el único que necesita transporte. Hay chicos que tienen salidas laborales, van al médico, o lo que sea”.
Más allá de su contexto en el Centro Cerrado “Almafuerte” de La Plata, su rutina estudiantil es compartida por la mayoría de los alumnos y alumnas. Se levanta temprano y se prepara unos mates mientras repasa las fotocopias y apuntes de la clase anterior. Lo pasan a buscar y sale para la Facultad de Trabajo Social de La Plata, donde cursa el primer año de la Licenciatura en Trabajo Social.
“La verdad es que me apoyaron mucho. El equipo de técnico profesional, en espacial la psicóloga Mariana, me dio su confianza desde el primer día que llegué. Pero, en ese entonces yo era otra persona”, define el joven, oriundo de Avellaneda. “Me encanta de la Facultad lo grande que es, y los espacios amplios, las aulas. Además, me sorprendió que todos van vestidos de diferentes formas y pueden opinar diferente y nadie se mete con nadie. Eso me parece genial”.
En todos los Centros de Responsabilidad Penal Juvenil de Régimen Cerrado del Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia existen extensiones aúlicas que funcionan puertas adentro en convenio con las escuelas y colegios públicos. En los que tienen régimen de semi-libertad, los jóvenes pueden salir para estudiar en los establecimientos educativos de la zona.
“Nada me resulta fácil, hay días que me levanto y no quiero hacer nada, como les pasa a todos, solo que acá todo cuesta el doble. Ahí es necesario que alguien te ayude”, plantea. Es entonces cuando se vuelve clave el rol de las y los profesionales que lo rodean, de sus compañeros, su familia, el defensor oficial y el juez, quien autorizó las salidas para que pueda empezar un proyecto de vida propio. Para construir su futuro.