Agosto y septiembre de 2022. La esquina de Juncal y Uruguay, morada de la vicepresidenta Cristina Fernández, toma ribetes míticos. Un ícono. Entre movilizaciones, vallas, represión e intento de asesinato, Recoleta se volvió el epicentro de la política argentina. Casi una novedad para un barrio que nació como chacras, que fue canjeado por un traje, y que se volvió la zona aristocrática porteña hace un siglo y medio tras el cauce fatal de la fiebre amarilla.
Luego de fundar Buenos Aires en 1580, Juan de Garay repartió las tierras entre las 65 personas que lo acompañaban. Seis de ellas estaban en lo que hoy es Recoleta. La zona central del barrio le había quedado a Rodrigo Ortiz Zárate que instaló una chacra llamada “Los Ombúes”, en base a la gran cantidad de árboles de esta especie que abundaban la región. Tras su muerte, el hijo mayor, Juan, heredó las tierras. Pero no las quiso. Y las vendió al capitán francés Beaumont. ¿A cuánto? A cambio de un traje completo de hombre. Consideraba que ese lugar no tenía valor. Beaumont no se quedó atrás. En 1608 las vendió por una tenaza, una peluca y un abrigo. Hoy el metro cuadrado de Recoleta asciende hasta 3130 dólares. Lo más caro de CABA.
La cicatriz que perdura
A comienzos del siglo XVIII, un matrimonio donó un lote a los frailes Recoletos descalzos de la Congregación Franciscana, quienes en 1706 comenzaron a construir el Convento y la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, inaugurados 26 años después. Con ellos nacería el nombre del barrio.
“Era una zona rural, la iglesia del Pilar estaba fuera de los límites de la ciudad –comenta Ricardo Watson, director de Eternautas: Viajes históricos que realizan recorridas guiadas por el barrio–. No se fue dando de manera uniforme la ocupación de la ciudad. La plaza San Martín era el límite, y después por un sendero llamado Bella vista que corría por lo que hoy es la avenida Alvear, se bajaba y llegaba a Palermo, atravesando chacras y quintas”.
El Cementerio de la Recoleta nació luego, junto a la Basílica, en lo que fue un antiguo huerto. Cuenta Watson que “la reconversión en una zona urbana se da recién con la intendencia de Torcuato de Alvear de 1880 en adelante. Un proceso gradual donde aparecen estos grandes palacios y mansiones, no tanto las actuales de avenida Alvear, que son del siglo XX, sino unas casonas anteriores, casi todas fueron demolidas”. En la Recoleta del siglo XIX los palacios convivían los conventillos, fábricas, el mundo obrero: «no hay que mirar la ciudad con los ojos de hoy. Por supuesto existían grandes residencias imponentes, pero incluso en lo que hoy es Barrio Parque uno se encuentra con lotes pequeños. Justamente porque en sus orígenes fue un barrio obrero”.
Pero entonces, la peste. Cólera y luego fiebre amarilla. La de inicios de 1871 marcaría la historia porteña. Los primeros casos se dieron en San Telmo y Monserrat, se suponía que los contagios vinieron por la Guerra de la Triple Alianza. Luego se supo que el portador fue el mosquito Aedes aegypti. Pero las condiciones de insalubridad en una ciudad sin cloacas ni una política de tratamiento de residuos, fueron determinantes. Los hospitales colapsaron y fundaron el cementerio de la Chacarita, adonde llegaba el “tren de la muerte” desde la actual esquina de Jean Jaurés y Corrientes, comandado por la locomotora “Porteña”.
La cifra oficial de muertos fue de 13.614. La mitad eran niños. Cuenta Felipe Pigna que “después de la tragedia comenzaron a ser debatidos los proyectos para emprender las tareas tendientes a que los habitantes de Buenos Aires tuvieran agua potable y cloacas. Pero en cuanto comenzaron a quedar atrás los ecos de la fiebre amarilla, los proyectos fueron cajoneados y sólo se encararon los que correspondían al Barrio Norte y Recoleta, donde moraban ahora los poderosos que habían abandonado tras la epidemia sus casonas de San Telmo y Monserrat para convertirlas en rentables e insalubres conventillos”. Desde ese entonces, el norte y el sur porteño quedaron separados social y culturalmente por la avenida Rivadavia.
Todo palacio es político
Las décadas siguientes marcarían una Recoleta de espacios verdes y enormes palacios, la coqueta Avenida Alvear, cafés notables como La Biela, el Museo de Arte Decorativo, y el cementerio tan turístico como histórico, inspiración para Borges: “Bellos son los sepulcros, el desnudo latín y las trabadas fechas fatales, la conjunción del mármol y de la flor y las plazuelas con frescura de patio y los muchos ayeres de la historia, hoy detenida y única”, escribió en “La Recoleta”.
Hay palacios con historia. Es el caso del Alzaga Unzué, a metros de la exclusiva avenida Alvear. Fue un regalo de bodas para dos hijos de la aristocracia agroexportadora de principios del siglo XX: Félix Saturnino de Álzaga Unzué, de 31 años, y Elena Peña Unzué, de 24. El obsequio más caro de todos. La construcción estuvo a cargo del arquitecto escocés Robert Russell. Se demoró cuatro años en terminarlo, pero finalmente logró erigir uno de los mayores símbolos porteños de la abundancia y la ostentación, combinando a lo largo de sus cuatro plantas el estilo eduardiano inglés de Félix con el gusto de Elena por los castillos franceses de la Belle Époque.
Más allá de esa imagen de barrio de élite, Recoleta estuvo relacionado a episodios políticos. La Biblioteca Nacional funciona en lo que fue el Palacio Unzué, antigua sede presidencial de casi tres manzanas que albergó a Juan Domingo Perón y Evita. Luego de la muerte de Eva, nucleó a gran número de seguidores que peregrinaban hasta la lujosa mansión (y sus respectivos y enormes jardines). Tan asociado quedó al peronismo, y tan rechazada fue la presencia de militantes en una zona tan distinguida, que el Palacio terminó demolido por los militares en 1955.
Incluso hay un antecedente de violencia política en el barrio. En 1909 el nefasto jefe de policía, Ramón Falcón, mandó a reprimir la marcha por el 1° de Mayo. Murieron 12 personas. En el velorio masivo, volvió a reprimir. El 14 de noviembre de ese año, un joven anarquista le tira una bomba casera al carruaje donde iba Falcón junto a su secretario, en la esquina de Quintana y Callao. Horas después Falcón muere. El gobierno de Figueroa Alcorta declara el Estado de Sitio, que perdurará en los festejos por el primer centenario de la Patria. El que arrojó la bomba se llamaba Simón Radowitzky, pero esa ya es otra historia. «
Ecléctica
Ricardo Watson sostiene que luego de las epidemias de la segunda parte del siglo XIX se produjo una “mudanza social”, de gente en busca de demostrar su recientemente adquirida jerarquía, y abandonó la casona con patios de San Telmo hacia una nueva construcción: “no diría francesa sino academicista, ecléctica, no hay nada demasiado francés en Buenos Aires, todo es en general una arquitectura dominada por el eclecticismo, donde hay dos variables centrales: lo italiano en todo lo que es columnas pilastras, frontis, el almohadillado, que se combina con lo francés de la mansarda, techos de pizarra gris y una escala gigante de la composición; esa idea francesa de ‘hôtel particulier’”.