El primer desafío que impuso la pandemia fue logístico: cómo hacer llegar de forma segura comida a comedores, hogares, merenderos y diversas organizaciones que reciben mercadería del Banco de Alimentos. La cuarentena recién comenzaba y el virus aún no había irrumpido en los barrios más vulnerables. Un año después, el panorama es otro y la segunda ola hace estragos. En este tiempo, saltó de 167 mil a medio millón el número de personas que recibe comida en el marco de esa red en la Ciudad y los tres primeros cordones de la Provincia de Buenos Aires.
El Banco de Alimentos es una organización sin fines de lucro que trabaja sobre tres ejes: “reducir el hambre, mejorar la nutrición y evitar el desperdicio de alimentos”. Una modalidad que funciona en distintas partes del mundo desde hace décadas y se basa en la “recuperación de alimentos que por alguna razón no se comercializan pero están en buen estado, se reciben en donación y se distribuyen entre organizaciones sociales de base: comedores, asilos, centros de día para adicciones, merenderos con apoyo escolar”.
El principal crecimiento que relevaron tiene que ver con que “los que se acercan ya no son los beneficiarios directos de la pre pandemia, como podía ser el chiquito que iba a apoyo escolar. Ahora es ese chiquito y toda su familia. En ese punto vemos que donde antes se alimentaba a uno, ahora se alimenta a más de uno. Se multiplicó por cuatro o cinco”, remarcaron desde la organización. Por eso, si bien en la pre pandemia los principales beneficiarios eran niñas, niños y adolescentes, en tiempos de covid eso se amplió también a las y los adultos de 1.200 comedores y otras organizaciones sociales ubicadas en la Ciudad de Buenos Aires y 38 partidos del Gran Buenos Aires.
Paula Gocalves, responsable del área social del Banco, contó a Tiempo que “cuando empezó la pandemia en marzo del año pasado pensamos ‘es un mes y volvemos’. El covid no estaba aún en los barrios más vulnerables. Nuestras primeras preguntas eran si tenían protocolo, si se habían reconvertido, de qué forma impactaba, si conocían a alguien con covid. Hoy el panorama es el opuesto: está instalado y nos dicen ‘falleció la referente’ o ‘vamos a cerrar tres semanas porque está todo el plantel con covid’”.
“Muchas veces quienes trabajan (en los espacios de asistencia) son de la misma comunidad y con un estado de salud deteriorado, con enfermedades previas como diabetes, problemas de sobrepeso, son mucho más vulnerables a cualquier enfermedad y más con el covid. Hay organizaciones que cerraron, las que trabajaban con voluntarios que no eran del lugar han suspendido actividades por ahora. Aparte del duelo y lo que implica la pérdida de referentes. Porque estas instituciones actúan muchas veces como un lugar de referencia que no sólo tiene que ver con dar comida”, destacó.
El aumento de la necesidad de alimentos se refleja también en la cantidad de comida repartida: de cinco millones de kilos en 2019 a más de siete millones de kilos en 2020. En total creció un 53% la mercadería entregada, en su gran mayoría alimentos (93%) y el resto, productos de higiene. Todo esto, en formato de viandas o bolsones. Ya no más mesas y espacios compartidos. “Este año en marzo estaban todos expectantes para armar burbujas y planes. La expectativa era la vuelta a la presencialidad. Pero la modalidad sigue siendo la no presencialidad porque es un riesgo para todos. Ya no se quedan a comer, que era una de las cosas para crear comunidad, que compartan. Ahora no se puede”, lamentó Gocalves.