«Tenemos que convivir todos en paz, los peronistas y los que quieren asesinar peronistas. Todos tenemos que reflexionar. La culpa es de todos, como sociedad». El irónico texto de un usuario de Twitter refleja cómo se desarrollan las horas posteriores al intento de asesinato a Cristina, y la reacción de la oposición mediática y política: primero, atribuyéndolo a un hecho individual; luego, reciclando la teoría de los dos demonios, en la que todos los sectores infunden odio y violencia, incluso el que tuvo a su jefa política como víctima. Daniel Feierstein, doctor en Ciencias Sociales, investigador del Conicet y docente en la UNTREF y la UBA, enfatiza que no se puede generalizar porque los atacados siempre son del sector popular, y señala al episodio como un «parteaguas» que, dependiendo la actitud de Juntos por el Cambio, puede terminar con el consenso político posdictadura para entrar en una nueva fase de naturalización de la violencia, similar a países como Brasil y Colombia.
«Hace años vengo señalando el crescendo de esta novedad neofascista en nuestro país, y este hecho es expresión de eso –remarca–. Pero no era esperable, la verdad no lo imaginaba. Pienso que es un desafío a los consensos construidos a partir de la posdictadura, y las repuestas tanto para bien como para mal de todo el arco político no kirchnerista va a implicar un parteaguas. Por un lado hubo periodistas y dirigentes de la oposición que entendieron que esto es un quiebre, que hay que bajar un cambio y recomponer las condiciones mínimas de la convivencia democrática. Y por otro lado ves grupos con una continuidad del crescendo como si no hubiera pasado nada. Me llama la atención por la gravedad institucional respuestas como las de Bullrich y Cornejo en quienes ni siquiera una situación como esta pueda implicar una revisión de esta escalada. Se juega mucho en estos días o semanas en saber a cuántos va a representar cada una de esas actitudes, ver si se logra lo que ocurrió prácticamente siempre hasta ahora: que los sectores más extremos o radicalizados queden reducidos a un margen más pequeño, excluidos de la estructura política. Pero si eso no ocurre será un cambio de etapa, y este proceso irá a una radicalización en todos los niveles, porque ninguna estructura política va a tolerar que sus cuadros políticos estén permanentemente en peligro sin que eso genere una repulsa inmediata incondicional del resto».
–A diferencia de momentos históricos críticos anteriores, hoy los medios y las redes parecen protagonistas.
–Las empresas mediáticas existieron siempre, hoy con un nivel de concentración mayor; las redes sociales sí son un fenómeno más nuevo, pero la responsabilidad fundamental sigue estando en los representantes político–sociales, gremiales, empresariales, si hay un acuerdo entre esas fuerzas lo que haga o no un medio será relativo. Por eso este tiempo es crucial. Queda por ver cómo queda ordenado el mapa, si realmente hay una continuidad del crescendo de odio de un grupo pequeño, que siempre existió y es controlable, o si es un cambio de etapa. Si lo minoritario es la actitud de condena incondicional habría cambiado algo de lo que fue la experiencia política argentina desde el 83 hasta hoy, y esto nos acerca a realidades mucho más preocupantes que son comunes en otros países, en Brasil, Colombia o México. Aquí se había logrado construir otra cosa. Hay un tema generacional también, muchas personas ingresaron a la vida política sin conocer la experiencia previa dictatorial, eso pueda jugar un papel en que ese consenso que duró 40 años se pueda quebrar, lo cual tendría muchísima gravedad.
–También se hizo énfasis en que el atentado fue un «hecho individual».
–Es un problema en varios niveles. Lo primero es que no se sabe, hay que hacer una investigación, por eso la condena inicial debe ser incondicional. Si es una persona que actuó por la suya, también tiene gravedad, porque no parece un desquiciado. Es parte de un contexto que ha creado este clima, que va en una sola dirección: no ha habido nadie de ningún movimiento popular que haya atentado contra la vida de ninguna figura de los partidos políticos de la derecha. Por eso me preocupa la novedad de estos años del fascismo. Las otras estructuras políticas realizan su llamado a la participación y movilización siempre conviviendo en un clima de confrontación, pero con ciertas reglas de juego. La novedad fascista es que busca la construcción de un enemigo inconciliable, que tiene que ser eliminado del mapa político, no sólo su proyecto sino eliminadas las personas que expresan ese proyecto. No hay posible diálogo con el fascismo. Por eso tiene que quedar en claro si es una confrontación de los proyectos, o una confrontación de la supervivencia de cada uno de nosotros.
–¿Qué pensás de la idea de ubicar a todos en la misma bolsa de odio y violencia?
–Eso sería un retorno de la lógica de los dos demonios que no corresponde. Está claro que esto proviene de un núcleo político neofascista que, además de tener representación política propia, ha ido ganando presencia también en el principal conglomerado opositor del país. Lo más grave es lo de Bullrich, siendo la presidenta de ese partido opositor. Por eso es muy importante que ese sector deje muy clara su posición e identifique y aparte a aquellos que no están dispuestos a la convivencia democrática. Hoy tienen un problema interno por resolver: quién conducirá a Juntos por el Cambio. Eso no lo puede resolver la agrupación agredida. Lo que uno puede pedirle al kirchnerismo, hasta cierto punto, es que no ingrese en una lógica equivalente de violencia. Pero el atentado lo sufrió una sola persona, no lo sufrieron de un modo equivalente los distintos representantes políticos de Argentina.
–Si el núcleo duro gana esa interna opositora ¿es factible que se naturalice la violencia política en el país?
–Esa es la alternativa si no se logra poner un freno. Y eso escala en todas las estructuras políticas. Si no te quedás afuera por avalar o minimizar el asesinato de tu adversario político, eso rápidamente se convierte en un espejo que marcará un cambio de etapa. Genera otro clima de funcionamiento político que no sabemos a dónde puede llevar, pero que implica la degradación política, que ya bastante degradada está (por múltiples responsables), y que es funcional a que se naturalicen estos episodios de violencia extrema. «