Damián Marino está convencido de que algo tan inasible como el «clic» existe. «Yo ya estaba a cargo del equipamiento de alta complejidad –recuerda– y un día una chica me tocó el timbre del laboratorio. En una mano tenía un bebé y en la otra una botellita de plástico. Me contó que vivía en un barrio de las afueras de La Plata donde había una cancha de fútbol, y que la querían fumigar para cultivar soja. Me siguió contando que las mamás habían salido a pelear porque en esa cancha jugaban sus hijos, y que una aprovechó para sacarle una muestra del pico de una de las máquinas fumigadoras. Queremos saber qué es, me dijo. Yo, con toda la ortodoxia a cuestas, le expliqué que tenía que mandar un correo al instituto pidiendo el análisis, que después nosotros se lo íbamos a cotizar, y mientras le estoy diciendo todo esto me vi reflejado en sus ojos y me sentí un reverendo estúpido. La mirada de ella fue un espejo y ese fue mi clic. Le agarré la botella y le pedí que me esperara diez minutos en el bufet. Cuando se la devolví, le dije que tenía una mezcla espantosa de glifosato y clorimuron. Entonces me preguntó qué tenía que hacer. Le anoté en un papel mi nombre, mi correo, lo que tenía la muestra y la dirección del Defensor del Pueblo, para que fuera a hacer la denuncia. Ese papel escrito con lápiz se transformó en una ordenanza municipal, que reguló las fumigaciones en su barrio».
–¿Y la ortodoxia?
–La pateé. Descubrí que, al romper con todas las estructuras, mi intervención había significado para esta persona una transformación importante. Después de eso se me iba a hacer muy difícil volver a convivir con la ortodoxia. Cuando entré a Exactas, en el año 1996, quería el Premio Nobel. Todo ese mundo de pensamiento terminó en esto que soy ahora.
Lo que Marino es casi no entra en una tarjeta personal –licenciado en Química; doctor en Ciencias Exactas; investigador adjunto del Conicet; profesor, categoría asociado, de la Universidad Nacional de La Plata; y coordinador del área de Ambiente de la licenciatura en Química y Tecnología Ambiental y de la comisión ad hoc de la Red de Seguridad Alimentaria–, aunque probablemente sea más justo presentarlo como el especialista dedicado a probar la grave situación ambiental –que incluye la exposición humana– causada por el actual modelo de producción agraria. Por eso, sus trabajos son citados en prácticamente todas las demandas judiciales contra productores o aplicadores de agrotóxicos (muchas causas lo tienen, además, como parte, al aportar apoyo científico a la denuncia de las víctimas), y en reiteradas oportunidades conferenció o brindó charlas en concejos deliberantes, legislaturas y hasta en el Senado de la Nación.
«Se habla de que soy un referente, pero creo que la única cosa que yo hago es cruzar el umbral de la universidad. Hay tantísimos investigadores que hasta tienen mejores resultados que los míos, pero están en la comodidad de cumplir con los pasos a los que te obliga el sistema: investigar, escribir el trabajo, publicar y así seguir avanzando. Lo único que me diferencia del resto es esta decisión política de recorrer las calles, de poner en jaque a la ciencia dura y plantear para qué y para quién hacemos lo que hacemos».
En la formación de Marino hay dos presencias ineludibles. La más evidente es la del médico Andrés Carrasco, uno de los primeros investigadores que alertó sobre las consecuencias dañinas del glifosato, lo que le costó soportar toda clase de difamaciones y amenazas. La otra, más íntima, es la de su padre José, un sindicalista del gremio de los plásticos que le legó el hábito de «defender los derechos atropellados por los poderosos».
«Uno, como gobernante de un país, debería tender a bajar la desocupación, la pobreza, busca mejorar esos índices. Yo me pregunto cuándo vamos a tomar la decisión de bajar el uso de plaguicidas. Con frenar la curva ascendente sería un gran primer paso. Hasta ahora nunca estuvo en los planes de ninguno. No se puede demorar más, porque este tema no lo vamos a resolver en un año ni en cinco ni en diez. Lo que viene faltando desde hace mucho tiempo es la decisión política de iniciar un proceso de resolución, porque la situación es desesperante».
Parte de la perversión
Marino reconoce que el glifosato es la columna vertebral del sistema de producción, pero advierte que la parte nunca va a ser más importante que el todo.
«El glifosato –argumenta– pasó de ser una molécula muy rentable para las corporaciones a convertirse en una molécula problemática, con juicios, demandas sociales y demás. Va a aparecer otra molécula y en vez de tardar 30 años para probar que tiene un montón de problemas, lo haremos en 20, porque ya habrá otra tecnología de investigación, pero eso significa una nueva ventana de tiempo donde las multinacionales van a seguir trabajando. Por eso, más allá de la molécula que sea, lo que hay que discutir es el modelo de producción que queremos tener».
–¿Qué consecuencias ambientales trae el modelo actual?
–Antes que ninguna otra cosa, provoca efectos sobre la biodiversidad, porque el primer receptor de los plaguicidas es el suelo. También hay contaminación en los sedimentos de los fondos, en el barro de los ríos y arroyos, donde se conserva mucho tiempo. Uno de los trabajos que hicimos que más impactó fue probar que había glifosato en las gotas de lluvia, lo que significa que está en todos lados. Pero, sin dudas, la peor parte de la perversión se la llevan los pueblos fumigados. Cuando ves los datos epidemiológicos, encontrás que tienen aumentados los casos de cáncer, los abortos, problemas de salud infantil. Los nenes tienen mayor riesgo de contraer todo un conjunto de patologías asociadas a cuestiones celulares, como carcinomas, leucemias, enfermedades autoinmunes.
– Que alguien como Marcelo Tinelli se exprese sobre estos temas, ¿es señal de una mayor concientización?
– Es importante que gente tan visible lo diga, porque el tema repercute. La suerte que tenemos es que Tinelli tenga una mujer como Guillermina Valdés, que hace años que está comprometida con la causa. Pero vamos a ser honestos: los grandes medios de comunicación hegemónicos siguen sin hablar del problema. Tampoco ningún funcionario en sus campañas políticas lo toma como algo real. El tema se oculta debajo de la alfombra porque hay un lobby fuerte de las multinacionales. Argentina está atada a un sistema monetario donde tiene que pagar la salud, la seguridad, la educación, y eso va a depender mucho de esta producción agrícola.
–¿Sos optimista o pesimista respecto al futuro?
–Soy muy optimista, no porque crea que este modelo vaya a cambiar, sino porque los movimientos sociales están organizados. Creo que estas demandas se van a activar mucho, porque el gobierno que termina nunca habilitó una vía de comunicación, es más, como gobierno empresarial que era, su única prioridad siempre fueron las empresas. Tengo la esperanza de que el nuevo gobierno recupere la ciencia y la tecnología, ayude a la agricultura familiar, y habilite algún tipo de discusión para empujar la transformación.