«La llegada de Internet a los celulares y la masificación de los smartphones generaron un cambio total de paradigma. Fue algo tan disruptivo como la invención de la rueda o el descubrimiento del fuego», evalúa Damián Kirzner, productor audiovisual especializado en transmedia, tal como se presenta en su cuenta de Twitter, una de las nuevas tarjetas profesionales del siglo XXI.
La palabra transmedia resuena como uno de los términos de la época, pero son pocos los que entienden a qué hace referencia. Kirzner arriesga una definición para principiantes: «Las historias no cambian a lo largo de los años. Las telenovelas de hoy repiten esquemas de las tragedias de Shakespeare de antes. Lo que cambia es cómo le contamos la historia a la gente. La narrativa transmedia plantea que entendamos a este ser humano que lleva Internet en un dispositivo pegado a su cuerpo y que contemos esa historia en las plataformas más convenientes. Esto genera también nuevas formas de monetización y hasta permite que el público ahora sea ‘prosumidor’, porque produce y consume contenido con el celular al mismo tiempo. En resumen: una narrativa transmedia es un contenido que se cuenta en múltiples plataformas y en las que las distintas audiencias pueden participar activamente». Sobre eso, precisamente, se hablará en Mediamorfosis, el encuentro destinado a analizar y promover las nuevas narrativas que el propio Kirzner dirige y que tendrá lugar el 30 y 31 de agosto en el Centro Cultural de la Ciencia.
–Los nuevos consumos informativos y culturales afectaron los modelos de negocio de las productoras de contenidos. ¿Cómo se adaptan a los cambios?
–Antes, lo que estaba establecido era que sólo unas pocas grandes empresas (radios, canales de tevé, diarios) emitían contenidos y los demás recibían. Eso se terminó. Porque aunque esas antenas siguen siendo importantes, ahora hay más diálogo entre la gente. Y las marcas ven que pueden elegir dónde poner su anuncio para llegar exactamente al público que desean. Y también empiezan a aparecer ciertas autopistas que te cobran un peaje muy alto para poner tu cartel para que la gente lo vea (Google, Facebook, etcétera). Ahí las empresas productoras de contenido ven que hay un problema, y por eso este es el momento de experimentar.
–¿Y quiénes están experimentando?
–Todos. Porque las herramientas se democratizaron. En Mediamorfosis vamos a contar la historia de Tumaranke, un proyecto de docentes italianos que recibieron a unos chicos inmigrantes africanos que llegaron a las costas de Sicilia sin nada, pero con smartphone. Porque lo usan para contactarse con sus familias, y porque además son nativos digitales y deben tener cuentas en Facebook o Instagram. Entonces, lo que hicieron fue enseñarles a usar sus teléfonos para contar sus historias. Como hacían en otras épocas, escribiendo o cantando. Y así armaron una película colaborativa creada por los chicos desde la balsa hasta el refugio donde viven hoy en Italia. Todos pueden experimentar. Las grandes empresas, porque tienen capital y porque cada vez venden menos diarios, como La Nación. Y otras, como Tiempo, que son cooperativas, necesitan hacerlo también para sobrevivir.
–¿Cómo está la Argentina en ese nivel de experimentación?
–Yo nos veo bien. Tenemos un nivel creativo y emprendedor alto, a pesar de que las condiciones de capital de trabajo son imposibles, porque es carísimo. Construimos en tierras de terremoto, pero hay muy buenas experiencias.
–La contraparte de la hiperconexión es el temor a la pérdida de privacidad. ¿Cómo ves ese dilema?
–La privacidad es analógica. Yo decido cuándo me pongo en modo analógico o digital. Si muestro mi foto en una red social o no. Uno empieza a elegir qué hace, define si manda un mensaje o lo habla cara a cara. Estamos en la era de la pérdida de la inocencia digital. Si vos querés filmarte en una orgía, ya no sos inocente. Sabés que eso va a ir a parar a algún lado.
–Hoy los chicos parecen estar alfabetizados digitalmente antes que analógicamente…
–Como los pibes que llegaron de Ghana con un smartphone y saben crear historias en Instagram. Esa es una narrativa particular, con códigos. Y como dice Carlos Scolari, seguramente los alumnos en la clase saben más que los profesores sobre cómo encuadrar con el celular. Quienes nacen digitales tienen estos saberes.
–¿Y hacia dónde va el desarrollo en contenidos?
–Vamos hacia plataformas digitales que nos permiten vivir experiencias sensoriales únicas. Ya estamos acostumbrados a trasladar lo visual y el oído. Pero vendrán el olfato, el gusto, el tacto. Por ahí viene lo experiencial. Y sobre la geolocalización hay algo muy interesante, porque es el cruce más directo entre lo analógico y lo digital. Porque estoy acá haciendo esto y no es lo mismo que esté en otro lugar. Porque finalmente la vida la vivimos en un lugar físico. Y eso permite desarrollos comerciales, narrativos, lúdicos. «
Colaborativismo
«Cayó el Muro de Berlín y el comunismo. Después brilló el capitalismo y ahora estamos en una crisis en la que nos estamos comiendo los ojos entre todos sin encontrar el bien común. Entonces, el mundo digital y lo colaborativo empiezan a conformar un espacio de reconocimiento del otro. Porque iguales no somos y dominarnos tampoco funciona. Ahora que estamos conectados, ¿por qué no tratamos de intercambiar lo que necesitamos y conocemos?», propone Kirzner. «En el mundo de las cooperativas se habla de cooperativismo. En el digital se habla de colaboración. En el de los negocios se habla de win-win. Hay una línea más que es la del asociativismo. Pero en definitiva, se trata de reconocernos y colaborar el uno con el otro. Cada uno aporta su capacidad de producción y su audiencia. Hay un camino importante ahí, y es donde las corporaciones tienen problemas. Porque siguen con la lógica de querer quedarse con todo».
El proyecto Mediamorfosis, dice Kirzner, sigue esa línea. «Porque ya se hace en nueve países y el año que viene estaremos en cuatro más. Porque hay socios en cada país, donde cada uno aporta el saber local y nosotros la experiencia global», repite evocando lo que aprendió de su abuelo, uno de los fundadores de la cooperativa del banco mercantil de Villa Crespo, que fue la base del Credicoop.