«¡Salió la ley, Diana!”, dice el cronista de la Televisión Pública desde el Congreso. Diana Zurco, desde los estudios suspira profundo, “Así es”, responde la periodista que el año pasado se convirtió en la primera conductora trans de la tevé argentina y es parte de ese pequeño porcentaje de la comunidad travesti y trans que hace apenas unos años pudo incorporarse al trabajo formal. Después, en sus redes sociales, confesó su esfuerzo gigante para no quebrarse. Pero la emoción por el día histórico quedó plasmada en el suspiro.
La Ley de Cupo e Inclusión Laboral Travesti-Trans “Diana Sacayán-Lohana Berkins” fue aprobada en el Senado por amplia mayoría entre aplausos y lágrimas de activistas adentro y afuera del recinto. La ley tan militada por esas grandes travestis a quienes les dedicaron el nombre contempla el 1% de las vacantes de la administración pública a personas travestis, transexuales o transgénero, marca un nuevo hito en la democracia argentina y posiciona al Estado como su protector principal. Todo eso ante un colectivo de gran población en la Argentina que históricamente está atravesado por el No. De personas que saben que tienen escasas posibilidades de vivir más allá de los 40 años. Que no pueden acceder a programas sociales, que no pueden alquilar una casa, que en el caso de querer, no pueden acceder a otro trabajo que no sea en las calles, que no pueden ni pensar en su futuro.
El año pasado, en plena pandemia, las redes activistas visibilizaron la extrema situación en la que vivían las travestis. Esas demandas permitieron generar desde el Estado estrategias para atenderlas. Así, salió el decreto 721, un antecedente de la ley. Desde el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades, a través de la Subsecretaría de Políticas de Diversidad, se trabajó intensamente para que se habiliten accesos a programas sociales. Así, comenzó a acompañar a un colectivo históricamente abandonado, y que durante el kirchnerismo comenzó a recuperar su dignidad.
Ahora el Estado deberá profundizar su trabajo en otros ámbitos para terminar con los crímenes de odio y por motivos de género y con la discriminación, una demanda que ni el poder político comprende, como demostraron los legisladores que se abstuvieron o el senador cordobés Ernesto Martínez, que votó en contra de esta ley.
“Eso somos como país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis. La huella dejada en determinados cuerpos, de manera injusta, azarosa y evitable, esa huella de odio”, se lee en Las malas, la impactante novela de Camila Sosa Villada que cuenta cruda y también amorosamente la vida travesti, precisamente en Córdoba. La novela, con dedicada edición de Juan Forn, es apenas un recorte de lo que la comunidad travesti y trans vive cada día en la Argentina. Es contra esa violencia que esta ley se celebra.
“Fuimos olvidando lo importante: que ser travesti era una fiesta. Porque la más hermosa de todas nosotras ya no estaba ahí para recordárnoslo”, dice Las malas. Pero en la realidad, esta vez fue distinto, porque estaban. Desde las banderas, Diana Sacayan y Lohana Berkins sonreían más bellas que nunca. También estaban todas aquellas que quedaron en los caminos de un país sin derechos. La historia cambió y el jueves ser travesti fue una fiesta en la que entre tanta euforia también flotaba una pregunta, “¿Dónde está Tehuel?”, porque en esa sonrisa está grabado todo lo que nos falta. «