La presencialidad sigue siendo un factor de discordia en las escuelas porteñas. Mientras el Gobierno de la Ciudad apunta a ampliarla, gremios docentes y colectivos de familias continúan reclamando virtualidad hasta que se complete la vacunación o baje notablemente la cantidad de contagios de coronavirus. En el medio, madres y padres desde las cooperadoras escolares apuntan a que esa presencialidad –aún resistida- sea lo más cuidada posible. Y consideran fundamental la instalación de medidores de dióxido de carbono en las aulas, para evaluar la calidad del aire y estar alertas cuando disminuye la ventilación y aumenta el riesgo. Como el Ejecutivo local no colocó estos dispositivos ni planea hacerlo, pusieron manos a la obra para aprender a armar sus propios medidores. Sin dejar de reclamar que sea el Estado el que los garantice.
“Esto empezó en febrero, cuando estábamos con toda la complicación de la pandemia y el inicio de clases, y pensando qué podíamos hacer para una presencialidad más cuidada. Jorge Aliaga (físico del Conicet y la Universidad de Hurlingham) difundió en su página una primera versión de medidores que estaban usando en España para regular la apertura de ventanas en el invierno de allá. Comenzamos a ver la posibilidad de construirlos, porque se construyen con código abierto”, contó Luz Pearson, mamá de un nene en la escuela Mariano Acosta y miembro de la cooperadora.
Las primeras dificultades tuvieron que ver con conseguir los componentes, sobre todo los sensores. Hubo que esperar que se importaran y lidiar con fuertes aumentos de precios (casi se cuadruplicó su costo con el aumento de demanda). Para poner manos a la obra, la cooperadora convocó al profesor de física y matemáticas de la escuela, Alberto Falabella, quien se prendió enseguida.
“Tuve la suerte de conocerlo a Aliaga en 2016 cuando fue la Noche de los Museos en el Mariano Acosta. Estábamos haciendo la presentación de lo que habíamos desarrollado e intercambiamos palabras. Me reencontré ahora: es una persona maravillosa y todas las dificultades que tuve lo consulté. El proyecto que él lleva adelante es mucho más amplio, quiere que esto llegue a todas las escuelas. Porque el problema de los medidores no tiene que ver solo con el Covid: hay una medida estipulada donde a partir de ese valor es difícil concentrarse para aprender. El medidor es algo necesario”, destacó Falabella.
Su proyecto apuntó originalmente a una fabricación colectiva en el aula. Pero luego la intermitencia de las cursadas presenciales y virtuales en el nivel secundario echó por tierra esa posibilidad. El profesor se hizo cargo de la construcción del dispositivo, luego de que la cooperadora financiara la compra de un sensor de más de 15 mil pesos (después de probar los más económicos y comprobar que no funcionaban). Recibieron donaciones de sensores para construir seis más, pero para avanzar en el proyecto y poder adquirir el resto de los compontes comenzaron una colecta en la comunidad educativa, que avanza a grandes pasos.
“Quisiéramos que los medidores estén en agosto. Si en esta etapa nos va bien, podríamos hacer una etapa 2 para encararlos como proyecto pedagógico. En paralelo, lanzamos una solicitada para que el GCBA distribuya medidores en las escuelas. Porque una escuela chica no tiene esta posibilidad que tiene el Acosta. Estamos juntando firmas”, señaló Pearson. Y cuestionó que “el GCBA no da difusión al contagio por aerosoles. Vamos a empezar a difundir para lograr que los 1200 establecimientos educativos los tengan, algunos no tienen las cooperadoras o un profesor de secundaria que los pueda construir. Es una responsabilidad del Estado”.
Hay por lo menos otras tres escuelas con proyectos semejantes en curso. En la República de Colombia, por caso, decidieron gestionar su propio medidor tras conocer la experiencia del Acosta. También fue Aliaga quien les facilitó la tarea: “Nos dio una charla, nos explicó, nos mostró la página de él donde hace una explicación detallada del tema del contagio por aerosoles y la construcción de medidores. Él liberó las instrucciones, dice hasta dónde conseguir los componentes”, agradeció María Schujer, mamá de un nene de cuarto grado en esa escuela y miembro de la cooperadora. “Nos hizo un contacto con la Universidad de Hurlingham, donde están produciendo unos kits para armar, que están distribuyendo en la Provincia de Buenos Aires (donde los adquirió y proveyó el Estado). A través de la cooperadora pudimos adquirir dos kits, después fue todo el periplo para armarlo”.
El dispositivo ya está en funcionamiento en esa escuela, donde las aulas son amplias, se respetan las burbujas y por el momento la alarma que indica que sube el riesgo no está sonando. “Hicimos un experimento con los chicos. Les dijimos que se acerquen y soplen para que lo escuchen sonar y entienden cómo funciona. Hablamos con Aliaga que es una oportunidad de generar una cultura de la ventilación, que entiendan cómo funciona el aire encerrado, no sólo por el Covid”.
Mientras la solicitada impulsada desde la Red de Cooperadores se sigue difundiendo y reuniendo adhesiones, Pearson recordó que “el GCBA a principios de año distribuyó filtros de aire para habilitar espacios no ventilados. Pero ninguna entidad de salud firmó que se pudieran usar y el Acosta se negó. Eso salió millones de pesos: los medidores al Estado en una compra masiva le pueden salir 7 mil pesos o menos”.
Ante la consulta de este medio, desde el ministerio de Educación respondieron que “por el momento no” se contempla la compra de medidores de dióxido de carbono. “Lo que si hemos instalado -y seguimos- son los purificadores de aire con filtros Hepa. Que es lo único que te garantiza la purificación del aire y elimina las partículas del virus Covid-19”. Más allá de los cuestionamientos a esos filtros –sobre todo, porque pueden no servir o incluso ser perjudiciales si carecen de mantenimiento-, su uso no sería incompatible con la instalación de medidores que controlaran la calidad del aire. “Lo que pasa con los medidores es que muestran cuando la presencialidad es riesgosa”, alertaron desde la cooperadora del Acosta.