Si vivís en Argentina, lo más probable es que te mueras de una enfermedad cardiovascular (cada cinco horas y media ocurre una muerte por esta causa). Luego, como segunda causa de mortalidad, aparecen los tumores. En tercer lugar, las causas respiratorias. Sólo en 2017 en el país murieron 341.688 personas y, de ese total, 65 mil se debieron a infecciones en las vías respiratorias. Fue un promedio de 178 personas por día. En cuarto lugar aparecen las causas externas (accidentes, suicidios, homicidios y femicidios). Ese mismo año murió una persona cada seis horas por HIV.
¿Cómo es entonces que este virus, que –al menos por ahora- ni enferma ni mata más que otras causas que ya conocemos, parece estar cambiando el mundo para siempre? Hay algunas respuestas que balbuceamos aún en la desorientación general: el virus tiene una alta velocidad de propagación y aún se desconocen tratamientos efectivos para detenerlo; por esta misma velocidad, su capacidad de propagación hace colapsar sistemas de salud que ya de por sí venían funcionando al límite de su capacidad y sufriendo ajustes en todo el mundo occidental; la peculiaridad de esta enfermedad que, a contrapelo de las demás pandemias de la historia, se transmite de ricos a pobres y de países dominantes a países dominados; la velocidad del flujo de información y el aparato montado sobre los medios de comunicación masiva que desinforman y trabajan de generar pánico; un reflejo paranoide de una sociedad hiperconectada; y varios etc.
Hay una cosa segura que repiten por la tele intelectuales y conductores de entretenimiento: esto es una oportunidad para repensarnos como sociedad. El mundo al que nos han enseñado a admirar, el de Europa y los EEUU, está mostrando su peor versión de individualismo y alabanza al único mito que les quedaba sin destruir: el de la guita. El hecho de que el debate gire en torno a la dicotomía Economía vs. Salud, no hace otra cosa que desnudar una verdad inconfesable: en verdad la “economía” tal como la conocemos es una estrategia de poder para proteger los intereses del 1% de la población. La promesa de la aldea global, de un mundo sin fronteras y manejado por los mercados que resolverá todos nuestros dolores, se está partiendo de forma violenta.
A pesar de que nos parezca parte de un pasado lejano, hasta hace poco más de 100 días nos gobernaba la Alianza Cambiemos. El legado del relato de la meritocracia, del sálvese quien pueda y del achicamiento del Estado eran, hasta hace poco, el contenido de nuestra agenda diaria. De hecho, perdimos momentáneamente el debate de si era lo mismo tener o no tener Ministerio de Salud. El apoyo de la sociedad al equipo de salud, expresado en los aplausos masivos y en las muestras de cariño, tiene una contracara: la realidad de un sistema de salud que se encuentra fragmentado, desconectado entre sí y que tiene al primer nivel de atención (las salitas) como su eslabón más débil.
Una inyección económica en hospitales, tanto en cargos para profesionales como en aumento de camas de cuidados críticos, tan necesarias en este momento, servirán para la ilusión de afrontar con éxito los escenarios más optimistas y preparar los debates del futuro, que son los debates de siempre: ¿cuál es la estrategia más inteligente, o cuál es la mejor estrategia que podamos desarrollar hoy para que el sistema de salud dé respuestas a los problemas de la población de una forma integral, planificada y con acento en la prevención y no en la curación? El “gasto” en salud en la Argentina es casi del 10% del Producto Bruto Interno, pero ¿cómo y dónde se gasta todo ese dinero?
En la ciudad de la Plata, gobernada por la alianza Juntos por el Cambio, mandaron a cerrar todos los centros de salud el día después de los anuncios presidenciales. Nadie sabe muy bien con qué lógica de pensamiento evaluaron que la mejor forma de afrontar esta pandemia a nivel municipal era dejar a los adultos con enfermedades crónicas sin su medicación, a las embarazadas sin controles, a los nenes y nenas sin tomar la leche, a los bebés y a los abuelos sin vacunarse.
¿Por qué, por el contrario, no usar a los centros de salud como unidades de desarrollo local donde además de la atención médica de siempre (que descomprime la demanda en hospitales), las Fuerzas Armadas, iglesias, organizaciones sociales, sindicatos, universidades y demás actores de la comunidad puedan vehiculizar su aporte a los sectores más vulnerados de forma ordenada y en red?
Esta puede ser una oportunidad para volver a tener a la política sanitaria como vertebradora de muchas otras políticas nacionales. Por eso la importancia de hacer caso, quedarse en casa, guardarse un poco para adentro las críticas y opiniones sanitarias sobre las medidas tomadas por los ministerios, y caminar como pueblo hacia una victoria colectiva.
Como hiciera el primer ministro de Salud del país, el Dr. Ramón Carrillo, podemos aprovechar una coyuntura particular del país para planificar de forma centralizada una política federal que, por ejemplo, vuelva a emparejar la capacidad instalada entre el centro y la periferia, reubique profesionales según las necesidades del país y no por los intereses del mercado y convoque a otros ministerios y áreas de gobierno (el Ejército, como en este caso) a trabajar por el derecho a la salud de los 44 millones de argentinos y argentinas.
El impulso de esta crisis puede servirnos para volver a recuperar debates que forman parte de la idiosincrasia natural del sanitarismo nacional y que han puesto a nuestro país como un ejemplo y un orgullo de nuestro continente: financiamiento y planificación centralizada de las políticas sanitarias; especial énfasis en mejorar el funcionamiento del primer nivel en el sector público con Centros de Atención Primaria que sirvan de espacios de gestión comunitaria para romper con la fragmentación del tejido social de las barriadas del país; producción pública de medicamentos, insumos médicos y aparatología en general para nuestra soberanía sanitaria; tecnologías digitales al servicio de la vigilancia epidemiológica de la salud; salud como derecho humano esencial y como articulador de políticas estatales multisectoriales.
Las y los que tienen sueldo fijo viven esto casi como una oportunidad. Con ansiedad, con temor y con internet en la casa, challenges de instagram y la heladera más o menos llena. En los sectores históricamente postergados, la cuarentena es laxa. Las condiciones materiales de las barrios populares impiden un aislamiento social tal y como la piensan las usinas intelectuales y habrá que aportar más creatividad, esfuerzo y dinero para que la situación pueda contenerse y sostenerse en el tiempo (como las propuestas de algunas organizaciones sociales de aislamientos colectivos por barrio). Las medidas de Alberto Fernández y su equipo tienen un respaldo social sin precedentes y atienden a las necesidades concretas de las y los más vulnerables. Aliviarán momentáneamente los padecimientos que generan en buena parte de los habitantes de este país las políticas neoliberales que venimos padeciendo y que configuran una sociedad que es estructuralmente cada vez más injusta.
¿Lograremos alcanzar el escenario más optimista dentro de nuestras posibilidades? ¿Cómo vamos a terminar esta pandemia? ¿Qué saldos dejará este cimbronazo? Nadie sabe cómo serán los meses que se vienen, pero seguro van a ser difíciles. ¿Seremos capaces como país, como Patria Grande latinoamericana, de encontrar estos caminos desde una mirada propia? ¿Podremos ser creativos y pensar algo que sea diferente para el después? Lo nuevo de verdad da miedo o maravilla. Podemos aprovechar todo este drama para que la salida sea entre todos y todas porque, como sabemos, nadie se salva ni se realiza solo.
*Médico Generalista. Docente y Consejero Directivo de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata. Referente del Movimiento Nacional de Salud “Irma Carrica”.