Un tercio de la población argentina es pobre. Y casi cinco millones de niños, niñas y adolescentes son «doblemente pobres». Ese deterioro social profundiza sus efectos sobre la salud pública, en enfermedades cuyos índice habían mejorado notablemente años atrás. En 2017, a menos de dos años de gestión macrista, la tasa de infectados por tuberculosis había crecido un 6% respecto de 2015. Los datos de 2018 estarán disponibles en unos meses, pero los profesionales de la salud enfatizan que el aumento es sostenido, sobre todo desde abril del año pasado, cuando la crisis empezó a resquebrajar el tejido social argentino.
A mediados de abril de este año, un joven de 18 años, de Ezpeleta, murió por tuberculosis en el Hospital Muñiz, lo que desató una nueva alarma por el crecimiento de la enfermedad. Según el último Boletín sobre Tuberculosis en la Argentina, publicado en marzo por la Secretaría de Salud de la Nación, en 2017 se registraron 706 muertes, y se notificaron 11.695 casos de TBC en el país. La tasa fue de 26,5 cada 100 mil habitantes, mientras que en el último año previo al arribo del macrismo al poder era de 22,8. No se veía un valor similar desde hacía diez años.
«Se observa un aumento en estos últimos años», afirma Domingo Palmero, director del Instituto Vaccarezza y jefe de Neumonología del Muñiz. «Cada vez se internan pacientes con cuadros de mayor gravedad. Se ven formas mucho más avanzadas, sobre todo en varones, ligadas a la vulnerabilidad social, a situaciones de calle y adicciones». Casi un 30% de los pacientes que se atienden en el Muñiz abandonan su tratamiento y reinciden. «Hay escollos cotidianos, como el costo del transporte, que les dificulta venir a tratarse. Son familias para las que la tuberculosis es un pequeño problema más».
Jujuy es la provincia más afectada, con una tasa de 55,5 sobre 100 mil habitantes. Le siguen Salta (51,6), Formosa (43), la Ciudad de Buenos Aires (39,8) y la Provincia (35,7). El contagio más frecuente es a través de la vía aérea, por la tos o el estornudo. Quienes se enferman adquieren síntomas como tos persistente, fiebre, sudores nocturnos y pérdida de peso. Como son tolerables, la persona puede pasar mucho tiempo antes de buscar ayuda médica. Mientras tanto, sigue esparciendo los bacilos. De un tercio de los notificados, se desconoce el resultado de sus tratamientos.
«Hay personas más susceptibles a infectarse, por tener su sistema inmunológico deteriorado (por HIV, desnutrición, tabaquismo, diabetes), y también aquellos que trabajan o viven en lugares hacinados, situaciones que se agravan al empeorar las condiciones socioeconómicas», agrega Francisco Abelenda, del Servicio de Clínica Médica del Hospital Alemán.
La tuberculosis es curable, y el tratamiento es gratuito. La prevención es clave. Sin embargo, no abundan las campañas públicas de concientización. Cristina Brian, coordinadora de la Sección Tuberculosis de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria, destaca que «si bien aumentó la enfermedad, ha mejorado la notificación de casos», y alerta que el grupo etario de mayor crecimiento es el de entre 15 y 19 años: «El chico no se hace ver, no presta atención al problema, o los padres no se dan cuenta. Rápidamente infecta al resto de sus compañeros y nadie se entera. Se ve mucho en las escuelas».
«En nuestra zona triplicamos la tuberculosis de la Ciudad, con tasas de entre 100 y 110, superando a países de África», enfatiza Edgardo Knopoff, jefe del Área Programática del Hospital Piñero, cerca de las villas 1-11-14 y 20. «Muchas veces nos dan domicilios falsos porque son trabajadores de talleres clandestinos y temen perder el empleo. Abandonan el tratamiento y el ‘bicho’ se hace resistente».
En esos barrios, el gobierno porteño discontinuó la entrega de entre 1500 y 2000 kilos de leche para los chicos más carenciados. El verano lo pasaron sin los insumos esenciales. El CeSAC 14, de Villa Cildáñez, sufrió un incendio en agosto y la obra de reparación fue frenada. Atienden en trailers en la calle. Concluye Knopoff: «Es raro que la crisis no se traduzca en una mayor presión social. Antes era impensable que faltara leche y no reclamaran. Ahora viene la gente, les dicen ‘no hay’ y se van. Esa anomia social de no reaccionar también es grave». «
Acá, tenemos los mismos índices que en África
«Acá tenemos los índices en África”, se sincera Juan Isasmendi (foto), cura de la parroquia Madre del Pueblo, de la Villa 1-11-14, donde la pobreza y el hacinamiento producen un combo fatal junto al paco y los talleres clandestinos.
«La tuberculosis es una enfermedad que ha ido creciendo fuertemente en toda la zona de marginalidad de la Ciudad y el Gran Buenos Aires, pero acá en el Bajo Flores aún más. Las medidas que tenemos de los estudios que vamos viendo es que es la más alta de la Capital. Está muy ligada al consumo de la pasta base, pero no sólo por eso. Es una enfermedad que brota mucho en la marginalidad, como proceso profundo de los barrios excluidos del sistema.»
La falta de prevención genera focos de contagio, especialmente en las escuelas del barrio. Isasmendi, que lidera el proyecto de cambiarle el nombre a la villa por el de Barrio Ricciardelli, por su primer cura párroco, Rodolfo Ricciardelli –fallecido hace más de una década y que durante el Mundial ’78 enfrentó a las topadoras de los militares–, remarca que «no todos los casos son por consumos problemáticos de sustancias en la calle. Hay laburantes, mujeres, gente que trabaja en el barrio y se contagia, niños. Se nota que hay un problema grave». Y acota sobre el accionar del gobierno: «El Estado ni vislumbra una solución al problema en este barrio, no tiene ni por las tapas una mirada sobre este tema, ni un programa».