Desde hace más de una década, un equipo de investigación del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIByNE) procura comprender los mecanismos relacionados con el desarrollo del autismo. Para ello, trabajan con ratones de laboratorio a los cuales les generan comportamientos compatibles con las conductas que se observan en el autismo mediante un protocolo validado internacionalmente para estudiar ese trastorno.

El protocolo consiste en inyectar a las hembras preñadas con ácido valproico, un medicamento que hoy está contraindicado en mujeres embarazadas pues se observó que aumenta la probabilidad de que los hijos luego manifiesten síntomas de autismo. De esta manera, obtienen crías de ratón que manifiestan conductas antisociales, compatibles con las que se observan en las personas con trastornos del espectro autista.

En los últimos años, el grupo de investigación del IFIByNE mostró que esos síntomas se podían revertir en los ratones si se los trataba en la etapa juvenil. Por ejemplo, sociabilizándolos y, también, manipulándolos día por medio durante tres minutos.

Ahora, publicaron un trabajo científico en el que demuestran que los comportamientos compatibles con el autismo pueden transmitirse por la línea paterna hasta la segunda generación.

Ambiente y autismo

Los datos recientes de la Organización Mundial de la Salud indican que uno de cada 100 niños sufre un Trastorno del Espectro Autista (TEA), un conjunto de afecciones diversas relacionadas con el desarrollo neurológico que presentan una diversidad de síntomas. Entre otros, distintas dificultades en la interacción social y en la comunicación, y patrones de conducta atípicos.

Los TEA se pueden detectar en la niñez y presentan un claro sesgo de género: afectan a una niña por cada cuatro varones.

La evidencia científica disponible sugiere que los TEA son causados por la interacción de factores genéticos y ambientales. Entre estos últimos, está demostrado de manera concluyente que la infección de la madre por el citomegalovirus o por el virus de la rubeola y, también, la administración de medicamentos como la talidomida o el ácido valproico durante el embarazo pueden causar TEA en su hija o hijo.

“Los factores ambientales tienen distintas formas de actuar sobre un individuo en desarrollo, una de ellas es poniendo marcas en el ADN”, explica Amaicha Depino, investigadora del CONICET, profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y directora del grupo de investigación del IFIByNE.“Esas marcas no alteran la secuencia genética del ADN, pero hacen que los genes se ‘lean’ de manera diferente”, ilustra. “Como esos cambios no modifican los genes los llamamos epigenéticos”, consigna.

autismo

Se sabe que el ácido valproico tiene efectos epigenéticos, es decir, pone marcas en el ADN que hacen que algunos genes se inactiven y que otros actúen anormalmente.

También se sabe que algunos de los cambios epigenéticos permanecen en el ADN a medida que las células se dividen y que, en algunos casos, pueden heredarse.

“En este trabajo, nos propusimos averiguar si los efectos del ácido valproico en el comportamiento autista se transmiten a las siguientes generaciones”, puntualiza Depino.

Nietos varones

En este modelo animal y por razones que todavía se desconocen, la inyección de ácido valproico a las hembras preñadas produce comportamientos compatibles con el autismo solamente en las crías machos. Es decir, las crías de sexo femenino no se ven afectadas.

“Este fenómeno también nos hizo preguntarnos si, en estos animales, el comportamiento autista se hereda por vía paterna o materna”, señala Depino. “Pensamos que, a lo mejor, las crías hembras de la primera generación, que no mostraban síntomas, podrían tener crías que sí los tuvieran”.

Fue así que diseñaron un experimento en el que cruzaron a las hembras y a los machos de la primera generación con individuos que no habían tenido ningún contacto con el ácido valproico.

En la segunda generación, vimos que los machos que eran hijos de machos con comportamientos autistas presentaban esa conducta compatible con el autismo. Este resultado nos confirma que ese comportamiento se transmite a la siguiente generación”, revela la investigadora.

Curiosamente, o tal vez no, las crías hembras de la segunda generación no heredaron la conducta. Ni siquiera las que eran hijas de machos autistas.

Después, quisieron ver qué ocurría con la tercera generación: “Ahí ya no vimos efectos”, cuenta Depino, y declara: “Nuestros resultados indican que los efectos del ácido valproico en los comportamientos compatibles con el autismo pueden transmitirse por vía paterna hasta la segunda generación”.

–¿Existe alguna hipótesis acerca de por qué las hembras no se ven afectadas?

–Nosotros creemos que hay algo hormonal que las está protegiendo. Es una línea que estamos investigando.

La investigadora resalta que los resultados “le dan fuerza a la idea de que el ácido valproico está actuando por mecanismos epigenéticos y, también, de que los mecanismos epigenéticos pueden afectar las conductas sociales”.

Finalmente, Depino subraya la importancia de poner en evidencia que un mecanismo no genético pueda afectar la conducta: “Durante mucho tiempo, en psiquiatría se fijaron mucho en el aporte genético. Entonces, me parece que este tipo de trabajos ayudan un poco a entender que el ambiente es importante y cómo el ambiente puede afectar a largo plazo o, también, intergeneracionalmente la conducta”.

*El artículo fue publicado en NexCiencia, el sitio de Exactas de la UBA, y describe el trabajo fue publicado en la revista científica Neurotoxicology y lleva la firma de Cecilia Zappala, Claudio Barrios y Amaicha Depino.