Doscientos kilómetros por hora. Ese número de ciencia ficción llegó a alcanzar las ráfagas de viento del temporal que se desató el miércoles en Base Esperanza. “Lo normal son vientos constantes de 70 kilómetros por hora, por dos o tres días”, describe a Tiempo el Comandante Conjunto Antártico, general de Brigada Edgar Caladin, al frente de la campaña que suele arrancar en noviembre (en septiembre, hay una precampaña con expediciones científicas) y finalizar en marzo. Pero durante todo el año hay gente en el Continente Blanco o el sinónimo o muletilla que se quiera usar para aludir a ese enorme pedazo de tierra que es casi un tercio de toda Asia, con una importancia científica y ambiental única en el mundo.
La efeméride marca que hoy es el Día de la Antártida Argentina. Aunque las organizaciones que trabajan con la temática, como Fundación Base Marambio, abogan para que se declare al 21 de junio Día de la Confraternidad Antártica, y se incluya en el calendario escolar. Sostienen que al ser una fecha fuera del inicio del ciclo lectivo, no se llega a hablar del tema en los colegios. Y es cierto: poco se conoce, se enseña y se difunde de qué sucede en ese continente en el que un 22 de febrero de 1904 flameó por primera vez la bandera argentina, en la isla Laurie del grupo de Islas Orcadas, donde actualmente funciona la Base Orcadas.
Cada temporada se piensa al finalizar la anterior. Licitaciones, comprar, planificaciones, ejercicios y capacitaciones deben efectivizarse en menos de doce meses, sabiendo no habrá muchas oportunidades de ir y venir, sobre todo en las bases del sur. Son 2000 personas que se embarcan cada temporada con un objetivo central que sintetiza Caladin: “La prioridad en la Antártida es el desarrollo de la ciencia”. Están quienes la hacen y están quiénes se encargan de que ese otro grupo pueda hacerla.
Para eso, conviven científicos y científicas con los militares o civiles encargados de la logística. Todo lo que naturalizamos en la vida diaria de cualquier ciudad (comer, dormir, ir al baño) se resignifica en la Antártida, debe ser pensado, estudiado y desarrollado con protocolos. Quizás, por eso el alcohol está acotado, a pesar de que el frío siempre es tentador para volcarse a la bebida. Así, lo explica Caladin: “Es un mito que se bebe mucho; en realidad, la bebida está racionalizada porque hay medidas de seguridad. Si tenés un borracho que no controla sus acciones, puede salir afuera, nadie lo sabe y muere”.
Para 20 o 25 personas, suelen destinar tres botellas de vino y los sábados es el día de la pizza y la cerveza en todas las bases. Eso sí: una lata por persona. “Y están contadas”, advierte el comandante. Hay champagne, sidra, whisky, para los cumpleaños. Pero como está racionalizado, con la idea de transportarlo en enero para que dure todo el año, los cumpleaños se festejan todos los de cada mes en un solo día.
Aisladas
De las más de 2000 personas que llegan a habitar en verano la Antártida Argentina, se reduce al 10% en invierno. Cada una de las seis bases permanentes (hay siete temporarias solo para verano) se queda con un equipo de 4 o 5 científicos en los meses más duros: médico/a, enfermero/a, chofer, mecánicos, gente de sistemas e informática, y un personaje clave: el chef. La DNA cuenta con nutricionistas que capacitan a cocineros para adaptar la comida a ese mundo frío, que demanda mucha actividad física y les hacen pensar formas innovadores de cocinar e idear los platos. En Marambio, por ser la más accesible, el primer mes lo que se pueda llevar y traer, se hace. Después, en todas las bases queda comida enlatada. Hasta el huevo para hacer milanesas es en polvo. “El cocinero tiene que utilizar mucha lógica y destreza para que lo que llevaron les alcance para todo el año”, acota Caladin.
Tampoco es lo mismo habitar cualquier base. Las del norte (Carlini, Esperanza, Marambio) están conectadas todo el año y viven en un ambiente “menos hostil” (en parámetros antárticos). En el sur, Orcadas, Belgrano II y San Martín “quedan aisladas esos meses». Por ejemplo, «en Belgrano relevamos la dotación en enero, ponemos el abastecimiento y hasta enero del año siguiente la gente queda aislada; no la podemos recuperar”, cuenta Caladin. En Belgrano, la más cercana al Polo Sur son seis meses de día y seis meses de noche, con una temperatura “normal” de 30 bajo cero. En cambio, Marambio –la más conocida– va de 0 a diez grados bajo cero. Aunque se hable de bases argentinas y parecieran estar cerca como un poblado, entre las dos las separa la misma distancia que entre CABA y Río Gallegos. Todo es dividir para todo el año, racionalizar y cuidar mucho los productos. “Los supermercados no llegaron a la Antártida”, se ríe el comandante.
Se ve en el agua: que el helicóptero que abastece 2000 kilos de mercadería mande bidones para que tomen las 25 personas de la base los 365 días del año sería inviable. El agua en Belgrano la sacan del hielo, picando. Todos los días las dotaciones tienen entre sus actividades producir agua. “Si vas al baño, en tu casa ni prestás atención a las cloacas cuando apretás el botón. En las bases, las cloacas las hace la gente de ahí y no es fácil. Las tenés que armar de modo que no se te congelen y no tengas que levantar todo… todo es difícil en la Antártida”, se sincera. Y añade, como ejemplo de momentos agrestes: “A veces, tenés que salir a recolectar un dato sí o sí, haga frío o haya temporal. En todas las bases, hay un meteorólogo que debe registrar muestras cada tres horas y luego transmitirlas. Lo mismo pasa con el gasoil. Si se termina, alguien debe salir afuera para traer y abastecer a los equipos, aunque haya un temporal”.
Hasta hace dos años, la Argentina alquilaba ancho de banda, ahora las bases ya tienen instalado un sistema satelital de Defensa para poder brindar whatsapp, teléfono, datos, o incluso Netflix en las bases del norte.
Investigar es la tarea
El argentino fue el primer Instituto Antártico del mundo. Su status asociado a los desarrollos científicos aún perdura. Biología marina, terrestre, meteorología, estudio de mares, aves y peces, son algunas de las líneas de investigación. La bioprospección marina y terrestre (qué cantidad y clase de recursos hay en el continente blanco que puedan posteriormente ser explotados) y la actividad satelital con una antena de Conae que conectará a los satélites Saocom son dos avances a los cuales el Instituto Antártico (IAA) mira con especial atención por sus puntos estratégicos.
La primera campaña antártica de Marcelo Reguero como paleontólogo de vertebrados fue en 1983. Desde entonces ya acumula 36, cuatro de ellas realizadas con la NSF de Estados Unidos. La última fue en 2018 como jefe de la base científica Brown de la Dirección Nacional del Antártico. Desde el 2010 dirige el proyecto de paleontología de vertebrados del IAA. “Generalmente, los trabajos de campo se realizan con campamentos de 4/5 personas y duran unos 40 días como máximo. Se trabaja en diferentes islas del Archipiélago Ross (Marambio, James Ross, Vega, Cerro Nevado) al Noreste de la Península Antártica. A Marambio, se llega desde el continente con los aviones Hercules C-130 de la Fuerza Aérea”, relata a este diario.
Los objetivos de su proyecto se centran en el estudio sistemático, tafonómico y paleobiogeográfico de los vertebrados fósiles que se encuentran en Antártida. Estudian peces, reptiles, aves y mamíferos. Los más antiguos son del Jurásico (aproximadamente 140 millones de años), peces y reptiles marinos (ictiosaurios y plesiosaurios), también han colectado vertebrados fósiles de una antigüedad cretácica (entre 80 y 70 millones años) en las islas James Ross, Vega y Marambio, además de peces, dinosaurios, reptiles marinos (mosasaurios y plesiosaurios) y aves.
En la actual campaña antártica de verano, hay 12 paleontólogos de vertebrados trabajando en tres campamentos (2 en la isla Marambio y el tercero en Cabo Longing). Los trabajos de campo se realizan generalmente estableciendo campamentos en los lugares determinados con dos o tres carpas dormitorios, dos carpas estructurales o llamadas “laboratorios” (sirven para cocina y depósitos) y unas carpas denominadas baño. Reguero, Doctor en Ciencias Naturales (UBA) e investigador científico del Instituto Antártico Argentino, describe: “Todo el grupo de trabajo está equipado con indumentaria polar provista por la Dirección Nacional Antártica. Estos campamentos están equipados con grupos electrógenos, radio y teléfono satelital. El transporte del personal y carga a las islas se hace con los helicópteros de la Fuerza Aérea que están en la isla Marambio”.
“La vida de campamento es bastante confortable y los días que la meteorología lo permite se trabaja en el campo prospectando vertebrados fósiles –continúa Reguero, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo (UNLP)–. Se aplican diferentes técnicas para los hallazgos. En general, si encuentran vertebrados de gran tamaño (por ejemplo, esqueleto de un reptil marino de 6-7 metros de largo, o un dinosaurio, o bien un esqueleto de cetáceo) se lo extrae y se lo prepara con vendas de yeso húmedas y film. Esa extracción es muy dificultosa por la dureza del permafrost (se utilizan martillos neumáticos) y las condiciones climáticas muchas veces registran temperaturas bajo cero y nieve. También se hace tamizado de sedimento concentrado en seco, para buscar dientes y microvertebrados”.
Las tormentas de nieve y viento, que suelen ser muy comunes, deparan varios días sin poder trabajar y el personal debe permanecer en el campamento realizando tareas adentro de las carpas. “Cada 3 o 4 días se ducha o bien se realiza el ‘baño polaco’. El agua se obtiene de los chorrillos (pequeños arroyos) o bien se descongelan bloques de hielo que se obtienen en la costa. Todo el material fósil se embala y se repliega en helicópteros a la base Marambio. La cocina es comunitaria y generalmente se hace en la cena”.
Impacto
De sus 14,2 millones de km2, menos del 1% constituyen áreas libres de hielo. Desde Cancillería, apuntan que es el continente más frío, más seco, más ventoso y con mayor altura media (más de 2000 metros sobre el nivel del mar) del planeta: “Existe una serie de variables que hacen que la Antártida sea un continente climáticamente extremo. Sin embargo, el comportamiento y la conexión de estas variables son aún procesos poco conocidos. La observación regular del clima antártico se remonta recién a partir de la década de 1970, y sólo en algunas contadas regiones existen datos confiables de más de 100 años”.
Las actividades que se realizan en la Antártida no deben tener impacto ambiental. Es un requisito del único continente virgen de extractivismo humano. Pero es también uno de los que más sufre las consecuencias del cambio climático. “El calentamiento se nota. A simple vista, ves el derretimiento y la contracción de los glaciares”, revela Caladin. Recientemente, volvió a Base Esperanza, tras diez años. Cuando llegó el glaciar que rodea a la base había retrocedido casi un kilómetro. “Hoy la rotura y derretimiento de hielos está afectando a especies como el pingüino de Magallanes, la más al norte de la península, se alimenta de hielo al sur de Marambio y se ve una reducción de la colonia”, acota.
En la Antártida, no se puede pescar, incluso desde el punto de vista pragmático: el pez de esa zona, el Nototenia, tiene muchas espinas y poca carne. Pero por sobre eso, tocar especies está prohibido, salvo planes controlados por convenio antártico con recursos vivos como el krill. Caladin no esquiva a la pregunta sobre pesca ilegal de barcos extranjeros: “No es mito, pero se ha controlado mucho en las últimas décadas, a partir del protocolo de Madrid de 1991. Hoy prácticamente es imposible verlo”.
Futuro
Su lejanía y aislamiento permite a la Antártida gozar de ciertos beneficios; por ejemplo, afrontar una pandemia, que casi no impactó en ese territorio salvo pequeños brotes. La integración de las bases antárticas al Sistema Satelital de la Defensa, el plan de recuperación y el reemplazo de cisternas de las bases y la ejecución del Plan Director de Evolución son algunos de los planes mencionados por las autoridades para la Antártida Argentina, más allá de las investigaciones científicas.
Mientras tanto, el país sigue mirando a la Antártida con la visión de desarrollar ciencia y avances en un sector estratégico para el mundo. Este año se reabrió la Base Petrel, un anhelo antártico desde que se prendió fuego en 1974. “Tiene prácticamente una pista de aterrizaje casi natural. Estamos haciendo estudios compatibles con cuidados del medio ambiente para volver a utilizarla. Este año va a invernar por primera vez una dotación que ya está allá, retirando los residuos de cuando se incendió, recuperando el hangar que es muy lindo y configurando la pista de aterrizaje y que empiecen a operar aviones”, revela Caladin. Y acota: “Además, como es una zona de isla natural permitirá tener un muelle, lo que constituirá a esta base en un nodo logístico importante que incrementará las capacidades del equipo antártico”.
La idea es que en 2023/2024 la base ya esté operando de forma permanente, con frecuencia regular de las unidades aéreas. Mientras se leen estas líneas, miles de personas viven a un continente de distancia, en terreno argentino. Clave para la biósfera y la ciencia mundial, entre el frío, los vientos y la búsqueda de lo desconocido. “Hay mucho tiempo en la Antártida –concluye Caladin–, pero poco tiempo libre. Y tratás de no tener tiempo libre para no estar pensando mucho o extrañando a la familia. Tenés muchas actividades y protocolos. Si no, te las inventás”.