Desde que se conoció el crimen de Fernando Báez Sosa, la opinión pública –muchas veces dirigida por los medios masivos–, puso el foco en el rugby, el deporte que practicaba buena parte de los imputados en el homicidio y que este lunes deberán someterse al veredicto de la Justicia de Dolores. Tiempo dialogó con Caio Varela, el presidente de Ciervos Pampas, que conformó el primer equipo de rugby de diversidad sexual en Latinoamérica, acerca del deporte, las violencias y las masculinidades.
Ciervos Pampas nació en 2012 y en 2017 logró formalmente el status de Club Deportivo. Caio es brasileño, llegó al país hace unos 10 años y desde hace 8 está al frente de la institución. “No somos un club de URBA porque todavía no tenemos los planteles necesarios que exigen, pero competimos en un torneo que se llama empresarial de la URBA. Ya jugamos cinco torneos”, cuenta el jugador de 49 años, desde el Complejo Turístico de Chapadmalal, en la costa atlántica bonaerense, donde se encuentra junto a su equipo haciendo la pretemporada y planificando los próximos pasos del club.
“Estoy muy contento de lo que construimos activa y colectivamente, con mucho esfuerzo. No tenemos un peso, tenemos que batallar mucho por el deporte social, y por el hecho de ser parte del colectivo LGBT tenés que probar todo el tiempo de por qué existimos. ¿Son competitivos, ganan partidos? Cómo si tuviéramos que ser legitimados por el otro para que podamos existir. Por suerte, nos hemos empoderado y ya entendimos que eso no nos importa más”, resume.
-¿Cómo repercutió el crimen de Fernando en el ambiente del Rugby?
-No sé si puedo responder por el mundo del rugby. Sí puedo hablar desde Ciervos Pampas como personas, como ciudadanos. Obviamente nos impactó muchísimo porque es un crimen horrendo. Es muy triste que sigan pasando situaciones como ésta. Nos sirvió, si podríamos decirlo así, para reflexionar sobre algo que quizá nosotros conocemos de cerca que es la violencia y la discriminación, justamente por ser un club deportivo qué está formado por personas LGTB, que tiene como disciplina principal el rugby. Se genera por cuestiones más específicas que tienen que ver quizá con una subcultura que se puede establecer tanto en el rugby como en otros deportes: una imagen estereotipada. Nosotros reflexionamos desde ese lugar, sobre la estigmatización de las personas que juegan al rugby. Sin embargo, como dijo Agustín Pichot, hay cuestiones que se han naturalizado en las prácticas, en los clubes, en algunos espacios y que no son todos. Porque no podemos generalizar. Si nosotros generalizamos todo, hablamos de nada. Etiquetar a los rugbiers no va a cambiar la situación.
–¿El problema es más amplio?
-Porque no es que los rugbiers son responsables de la violencia juvenil que existe en Argentina. Si nosotros no hablamos de clasismo, de racismo, de xenofobia, jamás podríamos erradicar la violencia en nuestro país. Nos da la sensación de que se está buscando una respuesta fácil: por un lado, para hablar de la violencia; y por otro, tampoco estigmatizar al deporte va a resolver las cuestiones internas del deporte.
–¿Como club fueron discriminados?
-Como colectivo fuimos históricamente discriminados. De las maneras más sutiles hasta las más evidentes como la violencia física y la violencia verbal. La sutileza es muy severa y pasa de manera cotidiana: las miradas, los chistes, las risas. Como club de rugby no hemos pasado por ninguna violencia institucional. Históricamente, somos un colectivo que no está pensado en la construcción del deporte hegemónico porque hay como un tipo de varón que se espera en el deporte, que es un varón hétero, que no responde a otras lógicas que no sean la virilidad, la fuerza. Hay un estereotipo, un proyecto de varón que no existe incluso, pero que claramente nosotros no somos parte de eso. Jamás vamos a ser esos varones. Eso significa que el deporte no está pensado para que nosotros participemos.
–Pero no se quedaron de brazos cruzados…
-Claro, por eso primero creamos un espacio que los llamábamos de contención, como un espacio seguro para que personas de nuestro colectivo pudieran ejercer el derecho al deporte. Ahí la clave fue la perspectiva de derechos: el deporte para todas las personas. Ahora cuando hablamos del deporte como un privilegio, nosotros estamos automáticamente diciendo que hay personas más que otras que pueden hacerlo. El Estado tiene que hacerse cargo de políticas públicas qué puedan garantizar el acceso al deporte de todas las personas.
–De hecho, el rugby lleva una carga elitista, de clase…
-Nosotros reivindicamos que es un derecho, desde ese lugar nos plantamos. Como diría Galeano: es nuestra utopía, nuestra zanahoria, la conquista del derecho que hace que este espacio exista y que convoque gente, por suerte con mucho laburo. Estamos creciendo.
–El rugby exacerba ciertas cualidades del varón… ¿cómo lo abordan?
-Primero, nosotros tratamos justamente de entender qué son estas violencias y su origen. Tener esa comprensión también es una forma de empoderarnos. Al comprenderlas tenemos más herramientas para enfrentarlas. En Ciervos creamos un espacio que se llama Escuela de Formación en Derechos Humanos que permite que nosotros reflexionemos sobre todo ese sistema de desigualdad, discriminación, violencia y las garantías de los derechos. Eso hacia adentro. Respecto a lo externo vamos encontrando nuestras herramientas y relacionándonos con los espacios donde circulamos. Por ejemplo, hacemos un evento todos los años que se llama “Tackleando la homofobia” donde invitamos equipos no LGBT y a clubes a sumarse a una jornada, a un encuentro de rugby que tiene como misión, como símbolo, esa bandera del enfrentamiento a la discriminación y la violencia. El año pasado lo hicimos en el Estadio Único de La Plata en donde hubo 16 clubes con planteles masculinos, adultos y femeninos que participaron y se sumaron a nuestra lucha. Este 2023 vamos a abrir nuestra escuela de Derechos Humanos para gente de afuera del club.
–¿Cómo están siguiendo el juicio por el crimen de Fernando?
-Nosotros fuimos uno de los primeros clubes en posicionarnos públicamente cuando lo mataron y tuvo cierta repercusión porque muy pocas instituciones se habían pronunciado en ese momento. Estamos acompañando como ciudadanos. Obviamente queremos que se haga justicia, pero tampoco entramos en este juego mediático, porque hay como un circo también alrededor de todo esto y un discurso muy visceral, cargado de mucha sangre y nosotros ya vimos mucha sangre cuando mataron a Fernando. Basta. Lamentablemente, jamás se va a hacer justicia como corresponde para la familia y para Fernando. Él ya no está, peor que eso no hay. La justicia tiene herramientas para definir cuál es la condena qué deben tener los asesinos de Fernando, pero tampoco vamos a entrar en el show de horror como si fuera una serie yankie donde estamos esperando el veredicto desde nuestro sillón de nuestra casa y decidimos lo que tiene que pasar. Hay un montón de abogados penalistas de turno, opinólogos… Ese no es nuestro rol, ni como ciudadanos, ni como club. Nuestro rol es batallar como personas y como club para que una situación como esta no vuelva a pasar.