La espiral descendiente de la crisis empieza en el deterioro de la clase media, sigue en el desembarco masivo en la pobreza y, en el más triste de los casos, termina en el cierre de los comedores y merenderos, últimos bastiones de la supervivencia, porque son incapaces de responder a la demanda y hacer frente al aumento de los insumos y el pago de los servicios. La tormenta de la que habla el presidente Mauricio Macri moja a todos pero ahoga a los más vulnerables.
El jueves el director del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), Agustín Salvia, advirtió que la pobreza aumentó entre tres y cuatro puntos en los primeros meses del año al compararlo con el anterior semestre, que había sido del 25,7%. «Hoy tres de cada diez argentinos están en situación de pobreza por ingresos», precisó en una entrevista en Radio La Red.
También dijo que los chicos «son mucho más vulnerables en todos los contextos» y puntualizó que «el 25 % come en comedores comunitarios y escolares», pero «esta cifra se está ampliando significativamente».
En el Conurbano las cifras son más dramáticas. De acuerdo a un relevamiento de la Defensoría del Pueblo bonaerense, el 54,2% de los menores de edad vive en condiciones de pobreza y el 37,7 % depende de los comedores escolares para alcanzar una alimentación mínima que les permita desarrollarse. Pero la estadística es incapaz de reflejar la desesperación de perder hasta eso.
«Por lo menos queríamos sostener el comedor hasta después de las vacaciones de invierno, porque en las vacaciones los chicos se pierden la comida que dan en la escuela pero fue imposible. La demanda creció mucho y la comida no alcanzaba para todos. Los grandes podemos zafar tomando mate, pero cómo le vas a negar un plato de comida a los chicos, los abuelos y los discapacitados. Con todo el dolor en el alma tuvimos que cerrar», cuenta Diego Vivas, presidente de la Asociación Civil Rinconcito del Pilar, que administraba cuatro merenderos y un comedor en la zona de Manuel Alberti, Del Viso y Pilar.
Diego empezó a trabajar para paliar necesidades en plena crisis del 2001 y desde entonces no hubo un solo día en que no se repartiera un plato de comida o un mate cocido en alguno de sus centros. «El último mes –recuerda– ya no nos alcanzaba ni para pagar las garrafas así que tuve que vender una impresora y una biblioteca. Nosotros entregábamos viandas porque no teníamos un lugar físico que nos permitiera recibir a tanta gente, pero igual nos vino una boleta de luz de 16 mil pesos. Teníamos un supermercado que nos ayudaba donando mercadería pero también cerró por la crisis. También organizábamos eventos para recaudar fondos pero hoy la gente no tiene plata ni para comprar una rifa».
Desbordados. Hace dos semanas, la gobernadora de la provincia, María Eugenia Vidal, anunció un paquete de 318 millones de pesos para atenuar el impacto de la inflación en los alimentos que incluyó un aumento del 15% retroactivo a mayo del Plan Más Vida, una tarjeta mensual de 5000 pesos para mil comedores –destinado a la compra de garrafas, productos de limpieza o alimentos frescos– y la inclusión de 18 nuevos municipios en el programa Un Vaso de Leche por Día.
Pero a veces el Estado llega tarde. En Troncos del Talar, en el partido de Tigre, están en peligro unas 400 viandas por día, entre almuerzo y merienda, el apoyo escolar que reciben 130 chicos, un taller de fotografía, una posta sanitaria y un curso de Psicología Social y otro de Operador en Adicciones.
«Se nos hace difícil seguir porque no estamos llegando a fin de mes. A los 15 días ya nos quedamos sin mercadería y tenemos que inventar con lo que tenemos porque no podes dejar sin comer a la gente. Así que tenemos que estirar todo. Lo que antes era una porción abundante ahora es una porción chica. Esta situación nos obliga a pensar en cerrar el comedor», confiesa con dolor Cristina Geréz, coordinadora de Los Bajitos, un lugar que nació con la intención de ser un centro cultural pero que la necesidad lo convirtió en un refugio entre tanto desamparo.
Además de hacer malabares con la comida, Cristina tiene la ingrata tarea de elegir el destino del poco dinero que ingresa. «Tenemos un subsidio de la provincia que antes nos permitía pagar los servicios, a los docentes y comprar algo de mercadería, pero ahora con esa plata cubrimos los sueldos de las docentes y tengo que elegir si pago los servicios o compro mercadería».
Cristina tenía la ilusión de inaugurar en su centro un espacio de primera infancia pero los atrasos en las partidas oficiales hicieron que los costos de los materiales y la mano de obra se dispararan hasta convencerla de postergar su sueño.
Para Hernán Amándola, a cargo del Hogar El Ángel Azul», de La Plata, «el día a día es lo que te pasa por arriba».
«A nosotros el Estado provincial –explica– nos pasa por cada chico unos 6000 pesos. Eso está totalmente desactualizado. Por mes recibimos entre 140 y 150 mil pesos pero nosotros tenemos de gasto unos 350 mil. Es muy complicado seguir así».
Hernán define la situación actual, no sólo de los comedores, sino de la población en general, «de supervivencia», en la cual «uno se preocupa más en cómo generar recursos que en la necesidad de los pibes».
«Nos estamos organizando con distintas organizaciones de La Plata y grupos de niñez y adolescencia para buscar estrategias que puedan hacer frente a esta situación porque todos estamos desbordados. Ya sabemos que esto no va a mejorar, así que buscamos estabilidad, que no empeore más», se sincera. «
La malnutrición aumentó un 3% en seis meses
A veces se piensa que con conseguir un plato de comida alcanza. Pero la clave está en qué se come. Cuatro de cada diez niños, niñas y adolescentes de la Provincia de Buenos Aires están malnutridos. Analizando las causas más detalladamente, un 20,7% tiene sobrepeso, un 19,5% obesidad y un 2,1% tiene bajo peso.
Los impactantes datos surgen de un relevamiento realizado a 20.662 personas durante los meses de marzo y abril por la organización Barrios de Pie en conjunto con el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (ISEPCI) en 30 distritos del Conurbano Bonaerense. Con esa base publican dos veces al año el Indicador Barrial de Situación Nutricional (IBSN)
El 42,3% de menores malnutridos significan un progresivo agravamiento de la situación alimenticia, si se los compara con los resultados del primer semestre de 2017 donde la malnutrición estaba en 39,4 por ciento. Con respecto a los lactantes, de 0 a dos años, el 26,1% de los para 2506 entrevistados presentaba malnutrición (3,6% de bajo peso, un 11,4% de sobrepeso y 11,1% de obesidad).
En la segunda infancia, de 6 a 10 años, de un total de 7089 niños/as, el 45,7% está afectado por algunas de las variantes de malnutrición (un 1,6% por bajo peso, 19,6% por sobrepeso, 24,6% por obesidad). En esta franja se da un importante aumento de la malnutrición: de 39% en 2017, a un 45,7% en el presente año, produciéndose los mayores incrementos en obesidad (de 19,2% al 24,6%) y en sobrepeso (17,1% a 19,6 por ciento).