Ramón Carrillo fue el ministro de Juan Perón que instauró en Argentina la convicción de que una política sanitaria debe ser una política social, que sólo es posible cuando la economía y los adelantos médicos están en función del bien de todo el Pueblo. «Frente a las enfermedades que genera la miseria –dijo  una  vez–, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas».

En ese marco, el este de China es un escenario infernal, con su punzante densidad de población y condiciones sanitarias que, a pesar de mejorar año a año, son excelentes para la propagación de virus. Como si esto fuera poco, el brote aparece cuando comienza el mayor movimiento de cuerpos humanos en el planeta: las vacaciones que siguen al Año Nuevo lunar. Sólo en 2019 se trasladaron 400 millones de personas por esta festividad.

Otro escenario a considerar es el modo en que el planeta se ha estrechado. En tres días la propagación del virus saltó de China al mapamundi. Y ahí se producen choques culturales asociados a la concepción de la comunicación. El gobierno de China administra la información con un control central desde el gobierno. Y a pesar de haber tomado nota de la experiencia del SARS e informar de manera más transparente, para Occidente no es suficiente. El tema sirve para fustigarla.

En el sentido contrario, el esquema de comunicación de emergencia sanitaria se ha empeñado en bajarle el tono a la belicosidad occidental. Podría ser que la responsabilidad se imponga en el plano de la medicina, más que en los campos del comercio, la energía, la industria, la agricultura, e incluso que en el campo del medio ambiente.

Quizás estemos asistiendo a una conciencia planetaria largamente propiciada después de grandes catástrofes que afectaron a muchos países. Esa conciencia deberá ganar el centro de la escena, neutralizando el gozo apocalíptico que circula sin mayores restricciones dadas las condiciones en que se mueve la información en el escenario actual de las tecnologías de información y comunicación.

Es importante que eso suceda para desplazar las imágenes brutales que tienden a mostrar a los chinos como salvajes. Un ejemplo es la del cadáver de un murciélago semisumergido en agua, con un epígrafe que habla de una «sopa». La foto se ha viralizado en las redes virtuales para explicar el surgimiento del nuevo virus induciendo a entender que «estamos amenazados por chinos que devoran asquerosidades».

Todos los escenarios, aun los más técnicos y objetivos, se desarrollan en un mundo simbólico. Así como aparece la imagen de un chino primitivo, también está la imagen de una cultura china sabia, capaz de generar milagros tecnológicos que hasta han permitido revoluciones en nuestra historia occidental. Son ejemplos de ello la pólvora, la brújula y la imprenta, por nombrar las más icónicas. Si China es el caldo de cultivo perfecto para la aparición de una enfermedad que podría transformarse en una pandemia, por otro lado también es una de las potencias mundiales que tiene la capacidad para solucionarla.

Nada obtendremos de ignorar al país que ya es nuestro segundo socio comercial y que indefectiblemente cada vez más hace pesar su poder de gravedad sobre nuestro destino.

El gobierno chino tiene la capacidad, por aquello mismo de que es acusado de autocrático, de poner en cuarentena ciudades de millones de personas, de movilizar miles de médicos, de construir en pocos días dos hospitales dedicados a contener la enfermedad. Cuando aún era un país pobre, en 1949, controló una epidemia de rubeola. Al año siguiente, un brote de viruela. Y entre 2002 y 2003 detuvo para el mundo el SARS.

Finalmente, la capacidad que está desplegando China para contener este nuevo brote, demostrando hasta qué punto ha llevado la ciencia que adoptó de Occidente, se desarrolla en un escenario en que las distopías se trenzan en China con las utopías encarnadas en la esperanza de la gente, que ha visto en los últimos 40 años mejorar su vida y proyecta los mejores anhelos para sus hijos y nietos.

El gobierno socialista que está empeñado en controlar lo antes posible el brote de gripe es el mismo que este año habrá erradicado por completo la pobreza extrema en su población, y que desde 1980 ha sacado de la pobreza a más de 800 millones de personas, según cifras del Banco Mundial. Desde el punto de vista del doctor Ramón Carrillo este dato es fundamental para jaquear a las epidemias. «