Chernóbil se ha convertido en sinónimo de catástrofe. El desastre nuclear de 1986 (que recientemente ha resucitado en la opinión pública gracias a la serie de televisión del mismo nombre) causó miles de cánceres, convirtió lo que una vez fue una zona poblada en una ciudad fantasma y acabó causando la creación de una zona de exclusión de 2.600km².
Pero a la zona de exclusión de Chernóbil no le falta vida. Lobos, jabalíes y osos han vuelto a los frondosos bosques que rodean la antigua central nuclear. Y la vegetación tampoco murió, exceptuando las especies más vulnerables, e incluso en las áreas más radiactivas la vegetación se recuperó en el plazo de tres años.
Los humanos y otros mamíferos y pájaros hubieran muerto varias veces por la radiación que las plantas recibieron en las zonas más contaminadas. Entonces, ¿por qué la vida de las plantas es tan resistente a la radiación y al desastre nuclear?
Para responder a esta pregunta, primero necesitamos entender cómo afecta la radiación de los reactores nucleares a las células vivas. El material radiactivo de Chernóbil es “inestable” porque está continuamente lanzando partículas de alta energía y olas que rompen las estructuras celulares o producen sustancias químicas reactivas que atacan la maquinaria celular.
Muchas partes de la célula son reemplazables cuando se dañan, pero el ADN es una excepción esencial. En dosis muy altas de radiación, el ADN se distorsiona y las células mueren rápido. Dosis más bajas pueden causar un daño más moderado en forma de mutaciones que alteran el funcionamiento de la célula. Por ejemplo, provocando que se vuelvan cancerosas, se multipliquen descontroladamente y se expandan a otras partes del cuerpo.
En animales esto suele ser letal porque sus células y sistemas están altamente especializados y son inflexibles. Hay que pensar en la biología animal como una máquina compleja en la que cada célula y órgano tienen un lugar y propósito y todas las partes deben trabajar y cooperar para que el individuo sobreviva. Un humano no puede arreglárselas sin un cerebro, un corazón o unos pulmones.
Las plantas, en cambio, se desarrollan de un modo mucho más flexible y orgánico. Como no se pueden mover, no tienen más opción que adaptarse a las circunstancias de su entorno. En vez de tener una estructura definida como los animales, las plantas lo compensan a medida que se desarrollan. Que crezcan raíces más profundas o tallos más largos depende del equilibrio de las señales químicas de otras partes de la planta y del “Wood Wide Web”, así como de las condiciones de luz, temperatura, agua y nutrientes.
A diferencia de las célúlas animales, casi todas las células vegetales son capaces de crear nuevas células del tipo que la planta necesite. Este es el motivo por el que un jardinero puede cultivar nuevas plantas a partir de esquejes, con raíces que brotan de lo que fue una vez un tallo o una hoja.
Esto significa que las plantas pueden reemplazar células o tejidos muertos mucho más fácilmente que los animales, ya estén dañadas por el ataque de un animal o por la radiación.
Y aunque la radiación y otros tipos de daño en el ADN pueden causar tumores en plantas, las células mutadas generalmente no son capaces de extenderse desde una parte de la planta a otras como hace el cáncer, gracias a la rigidez e interconexión de las paredes que rodean las células vegetales. Además, tampoco son tumores mortales en la gran mayoría de los casos, porque la planta encuentra maneras de trabajar alrededor del tejido defectuoso.
Resulta interesante que, además de esta resistencia innata a la radiación, muchas plantas de la zona de exclusión de Chernóbil parecen estar utilizando mecanismos adicionales para proteger su ADN cambiando su química para hacerla más resistente a los daños y activando sistemas de reparación si algo no funciona. Los niveles de radiación natural en la superficie de la Tierra eran mucho más altos en el pasado remoto, cuando las primeras plantas estaban evolucionando. Así, la vegetación de la zona de exclusión podría estar recuperando adaptaciones de aquel periodo para sobrevivir.
Una nueva vida
Actualmente, la vida está creciendo alrededor de Chernóbil. Las poblaciones de muchas plantas y especies animales son incluso más grandes que antes del desastre.
Dada la trágica pérdida de vidas humanas asociadas con Chernóbil, este resurgimiento de la naturaleza resulta sorprendente. La radiación tiene efectos dañinos demostrables en la vida de las plantas, y puede acortar las vidas de plantas y animales. Pero si los recursos para el sustento de la vida son lo suficientemente abundantes y las consecuencias no son fatídicas, entonces la vida florecerá.
Sin embargo, el problema producido por la radiación en Chernóbil sobre las plantas es menos grave que los beneficios obtenidos por el abandono de la zona por parte de los humanos. Actualmente, es una de las reservas naturales más grandes de Europa, el ecosistema permite más vida que antes.
En cierto modo, la catástrofe de Chernóbil revela el verdadero alcance de nuestro impacto medioambiental en el planeta. Por muy dañino que fuera, el accidente nuclear fue muchísimo menos destructivo que nosotros para el ecosistema de la zona. Al alejarnos de allí, hemos dejado espacio para que vuelva la naturaleza.
*Artículo publicado por Stuart Thompson (Senior Lecturer in Plant Biochemistry, Universidad de Westminster), en el sitio de divulgación científica The Conversation.