César Bona llega precedido de un notable galardón: es el mejor maestro de España. A la manera de un amable Merlí de escuela primaria, este zaragozano de 47 años ha hecho de la pedagogía creativa una herramienta central para la integración. Filtrando en la currícula sus métodos poco ortodoxos, logró, por ejemplo, que niños de una escuela rural que no se comunicaban entre sí llevaran adelante un proyecto de cine mudo que terminó funcionando como factor de cohesión para toda una comunidad, o que otros crearan una ONG virtual para proteger a los animales que derivó en que un pequeño municipio aragonés prohibiera un circo donde se los maltrataba. Una suerte de aforismo fundamental sustenta las enseñanzas de Bona: la escuela no es necesariamente un reflejo de la sociedad sino, más bien, el lugar desde donde se puede cambiarla.
–Las historias que relatás ponen el acento en niños que por diversas razones –por su situación de vulnerabilidad social, porque tienen una discapacidad, por su origen migrante, etcétera– se ven obligados a adaptarse a un sistema educativo que no parece preparado para aceptar la diferencia. ¿Cómo lidian los docentes con este problema?
–Primero, yo prefiero remplazar la palabra problema por la palabra reto. El reto es que no sean los niños los que deben adaptarse al sistema, sino al revés. ¿Qué hacer para cambiar eso? En las altas esferas, muchas cosas. A nuestro nivel, el de los maestros, debemos reflexionar qué estamos haciendo y para qué, teniendo en cuenta que cada alumno es diferente, y que eso, lejos de ser un inconveniente, es un regalo. La diferencia se convierte así en un punto de partida desde el cual construir en educación.
–¿La introducción del concepto de “meritocracia” ha metido a la educación en un falso dilema entre calidad y equidad?
–Bueno, deberíamos preguntarnos en qué momento de la educación se ha separado calidad de equidad, cuándo la escuela o el instituto se convirtieron en los jueces que deciden quién sigue adelante y quién se queda en el camino. ¿El objetivo es que los niños saquen “nueves” o que sean, primero, buenas personas, y luego, que sepan relacionarse con ellos mismos, con quienes los rodean y con el mundo en el que viven? He ahí una buena definición de educación, sencilla, breve: herramientas para eso. ¿Y las matemáticas, vienen después? No, vienen dentro de ese vínculo con la sociedad, con el planeta. Hay una frase, “en casa se educa, en la escuela se enseña”, que ha levantado un muro muy alto entre la familia y la escuela. Pero escuela, familia, sociedad, vida, son conceptos indisolubles, no podemos hablar de uno de ellos y dejar los otros fuera. Ha de quedar claro que la escuela no es una burbuja, pero el reto es pensarla no como reflejo de la sociedad, sino como un lugar desde donde la sociedad se puede cambiar. Por eso es tan importante nuestra tarea. Todo lo que tenemos en la cabeza empieza en la educación, con personas, los docentes, que nos han marcado, para bien o para mal. Somos un actor clave, cuya tarea diaria hay que revalorizar. Por supuesto, también debemos ser exigentes con nosotros mismos, porque marcamos vidas. A los niños les exigimos mucho. Queremos que sepan trabajar en equipo, queremos que sepan controlar sus emociones, que se comporten, que no griten, que tengan ilusión por venir a la escuela. Todo eso, antes, debemos tenerlo nosotros. Sólo les podemos exigir lo que les podemos dar. Y no hablo de capacidades, porque cada uno de ellos tienen las suyas, diferentes.
–¿El gran secreto es escucharlos?
–Se dice que niños y niñas son los adultos del futuro. Eso es absurdo. Es como decir que nosotros somos los ancianos del futuro. No, niños y niñas son los habitantes del presente. Y por eso es ahora cuando tienes que escuchar sus opiniones, invitarlos a mirar por la ventana y que intenten mejorar el mundo en el que viven. Queremos personas que participen, que se comprometan, pero eso no aparece un día, de repente, eso se educa. Y todo cambia cuando les das la oportunidad de expresarse, de actuar sobre la realidad que los rodea. “Te voy a dar herramientas para el futuro”, les dicen. “No, dámelas para ahora. Enséñame ahora a conocerme a mí mismo, a gestionar mis emociones, a relacionarme con los demás. Por eso es tan importante escuchar. Qué tú, maestro, los escuches a ellos, que se sientan realmente escuchados, y que además, se escuchen entre ellos. El objetivo no es que sepan tantas y tantas cosas y todo de carrerilla, digo, que lo sepan perfectamente, sino que tengan ganas de seguir aprendiendo al día siguiente, que conserven esas ganas siempre, y por fin, que tengas ganas de conocerse unos a otros.
–¿Se puede sistematizar la pedagogía creativa?
–Siempre se habla del “sistema” como una excusa. Y está bien, el sistema tiene que cambiar, pero nosotros tenemos que dar el primer paso, incluso a pesar del sistema. Si ahora mismo recorriéramos todas las escuelas de la Argentina, yo tengo la certeza de que hay muchas experiencias muy buenas, anónimas, que calan hondo en niños y niñas y que van a marcar sus vidas para bien. Y no sólo son buenos sus resultados académicos, sino también sus resultados sociales. No sé si es posible sistematizar lo que se hace en una escuela en concreto, pero sí encontrar los aspectos en común. Seguramente concluiremos que, en esas experiencias, a los niños se los escucha, se los invita a participar, y además, se sienten útiles, queridos, que es lo que deseamos todos los seres humanos. «