Para Leandro, los días nublados son ideales para hacer actividades en el parque o salir a correr en las plazas. Cuando el sol abruma en Núñez, trota lo más pegado posible a los frentes comerciales en busca de la sombra que ofrecen los toldos y las marquesinas de edificios. Al llegar al nuevo parque de la zona busca alguna copa frondosa para resguardarse. No la encuentra. En su lugar, algunas palmeras, escaso pasto; casi el 70% del parque con suelo de hormigón. Un espacio público gris a cielo abierto, donde el sol no encuentra resistencia y sin pedir permiso fortalece su efecto al reflejar en el cemento.
Hace unos días la Ciudad presentó el flamante Parque de la Innovación donde antes se encontraba el Tiro Federal, a metros del estadio de River. Habían prometido un gran espacio verde. Terminó siendo un conglomerado gris de hormigón armado, con canteros, pequeños cuadrados verdes, y torres a su alrededor.
Leandro Bustamante, «Busta» como le dicen los amigos, tiene como hobby participar en algunos maratones que se realizan en la Ciudad. “Me encanta entrenar, pero últimamente prefiero hacerlo los días sin sol, y sino en el gimnasio. Los parques de la ciudad ya no son lo que eran”, se lamenta.
No es solo él. Miles de porteños rememoran los tiempos de plazas verdes, árboles frondosos y olor a pasto mojado. Hoy encuentran hormigón donde debería haber espacios verdes, árboles de grandes copas y suelo absorbente. Esa fascinación por el cemento que existe en la administración porteña, y tiene su correlato en varios partidos del conurbano (la gran mayoría gobernados también por JxC), ¿tiene alguna lógica más allá de “los negocios inmobiliarios”?
Hay un antecedente ideológico sobre cómo pensar el espacio público que data del período militar que inició en 1976 cuando “se construyeron una enorme cantidad de parques y plazas en la Ciudad de Buenos Aires. Muchos de estos espacios verdes, particularmente las plazas, se caracterizaban por tener grandes superficies de cemento, fuentes ornamentales, anfiteatros, desniveles y pérgolas de cemento, conformando un patrón estético muy distinto al de las plazas tradicionales de la ciudad”, según publica en su trabajo Procesos urbanos en la Ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura militar (1976-1983) Luján Menazzi Canese, investigadora del Conicet y del Instituto de Investigaciones Gino Germani–Universidad de Buenos Aires.
“Los materiales elegidos pretendían ser aquellos materiales tradicionales de la ciudad (ladrillos, baldosones de cemento y hormigón para las pérgolas) y se caracterizaban por ser de fácil mantenimiento y reposición, una cuestión también solicitada específicamente por la Municipalidad. La construcción de las plazas se realizó en tiempos brevísimos, el período desde las ideas preliminares hasta los pliegos de licitación abarcó entre sesenta y setenta días solamente y los tiempos de construcción también se caracterizaron por ser muy breves”, agrega el informe publicado en 2011 por la prestigiosa revista Scripta Nova de la Universidad de Barcelona. Eran, también, tiempos de negocios con las constructoras contratistas del Estado que se beneficiaban de espacios con más cemento que verde.
Cemento, ambiente y recreación
Los espacios verdes de suelo absorbente tienen funciones ambientales específicas, además de las bondades que ofrece para actividades de recreación e interacción social. Sin embargo, las nuevas plazas como la única que tiene Boedo (de 2010) o la Manzana 66 en Balvanera, están dominadas por el cemento. En la reciente Plaza de la Vecindad de Ortúzar reina el gris. Hasta tiene arbolado pintado en las paredes.
“Esta ciudad es totalmente expulsiva, privatista e insana. Hay una lógica de considerar al espacio público como un espacio a llenar: con comercios, con rejas, con macetones. La mayoría de las plazas tienen más del 70% de cemento en lugar de pasto. Esos espacios se han convertido en pasillos, los pibes juegan arriba del concreto y en varias plazas encima hay carteles que prohíben pisar el pasto. No hay ninguna norma en el mundo que prohíba eso”, expone Enrique Viale, de la Asociación de Abogados Ambientalistas, en diálogo con Tiempo.
Para el especialista, esas decisiones tienen que ver con una lógica de la distancia que pone el gobierno porteño con la naturaleza, con un ajuste en el cuidado de los parques (es más económico limpiar el cemento que cuidar la vegetación); y con un negocio con las empresas constructoras.
Viale afirma que el distrito porteño es la segunda capital de Latinoamérica con los peores índices de espacios verdes (ver aparte). “Hay barrios como Almagro donde tenemos 0,2 m2 por habitante. En los 16 años que lleva el macrismo en la Ciudad ya entregaron más de 500 hectáreas de tierras públicas a manos privadas. Si bien en CABA no hay commodities, los inmuebles funcionan como tales porque pierden su bien de uso y terminan siendo un bien de cambio y de especulación”, agrega.
Para el abogado especializado en ambiente, la contracara de la especulación inmobiliaria es la emergencia habitacional que se vive en la Capital Federal, no solo con las 300 mil personas que habitan los barrios vulnerables, sino también con aquellas que no encuentran lugar para alquilar.
“En CABA no hay oro, no hay soja, no hay petróleo, pero hay tierras, e igualmente se repite la lógica del extractivismo que ocurre en otras provincias donde sí hay oro, petróleo y soja, porque en la Ciudad hay especuladores inmobiliarios –lanza Viale–. Son tan poderosos como las otras corporaciones pero gozan de mayor impunidad. Si digo Monsanto o Barrick Gold uno sabe quién es, y Shell ni hablar. Pero muy pocos conocen con nombre y apellido a los grandes especuladores inmobiliarios”.
Isla de calor
También en el tema espacios verdes hay una disociación entre el discurso oficial y los hechos. De los 3646 espacios verdes que informa el gobierno porteño, el 60% son canteros y “derivadores de tránsito”. Todo esto en una ciudad que aumentó casi un grado la temperatura ambiente promedio en los últimos 50 años, con sobradas pruebas del cambio climático: en 2023 registró el verano más cálido de su historia.
María Angélica Di Giacomo, fundadora de la asociación Basta de Mutilar Nuestros Árboles, explica: “Cubrir con cemento el suelo de plazas, parques y plazoletas nos priva de sus beneficios para la salud ambiental física y psíquica de los espacios verdes públicos. Este predominio del cemento en los espacios públicos aumenta el efecto de isla de calor de nuestra ciudad y por otro lado no nos permite la adaptación a la crisis climática”.
Al exceso de cemento se les suma la escasez y mutilación del arbolado público. Ejemplares centenarios son arrancados de raíz para realizar obras estrafalarias, criticadas por los vecinos. Un caso paradigmático es la tala indiscriminada en Paseo Colón para extender el Metrobus. Desde el 2022, en apenas un tramo de 2 kilómetros, arrasaron con más de 70 ejemplares de fresnos, jacarandás y eucaliptos. Las organizaciones que luchan por una ciudad verde lo califican como un «arboricidio«.
Cada vez menos verde por habitante
De acuerdo a datos de la Fundación Bunge y Born, Buenos Aires es una de las ciudades con menos zonas verdes por habitante. Entre las 3 millones de personas que habitan en CABA (y otras tantas que la transitan a diario), hay casi un total de 15 millones de m2 de espacios verdes.
El informe asegura que “si bien en el 2011 la Ciudad de Buenos Aires tuvo el pico con 6,27 m2 por persona, a partir de ese año la curva de crecimiento de espacios verdes comenzó a caer. En 2013 llegó a 5,85 m2 por persona hasta el año 2020, cuando la cifra comenzó a caer con un registro de 5,13 m2 por persona”. Este número implica un promedio que representa menos de la mitad de las recomendaciones internacionales (de 10 a 15 m2 verde por habitante).
La distribución desigual de los espacios verdes en la ciudad causa una nueva problemática. El Instituto Ciudad publicó el Índice de Bienestar Urbano. Los peores registros están en el centro: Caballito, Flores, Almagro. Estos barrios tienen registros muy negativos. La comuna 5 (Almagro) apenas llega al 0,2 metros cuadrados verdes por habitante.
Un ejemplo es la plaza Almagro, puro cemento. En Boedo, Balvanera y San Cristóbal alcanzan los 0,4 m2/h.
Para el gobierno porteño, la Ciudad tiene 6,7 m2 verde por habitante. Pero si se cuenta solo las 353 plazas, 64 parques, dos reservas ecológicas y el ecoparque número baja a 4,7 m2. El resto son canteros, veredas y plazoletas de cemento.
Hay otro dato: al menos 350 mil porteños y porteñas viven a más de 10 cuadras de un espacio verde.
La enajenación del espacio público
Desde hace años, la administración de Rodríguez Larreta viene realizando poda indiscriminada de árboles. A inicios de febrero de 2022, la agrupación Basta de Mutilar, junto a la organización Casco Histórico Protege, publicaron un relevamiento sobre el accionar del GCBA en esta materia.
Según el informe, casi mil árboles plantados por el ejecutivo en Costanera Sur, Parque Tres de Febrero y Paseo del Bajo se secaron en poco más de dos años, un número que representa más del 70% de los ejemplares puestos allí entre 2019 y 2021. El relevamiento se suma a varias denuncias sobre las políticas porteñas de arbolado y a las críticas sobre la falta de espacios verdes en el distrito. María Angélica Di Giacomo asegura que “el GCBA proyecta y construye espacios con nombre verde, pero sin verde vegetal vivo ni suelo absorbente como los parques lineales, las calles de convivencia o las plazoletas y aliviadores de tránsito, que no suman nada a nivel Salud Pública ni Ambiente. Estos disfraces verdes terminan siendo terrazas para los emprendimientos gastronómicos y beneficios para ganancias particulares”.
En ese sentido, la especialista considera que “la enajenación del espacio público es el resultado final de leyes y proyectos en todos los niveles, desde las aceras hasta la ribera y playones ferroviarios pasando por plazas y parques”