Dentro de 13 días, la película Argentina, 1985 dejará de exhibirse en los cines y solo podrá verse en una plataforma por streaming. Aunque entendible, es una lástima esa exigencia contractual porque no será lo mismo verla en casa, expuesto a distracciones, ganas de ir hasta la heladera a picar algo y llamadas de celulares. Es que su proyección en salas y en pantalla grande originó un verdadero acontecimiento, no solo por la cantidad de espectadores a los que interesó. En el fin de semana extralargo la eligieron cuatro de cada diez personas que fueron al cine y en este fin de semana seguro superará los 600 mil espectadores. En cada una de las funciones se generó una auténtica ceremonia colectiva caracterizada por el respeto silencioso y profundo a lo largo de las dos horas y pico de duración. El estallido de aplausos del final confirmaba la inequívoca convicción de que esta realización conduce a una parte de la historia de la que varias generaciones (empezando por los de 37 años y menos) no habían vivido. Otros sectores importantes no la recordaban completa y, no pocos, se siguen complotando con absurdas consignas negacionistas para bajarle el precio.

La ficción –eso es y conviene no olvidarlo para no caerle con la exigencia de la verdad histórica o la fidelidad periodística- elige enfatizar un momento crucial de aquél entonces. Resulta que casi todos estábamos felices de haber salido vivitos y coleando tras la dictadura. Eso, a pesar de conocer, aún de modo incompleto, el saldo trágico que los militares en el poder habían dejado y cuyas consecuencias, imposibles de olvidar, hasta hoy padecemos. En el fondo casi nadie creía que un juicio, de semejante importancia –nada menos que el castigo a los jerarcas del genocidio– pudiera prosperar. Ya la justicia militar había manifestado su propósito de cajonearlo. Eran muchos los poderes siniestros que le respiraban en la nuca a la joven democracia como para hacerle saber que los uniformados y los servicios sin uniforme habían tenido que resignar el poder, pero que no estaban dispuestos a dar el necesario paso al costado. El intento podía haber terminado como tantos casos judiciales: en la nada misma. Pero el juicio a las juntas militares se desarrolló y terminó con resultados que todavía estremecen.

Está lo útil…

La película, surgida de la escudería creativa de Santiago Mitre y Mariano Llinás, puede definirse con muchos calificativos. Elijo uno, entre tantos: útil. Es útil mostrar en blanco y negro el temeroso conformismo de una figura representativa del radicalismo como (Antonio) Tróccoli. Junto a otros, impulsor de una teoría que evitaba decir que los terroristas estaban en el Estado. Es muy útil también saber que la mamá de (Luis) Moreno Ocampo, luego de escuchar el testimonio de la sobreviviente Adriana Calvo de Laborde dejó de defender a su amigo de comunión diaria y pasó a pensar que Videla era un dictador y merecía ir a prisión. Y resulta tremendamente útil recuperar artísticamente la declaración de una mujer contándole a los que aún no quieren oír que ella había parido a su hija, rodeada de una patota dentro de un Falcon verde. Su inclusión honra la memoria de la recordada militante y milagrosa sobreviviente del horror. Además, resulta de una extrema utilidad -en tiempos en que al gobierno actual se le reclama mayor determinación en algunos temas– advertir la decisión de Alfonsín, la voluntad difícil de quebrar y la inteligencia de un par de funcionarios de carrera (el fiscal y su adjunto) y la disposición de vencer toda clase de obstáculos de un puñado de jóvenes inexpertos, pero con indisimulable hambre de gloria. Ellos, en conjunto, incluidos los jueces que se sentaron alrededor de dos pizzas grandes de Banchero para acordar las perpetuas y demás penas, lo lograron. Y lo hicieron de la mano de un estilo cándido, sin creérsela para nada, aunque conscientes del lugar que la historia les estaba deparando.

…y lo agradable

A tanta utilidad se le suma lo agradable de una producción con una dirección de arte y una reconstrucción de épocas impecables. Tan cuidada y detallista que en las escenas dentro del juzgado, las cámaras del film se ubicaron en el mismo lugar que las de la TV tuvieron en el momento original. Producto de decisiones técnicas actuales algunas imágenes de la película, intervenidas por materiales de archivos, reproducen la luz y la textura televisiva de aquella época. A semejantes cuidados hay que sumar la actuación del elenco. Todos (en serio: todos) están muy bien, empezando por los protagónicos de Darín y Lanzani. Continuando, con un nivel de emoción, sutileza, fuerza y sensibilidad brillan los trabajos de Laura Paredes como Adriana Calvo; de Alejandra Flechner como la esposa de Strassera; de Norman Briski como el Ruso, su amigo políticamente incorrecto; de Claudio Da Passano recreando la figura de Carlos Somigliana, el dramaturgo que tuvo que ver con la redacción del alegato final, y de Santiago Armas, en el rol de Javier Strassera, a cargo de preguntas dignas de hijo de fiscal y de respuesta muy difícil: “Pá…¿en serio vas a meter en cana a Videla?”

En los tiempos recientes, en el marco de varias movilizaciones, tras el atentado a la vicepresidenta de la Nación y ante la difusión de ataques a la política y pronunciamientos de ultra derecha volvió a escucharse esa frase que tanto tiene de antes y después y que no se agota: Nunca Más. Página 12 volvió a publicar en fascículos el contenido del libro con ilustraciones de León Ferrari. En 1986, Carlos Somigliana trabajó los 530 casetes en formato U Matić y de ese tesoro audiovisual armó un registro documental de 12 horas. En esos años era tanto el temor que las autoridades grabaron el juicio de pe a pa, pero solo autorizaron la emisión de 3′ diarios, sin sonido y con los acusados tomados de espaldas. Sobre la base de las más de 500 horas que grabó y no emitió Argentina Televisora Color, el documentalista Ulises de la Orden está trabajando en una nueva versión del memorable juicio. Otros capítulos relevantes de la misma época merecerían destino de película o de serie de TV. Por ejemplo, eso que Ernesto Sabato calificó como “verdadero descenso a los infiernos”, la investigación de la Conadep entre diciembre de 1983 y septiembre de 1984. De esa pesquisa notable, el equipo de Strassera y Moreno Ocampo eligió los 709 casos que se presentaron entre abril y diciembre de 1985. Otro episodio cinematográfico fue el sorprendente viaje a Oslo que en 1988 hicieron los seis jueces para depositar en lugar seguro los materiales grabados por ATC. Otro tema interesante sería seguir y contar el devenir personal e ideológico de Arslanian, Gil Lavedra, Valerga Aráoz, Torlasco, D’Alessio y Ledesma para saber qué fue de los jueces que mandaron presos a los dictadores, desde la sentencia hasta hoy.