El cultivo de cannabis, con sus probadas propiedades medicinales, es posible en la Argentina. Según un artículo publicado en Sobre la Tierra, el área de divulgación de la Facultad de Agronomía de la UBA, los primeros estudios agronómicos en el país demuestran que, aun en regiones frías como la Patagonia, el ciclo de siembra y cosecha «puede durar entre seis y siete meses o sólo dos». Sin embargo, el principal obstáculo de los pacientes argentinos para pensar en un autoabastecimiento de aceite es la propia Ley de Cannabis Medicinal, que sigue considerando a la planta como una droga.
Francisco Mora es docente de la cátedra de Agrometeorología de la Universidad Nacional del Sur. Su tesis de maestría consiste en investigar las necesidades agroclimáticas de la planta decannabis para potenciar la producción de sus principios activos. Para ello realizó una revisión de la bibliografía disponible en el mundo, aunque pronto descubrió que la mayor parte de esa información se concentra en Europa y Estados Unidos.
«Comencé estos estudios antes de que se legalizara el cultivo de cannabis para uso científico y medicinal. Entonces pensé que se trataba de una planta con mucho poder medicinal, pero muy poco estudiada desde el punto de vista de la agronomía. Por eso consideré que era una buena oportunidad para hacer un aporte social como agrónomo desde la universidad pública», explica.
Así Mora aprendió que, lejos de adaptarse sólo a los ambientes subtropicales, el cannabis crece en sitios muy diversos. Por ejemplo, se lo cultiva en zonas áridas como las llanuras del Himalaya, en Asia —donde se originó—, y aun en regiones cubiertas por hielo durante gran parte del año, como Noruega o Finlandia, donde hay registros de que lo cultivaban los vikingos. «Estudié la climatología de los lugares del mundo donde la planta creció naturalmente y a partir de ahí saqué conclusiones. La más importante es que en la Argentina, con una extensión de superficie que cubre todos los climas, se puede cultivar».
El especialista remarca que estas plantas necesitan una temperatura superior a 8° C, «con un rango óptimo de entre 10 y 25 grados», y que «se adaptan también a temperaturas de hasta 35 o 37° C».
«Si elegimos correctamente la variedad a implantar –continúa Mora–, podemos cultivar plantas que se adapten a los distintos climas de la Argentina, incluso en la Patagonia. Uno piensa que en el sur del país hace mucho frío. Pero al ser muy plástica, mientras la planta reciba un mínimo de dos meses las temperaturas mencionadas, puede llegar a la floración y cosecharse. En cambio, si se pretende que las plantas completen su ciclo y produzcan semillas, la producción debe realizarse en lugares más cálidos».
Para el investigador, el cannabis es una planta «muy rústica y con un ciclo muy plástico», en relación al tiempo que transcurre entre la siembra y la cosecha, lo que significa que, según las condiciones ambientales, «el ciclo puede durar entre seis y siete meses o sólo dos».
Sin embargo, todo el conocimiento acumulado no puede volcarse en el terreno. La Ley 27.350, que regula la investigación médica y científica del uso medicinal de la planta de cannabis y sus derivados, impone severos límites a la investigación científica.
De acuerdo a la reglamentación vigente, sólo el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) están autorizados a cultivar cannabis «con fines de investigación médica o científica para la elaboración de la sustancia que como medicamento sirva para proveer a quienes estuvieren incorporados al Programa», es decir, aquellos pacientes que se encuentren en el Registro Nacional y «en tratamiento para estudio de casos y pacientes en protocolo de investigación, que voluntariamente soliciten su inscripción, o sus representantes legales en caso de corresponder».
«Hoy con esta ley estamos a mitad de camino, muy tibiamente se les da permiso para cultivar al Conicet y al INTA, pero tampoco está regulado cómo deben hacer estas instituciones para lograr acceder a la planta. Por otra parte, las universidades no están contempladas en la ley. Por ende, yo no puedo estudiar a la planta en vivo porque es ilegal», cuestiona Mora.
La norma que regula los usos del cannabis medicinal habilita a la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) a importar el aceite de cannabis, cuya provisión será gratuita para los pacientes que estén incorporados en el programa nacional. Pero pese a los múltiples beneficios medicinales probados en más de 100 patologías, la ANMAT sólo está autorizando la importación del aceite de cannabis para pacientes con epilepsia refractaria.
«Hay que ampliar el espectro –pide Mora–, estudiar toda la planta, e insistir para cubrir las necesidades de cada vez más gente». «
Los usos industriales
El cannabis es una planta empleada por la humanidad desde hace más de 5000 años. Entre sus usos conocidos, además del medicinal, destacan la alimentación, la producción de fibras industriales, textiles, papel y combustible y la construcción. Cada variedad tiene diversos cannabinoides (principios activos) con distintas funciones (la mayoría aún sin descubrir).
El tabú que existe con el cannabis nació en Estados Unidos a principios del siglo XX, cuando ya se usaba en la industria textil. Por ejemplo, las alpargatas se confeccionaban con fibras de cáñamo (cannabis sativa) o yute.
Según Daniel Sorlino, docente de la cátedra de Cultivos Industriales de la FAUBA, «el cáñamo era el hijo rústico del lino» y por eso los agricultores lo preferían, ya que la ropa de cáñamo duraba más que la de algodón.
Actualmente, en Francia está prohibido el cannabis para uso recreativo, pero existen más de 10 mil hectáreas sembradas para uso industrial y medicinal.
Por otro lado, el aceite de la semilla de cáñamo puede transformarse en biodiésel, como cualquier aceite vegetal.