«Disculpe, madame, ¿usted es María Antonieta?» El hombre con atavíos de verdugo parece algo desorientado. Con su hacha al hombro, recorre la fila de damas con aires cortesanos que nace en la boca del edificio de la Società Italiana Unione e Benevolenza, en Perón al 1300. «¿Usted es María Antonieta?», pregunta una y otra vez a las damiselas que aguardan para ingresar al edificio de estilo neoclásico, erigido por el arquitecto Simon Dessy en 1913. «Me invitaron los chicos de la organización para que la encontrara, pero todavía no tuve suerte. Por ahí, cuando arranque la fiesta se me da. Lástima que no traje la guillotina», dice con ironía filosa Luis, un electricista de 50 años de Lanús. Fanático del cosplay, cuenta que sufre horrores cada vez que se pierde un evento medieval. Llegó hasta el centro luego de un tortuoso viaje en el 128.
Luis se saca por un rato la capucha, deja ver su sonrisa bonachona y confiesa: «Este siempre fue un trabajo mal visto, indigno y vil. El hombre que mataba por orden del rey o de la Inquisición. Pero acá es distinto, porque el verdugo terminó con la realeza. Igual, esto es pura facha, no mato ni una mosca.» Antes de ingresar al salón donde en breve comenzará la mascarada, Luis vuelve al personaje. Blande su maza pinchuda y destaca: «¿Sabe por qué viene la gente? Porque la máscara hace salir el alter ego. Libera.»
Caras y caretas
Mientras cruza el salón central de Unione e Benevolenza, Roxana cuenta que no sabe cómo liberarse de la presión del corsé. Luce un vestido de estilo Watteau, con una falda rimbombante sobre el miriñaque. Demoró más de un mes en darle los toques finales con sus propias manos. Una máscara veneciana decorada con plumas cubre su rostro. «Lo atractivo de estas fiestas es que te dan la posibilidad de cambiar la identidad por un rato. Perderte en la multitud», reflexiona la profesora de Letras que llegó desde San Isidro. Esta noche es su debut en la mascarada, un evento inspirado en las fiestas de las grandes cortes europeas, que florecieron entre el siglo XVI y mediados del XVIII. Los festejos de la nobleza combinaban dosis parejas de danza, teatro, música y pantagruélicos marcos arquitectónicos, especialmente diseñados para que los monarcas hicieran alarde de su grandeza. Enrique VIII de Inglaterra, la reina Ana de Dinamarca y Luis XIV de Francia solían degustar las mieles de las mascaradas. Incluso Shakespeare les dedicó un interludio en su obra La tempestad.
«Los tiempos cambian. Antes era un festejo cortesano, pero ahora podemos participar los plebeyos. Tenían mucha pompa, y más que nada aparecieron durante las grandes crisis», arriesga Roxana, mientras la música barroca empieza a flotar en el aire. «Ahora la gente quiere divertirse y salir un rato de la realidad. Y sobre todo se dejaron de lado los prejuicios: ya nadie te mira raro en Buenos Aires si venís disfrazado a una fiesta», cierra la dama, hace una reverencia y se pierde en una jauría de jovencitos vestidos con aires góticos.
Desde su improvisada cabina de DJ, Adrián Juárez dispara temas de Strauss, Händel, Tchaikovski e incluso de Sisters of Mercy. A eso de las ocho, el salón se transforma en una discoteca clásica. Las parejas le sacan viruta al piso de roble. Giran al ritmo del Danubio Azul. Adrián es uno de los organizadores de la mascarada, junto a la productora Magic Fans. Integra el grupo de Facebook Gothic BA y hace más de 15 años que arma fiestas recreacionistas. Cuenta que el festejo de esta noche está inspirado en la figura de María Antonieta, la polémica reina francesa que perdió la cabeza en el cadalso revolucionario el 16 de octubre de 1793. «Pero nosotros tomamos como inspiración a la María Antonieta de la película de Sofía Coppola, que era una reina más punk y new romantic», explica Adrián, y se acomoda la careta símil Fantasma de la Ópera. El film de Coppola intentaba retratar, en palabras de su directora, la «vida de una adolescente en Versalles». «Una chica que, sin elegirlo, llega a un mundo desconocido y tiene que aprender los códigos cortesanos. Pero que tenía los bienes del reino a su disposición. Y como buena adolescente, los usó para festejar. Sin embargo, nunca pudo evitar el runrún de la revolución que estaba al acecho. Por eso pusimos a un verdugo que la está buscando. Creo que hay cosas que son inexorables, aunque intentemos esconderlas», reflexiona el DJ. ¿Qué atrae a los porteños a participar en estos festejos? No duda: «Son épocas de mucho ‘ruido blanco’, por la sobrecarga de información y responsabilidades. Estos espacios te transportan a una época que es casi un sueño.» Esta noche, los enmascarados pueden visitar por un rato aquellos paraísos artificiales. La entrada cuesta 200 pesos.
Que coman pasteles
Todo festejo real siempre ostenta un gran banquete. La mascarada no es la excepción a la regla. En el puesto de Gothic Raven se pueden degustar desde cupcakes de chocolate decorados con rositas rococó hasta bombas rellenas con frutillas frescas y crema chantilly. Obviamente, también opíparos pasteles. Los productos light parecen no tener sitio en la dieta aristocrática. Según la pastelera a cargo del emprendimiento con sede en Constitución, María Antonieta no ahorraba en calorías y popularizó la pastelería de diseño entre los cortesanos. Las delicias se ofrecen a precios accesibles al bolsillo de la plebe: entre 25 y 30 pesitos la porción.
La joven diseñadora Florencia Barreda es cultora de la moda retro. Sus vestidos tienen aires victorianos, renacentistas e incluso medievales. Para la creadora de la firma Gotique Poupée, María Antonieta es un ícono de la moda. El mito dice que la reina nunca usó dos veces el mismo vestido. Florencia sueña con encontrar clientas con ese perfil.
Sara y Dafne son artistas. Sin embargo, prefieren llevar con orgullo el título menos ostentoso de artesanas. Se especializan en el diseño de antifaces, inspirados en el Carnaval veneciano. En sus rostros, las emprendedoras de Il Ballo lucen máscaras de Colombina y el Gato, personajes de la Commedia dellArte. En su puesto de venta también se ofrecen diversas versiones criollas de los afamados huevos de Fabergé, las joyas que hacían delirar a los zares. «Tenemos la misma intención artística del joyero ruso, pero mucho menos presupuesto», comenta Sara, y luego exhibe con orgullo un huevo de ñandú finamente tallado.
Bailando en la oscuridad
Onorata baila en trance en el centro del salón. Desde el pelo hasta la punta de los pies, luce una estricta etiqueta negra. Cuenta que vive en Banfield, trabaja como ilustradora y cultiva el tradicionalismo. «Me gusta el mundo antiguo, porque es la última época en que el hombre estuvo unido con Dios. Luego se perdió la belleza del mundo cotidiano», sostiene. Consultada sobre la única argentina que ostenta un título nobiliario de peso, la reina Máxima de Holanda, Onorata no duda en desinflarla: «No representa los valores antiguos. La principal preocupación de los reyes actuales es mantener el poder. Han dejado de lado la creencia en lo trascendente.» No muy lejos, una grupo de adolescentes se sacan selfies. Onorata contempla la escena y dispara: «El capitalismo degrada la belleza. El nuevo rey es el consumo.»
Antes de que den las 12, las damas y sus consortes aprovechan para tomar el último trago de la noche. Cerca de la barra, un clon de María Antonieta no se cansa de posar para las fotos. La muchacha se llama Carola Frank, es actriz e interpreta a la reina en una comedia musical que narra con tono mordaz los últimos años de la familia real. La escolta su pareja, el escritor Gabriel Sosa. El autor de la obra luce una peluca blanquísima, que hace juego con los bucles postizos de la reina de la noche. «Los nobles la pasaban de maravilla. Tan bien que no se dieron cuenta que la tragedia estaba a la vuelta de la esquina», arriesga Carola y sonríe otra vez para la foto. A unos pocos pasos, acodado sobre la barra, Luis el verdugo toma cerveza y conversa con dos parroquianos. «Me parece que, por esta noche, la reina zafa bromea. No me quiero manchar con sangre azul.» «