El 8 de marzo en Suecia se festeja desde temprano y a muchas mujeres se les lleva el desayuno a la cama. Pero el acontecimiento es la marcha. No hay una sola, hay marchas y actos celebrando a las mujeres hasta en los pueblitos más perdidos en el norte, donde viven apenas cientos de personas.
Los sindicatos socialdemócratas y el Partido Comunista sueco tienen antiguas tradiciones heredadas de las abuelas, que a principios del siglo estuvieron en las barricadas para pelear por su derecho al voto y por una legislación en donde se tuviera en cuenta su condición de madres y de obreras.
Este año las marchas van a ser en solidaridad con las mujeres refugiadas, que son las que están pagando el precio más alto en los éxodos, que llevan a familias enteras al exilio y a morir en los caminos de Europa y en las playas del Mediterráneo.
Una abuela de 100 años llegó el otro día a Turquía caminando desde Siria, buscando llegar a Alemania, en donde varios de sus nietos viven. La tuvieron que llevar en brazos muchos kilómetros. Los hombres de la larga fila de gente huyendo de Alepo se turnaban para llevarla.
Suecia ha recibido a más de 50 mil refugiados sirios y trata de organizar programas de integración y de enseñanza del idioma. Las niñas son especialmente destacadas porque se considera que la educación de las mujeres es a largo plazo, lo que rinde resultados más favorables. Las mujeres en su capacidad de multiplicadoras y de transmisoras de historias y de lenguaje son de un valor inestimable para toda evolución social.
En Palestina, donde las mujeres gozan de una alta estima, festejé un 8 de marzo muy especial, en la Franja de Gaza. La Franja era una prisión pero las mujeres cantaron su resistencia y su voluntad de no ceder ni un dunam de tierra a los ocupantes. La sociedad palestina tiene muy claro que sin las mujeres no hay cambio posible.
Mi amiga Silvia Ribeiro, que vive en México desde hace muchos años, me contó que las mujeres zapatistas indígenas festejan de una forma parecida a las palestinas y que allí también su rol es crucial para implementar todo cambio. Una sociedad que no festeje a sus mujeres es una sociedad suicida. Por eso este año en Montevideo vamos a manifestar el 8 de marzo en contra de los feminicidios, ese azote que es la forma más degradante del patriarcado.
*Antropóloga social uruguaya exiliada en 1978 en Suecia. Actualmente vive en Montevideo y escribe regularmente en medios suecos.