Hace 70 años atrás se vivió el peor atentado en la historia del subte y el preludio de lo que ocurriría dos años después con el bombardeo a Plaza de Mayo. Con los mismos cimientos: antiperonismo, odio y explisivos. Pero en este caso hay un agregado: el rol de Roque Carranza, que luego sería ministro, y a la postre le daría su nombre a una estación de subte. Justo él, uno de los que impulsó el más grave ataque subterráneo.

Era la tarde del 15 de abril de 1953. El lugar: la estación Plaza de Mayo. Línea A. La más antigua de Latinoamérica. Mientras se desarrollaba un acto peronista en la superficie, sobre la Plaza de Mayo, un comando terrorista antiperonista hizo estallar dos bombas. El saldo: seis muertos.

Era el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, se vivían momentos de crisis económica, inflación, el desabastecimiento (sobre todo en el sector de la carne, con especulación de empresarios que priorizaban la exportación), las tensiones con las Fuerzas Armadas y la Iglesia aumentaban. El antiperonismo también. El odio ya había quedado expuesto con la muerte de Evita el 26 de julio del año anterior.

El 14 de abril el gobierno clausuró cientos de locales que no cumplían con los precios máximos de alimentos que había fijado el presidente. 

«Perón, decidido a consolidar el apoyo de sus bases, convocó con el apoyo de la CGT a un acto en la Plaza de Mayo para la tarde del miércoles 15 de abril. La jornada, recuerda Antonio Cafiero, entonces ministro de Comercio Exterior, ‘era de fiesta'», narran el sitio enelsubte.com.

Cuenta Felipe Pigna en Los Mitos de la Historia Argentina 4 que para contrarrestar la ofensiva opositora, que encontraba en la carestía, el desabastecimiento y el caso Juan Duarte (recientemente fallecido) un interesante caldo de cultivo, la CGT convocó para el 15 de abril a una movilización. «La Plaza de Mayo volvió a llenarse y estaba todo listo para otro ‘día peronista’”. El General dedicó su discurso a vincular la complicada situación económica con el accionar de la oposición, con algunas palabras y debates que hoy siguen cobrando vigencia:

«He repetido hasta el cansancio que en esta etapa de la economía argentina es indispensable que establezcamos un control de los precios, no sólo por el gobierno y los inspectores, sino por cada uno de los que compran, que es el mejor inspector que defiende su bolsillo. Y para los comerciantes que quieren precios libres, he explicado hasta el cansancio que tal libertad de precios por el momento no puede establecerse..».

No llegó a terminar la frase que una fuerte explosión hizo eco en la Plaza. No era un petardo. Perón intentó continuar: «Compañeros, éstos, los mismos que hacen circular los rumores todos los días, parece que hoy se han sentido más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba».

Otro explosivo estalla. El General continuó: «Ustedes ven que cuando yo, desde aquí, anuncié que se trataba de un plan preparado, no me faltaban razones para anunciarlo. Compañeros: podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores pero lo que nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya, y de esto, compañeros, yo les aseguro que no se saldrán con la suya».

La multitud lo interrumpió repitiendo dos palabras: “¡Perón! ¡Perón!” y “¡Leña! ¡Leña!”. El líder aludió al pedido: «Eso de leña que ustedes me reclaman, ¿por qué no empiezan ustedes a darla? Compañeros: estamos en un momento en que todos debemos de preocuparnos seriamente, porque la canalla no descansa porque están apoyados desde el exterior. […] Decía que es menester velar en cada puesto con el fusil al brazo. Es menester que cada ciudadano se convierta en un observador minucioso y permanente, porque hoy la lucha es subrepticia. Todo esto nos está demostrando que se trata de una guerra psicológica organizada y dirigida desde el exterior, con agentes en lo interno».

Y añadió: «Hay que buscar a esos agentes, que se pueden encontrar si uno está atento, y donde se los encuentre, colgarlos en un árbol. […] Con referencia a los especuladores, ellos son elementos coadyuvantes y cooperantes en esta acción. El gobierno está decidido a hacer cumplir los precios aunque tenga que colgarlos a todos. Y ustedes ven que tan pronto se ha comenzado, y el pueblo ha comenzado a cooperar, los precios han bajado un 25 por ciento. Eso quiere decir que, por lo menos, estaban robando el 25 por ciento. Han de bajar al precio oficial calculado, porque eso les da los beneficios que ellos merecen por su trabajo. No queremos nosotros ser injustos con nadie. Ellos tienen derecho a ganar pero no tienen derecho a robar. […] Si para terminar con los malos de adentro y con los malos de afuera, si para terminar con los deshonestos y con los malvados, es menester que cargue ante la historia con el título de tirano, lo haré con mucho gusto. Hasta ahora he empleado la persuasión; en adelante emplearé la represión. Y quiera Dios que las circunstancias no me lleven a tener que emplear las penas más terribles».

El comando terrorista antiperonista pensó golpear al peronismo en su ámbito primordial: la movilización popular. Sin importar el ataque, la magnitud ni las víctimas.

De hecho fueron tres bombas las que se colocaron ese día. Pero explotaron dos, a los 14 minutos de que Perón iniciara su discurso desde el balcón de la Casa Rosada: la primera en la confitería del Hotel Mayo, que estaba cerrada por refacciones; la segunda en el interior de la estación Plaza de Mayo del subte, cerrada en ese momento ante la concentración; y la tercera, que no llegó a detonar, en el octavo piso del edificio del Nuevo Banco Italiano (en la esquina de Rivadavia y Reconquista, actual Banco BBVA). Ahí buscaban que el desprendimiento de mampostería causara daños entre la multitud. Les falló el mecanismo de relojería.

El atentado

“La gente no se movió de su sitio. Un griterío ensordecedor inundó la plaza: ‘¡La vida por Perón, la vida por Perón!’El aire se cargó con la densidad de la tragedia“, recordó Cafiero. «El acto prosiguió en un clima tenso, mientras los servicios de emergencia y ambulancias socorrían a los heridos, que se contaban por centenares, y rescataban los cadáveres», rememora enelsubte.com. 

Según consignó el diario El Litoral, las primeras socorristas en llegar a la estación fueron tres enfermeras que se encontraban en la plaza: Mónica von Wagner, Angelina Angeleri y Olinda González.

Por las bombas murieron en el acto cinco personas, identificadas como Santa Festigiata D’Amico (italiana de 84 años), Mario Pérez (empleado de Transportes de Buenos Aires), León David Roumeaux (dirigente del gremio de los madereros), Osvaldo Mouché y Salvador Manes. Días después falleció un sexto, José Ignacio Couta, por las heridas.

Hubo otros con lesiones graves, como el oficial de Bomberos Pedro Domingo Calcagno, que sufrió la amputación “del muslo y la mano derecha”. El hecho de que hubiesen cerrado la estación permitió que el número de víctimas no fuera mayor. Aún así se registraron 19 mutilados y más de 90 heridos.

Dentro de la estación la bomba estaba instalada en el andén, en una casilla bajo un tablero eléctrico. Su detonación provocó importantes destrozos materiales en las instalaciones y en una formación de coches La Brugeoise allí estacionados. Las mismas formaciones históricas que funcionaron hasta hace diez años.

Sobre el final de la tarde, Perón visitó a los heridos en el Hospital Argerich y ordenó que la Fundación Eva Perón se hiciera cargo de los gastos de sepelio de los fallecidos. Fueron inhumados en los cementerios de Chacarita, Flores y Avellaneda, y envió personalmente flores a sus respectivos velorios. También “dispuso que visitadoras sociales se interiorizaran sobre las necesidades familiares de los deudos y parientes de las víctimas”, según informaron.

Atentado en el subte: respuestas y responsables

La respuesta no se hizo esperar. En la misma noche del 15 de abril identificaron a los culpables. Pero ante la pasividad de las autoridades, grupos militantes peronistas atacaron e incendiaron la Casa del Pueblo, la sede del Partido Socialista, la Casa Radical, la sede del Partido Demócrata y del Jockey Club. Emblemas de la oposición y de la burguesía porteña.

Por esa época, en medio de los estallidos, cerraron el andén sur de Pasco, y el norte de la estación Alberti. Actualmente existe un proyecto para convertir a la estación Pasco Sur en un museo y centro de interpretación patrimonial del Subte.

Entre el 11 y el 13 de mayo de ese convulsionado 1953 llegarían las detenciones. La investigación estuvo a cargo de la comisaría 17° de la Policía Federal, bajo la órbita del jefe de esa fuerza, inspector general Miguel Gamboa. En la causa intervino el juez penal Miguel Rivas Argüello.

La CGT demostró su lealtad al Presidente y el 2 de marzo de 1953 reunió a un millón de personas en la plaza de Retiro para recibir a Perón tras su regreso de una visita oficial de Chile.

Las pesquisas identificaron a los militantes radicales Roque Carranza y Arturo Mathov como los principales autores del hecho, que estuvieron secundados por Carlos Alberto González Dogliotti, militante del Partido Demócrata Progresista. También aparecían otras figuras antiperonista como Miguel Ángel de la Serna y Rafael Douek. Todos “jóvenes profesionales y universitarios pertenecientes a familias de clase media alta”, según apuntó Cafiero. Arturo fue padre de Enrique Mathov, el encargado de la represión en diciembre de 2001 con el gobierno de Fernando de la Rúa.

Carranza confesó haber fabricado las bombas detonadas en el atentado del 15 de abril, y también admitió ser autor de otras dos bombas que estallaron a fines de abril en el Círculo Militar. Carranza quedó alojado en la Penitenciaría Nacional, actual Parque Las Heras.

El militante radical aseguró luego haber confesado su participación en el crimen bajo tortura de la policía y admitió únicamente conocer los laboratorios donde las bombas se habían fabricado.

Según narró Félix Luna, a principios de 1953 los estudiantes de la FUBA, junto a militantes radicales, se habían adiestrado en el uso de armas y explosivos para atentar contra el gobierno constitucional, con el antecedente del radicalismo haber participado del fallido golpe militar contra Perón en septiembre de 1951: «los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse y Roque Carranza eran algo así como coordinadores del grupo. Tenían un feble contacto con militares de baja graduación, el capitán Eduardo Thölke el más importante, que a veces les proveían de explosivos y los alentaban a continuar creándole dificultades a Perón.»

Tras la caída de Perón, la dictadura de Aramburu y Rojas indultó a todos los implicados. Mathov llegó a ser diputado nacional y vicepresidente del bloque de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Carranza fue secretario técnico de la Comisión Nacional de Desarrollo (CONADE) bajo el gobierno de Arturo Illia y, más tarde, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, ocupó las carteras de Obras Públicas y Defensa. Falleció en ejercicio de éste último cargo en 1986.

El atentado y los crímenes que generó al igual que con el Bombardeo a Plaza de Mayo, nunca fue investigado nuevamente. Menos aún es mencionado en libros de historia ni en escuelas. Otro hecho del antiperonismo que quedó silenciado por la historia oficial.

La sombra de Carranza

Pero acá hubo un condicionante más. No sólo no se «revisitó» este episodio trágico que marcaría un modo de atentar contra civiles que tendría su punto máximo con el Bombardeo de Plaza de Mayo, sino que además se «premió» a uno de sus culpables.

En 1987 se inauguró la extensión de la línea D hasta las vías del Ferrocarril Mitre (la que va por el norte porteño). Había que elegir nombre para las estaciones. El entonces gobierno radical entonces decidió nombrar al conjunto de viaducto, estación ferroviaria y estación de Subte como “Ministro Carranza”.

Originalmente, el complejo había sido proyectado con el nombre de “General Manuel Savio”, en homenaje al militar impulsor de la industrialización, aprovechando la cercanía de la estación con la sede de la Dirección General de Fabricaciones Militares.

En el artículo “Paradoja Subterránea” publicado en el sitio de historia del transporte BusArg, el autor Rubén Mario De Luca, considera que el hecho “representa una insólita y macabra paradoja: al autor del más trágico atentado en la historia de los subterráneos porteños se lo homenajeó con una estación en ese mismo medio de transporte contra el que atentó”.

El argumento fue reflotado en 2013 cuando la Asociación Gremial de Trabajadores de Subte y Premetro (AGTSyP) solicitó que se cambiara el nombre de la estación por “Miguel Abuelo”. La Legislatura Porteña aprobó en 2018 en primera lectura el cambio de denominación de la estación, aunque no fue un reemplazo, sino un agregado: pasaría a ser Ministro Carranza/Miguel Abuelo.

Hay ciertos nombres y figuras simbólicas que para determinados sectores del poder y de la historiografía hegemónica y tradicional conviene no tocar.

Incendios

El General Perón (según reproduce Yo, Perón, de su biógrafo Enrique Pavón Pereyra) hizo una autocrítica sobre los incendios y destrozos generados por militantes peronistas tras las bombas en Plaza de Mayo. Fue desde Madrid, durante su exilio:

«Mi gobierno no mandó a realizar estas acciones imprudentes, pero es indudable que se realizaron a favor del gobierno y como respuesta a la acción canallesca de la oligarquía. Pero yo no quise que eso pasara, por la sencilla razón de que con eso contribuíamos a echar más leña al fuego. Después de todo había un dato que era indiscutible, los funcionarios públicos dejaban bastante que desear, la corrupción fue una realidad que nosotros debimos atacar antes que nada, para después sí llenarnos la boca contra nuestros detractores. Pero con que una sola de sus críticas fuese verdadera, nosotros no teníamos argumentación moral para discutir.»