“Hay un sector de la población que siente que el coronavirus no es un riesgo tan grande. Y el mensaje para ellos no debería fomentar el miedo”, plantea Alicia Stolkiner, profesora de la Facultad de Psicología de la UBA y asesora de la Dirección Nacional de Salud Mental. “El miedo es un sentimiento que en algún momento deja de actuar. Si uno lee autores de la posguerra, ve que había gente que durante los bombardeos en vez de ir a los refugios se quedaba en sus casas o hasta se ponía a hacer el amor. El que va a morir por la reunión que vimos anoche de pibes sentados tomando cerveza y hablando sin barbijo a menos de dos metros, probablemente (y afortunadamente) no sea ninguno de ellos. En una de esas fallecerá una persona de riesgo en otro lugar. El cuidado lo tenés que pensar de esa manera”.
–¿Cuál debería ser el mensaje en este momento?
–Creo que la indicación fundamental es el cuidado de sí, pero sobre todo el cuidado de los otros. Tenemos que incorporar en nuestra vida que la forma de transmisión de esta enfermedad hace que una persona que se cree incapaz de matar una mosca sea parte de una cadena de transmisión de muchas muertes.
–¿Y circula este mensaje?
–Creo que se intenta transmitir, pero hay un contramensaje constante que tiene una intencionalidad política. Esta semana, Carla Vizzotti hizo un comentario correctísimo en tanto recomendación de cuidado. Dijo que en los espacios cerrados donde hay muchas personas, reírse a carcajadas, hablar a los gritos o cantar aumenta el riesgo de contagio. Salieron a matarla: “Nos prohíben reírnos, ahora quieren que estemos tristes”. Los que dicen eso saben que no es así, pero salen a desprestigiar a una persona con una capacidad de trabajo casi sacrificial. Es una forma de objetivación. No piensan que se levanta a las 6 de la mañana y se va a dormir a la medianoche cargando con una enorme responsabilidad, que es una mujer joven que vive de un sueldo del Estado y no un CEO que descansa 15 días cada dos meses. Es como si hiciera falta recordarles que estamos hablando de sujetos.
–¿Y eso ocurre sólo entre quienes rechazan la posición del gobierno?
–Hace un tiempo murió de Covid un militante anticuarentena. Tenía 72 años, era de un grupo de riesgo, pero hacía gimnasia y tenía una relación amorosa. Era un hombre que quería vivir. Yo escribí que fue víctima de una convicción y de una negación. Su convicción de que no existía esta enfermedad y la negación de que podía afectarlo. La hija me agradeció, pero eso contrastó con la reacción de gente con la que uno se pensaría más afín y que casi parecía festejar lo ocurrido. Uno entiende que quien hace sacrificios impresionantes para cuidarse prende la tele y se enoja al ver ciertas cosas. Pero la captura y la vehiculización de ese enojo es parte del ejercicio del cuidado que debe hacer cada uno. Porque la forma de acabar con el canibalismo no es comerse al caníbal.
–¿Cómo ves la salud mental de las personas que nos cuidan?
–Cada vez que me tienta hacer algo que me arriesgaría, pienso en el sacrificio del personal de salud y sus condiciones de trabajo, el hecho de que no se le reconozca la carrera profesional al personal de enfermería en la Ciudad, o que en algunas clínicas privadas les hayan bajado el sueldo alegando pérdidas económicas. Y el factor de estrés laboral supone trabajar sobre situaciones para las que no estaban preparados. Porque un médico tiene un nivel de conocimiento de las enfermedades que atiende, pero ahora se ven obligados a atender una enfermedad nueva. Si para cualquier profesión es un factor de estrés, imaginate para alguien que pone en juego la vida de otro.
–¿Cómo se promueve ese sentido de responsabilidad hacia terceros?
–Hay que dar una idea exacta del riesgo, no aumentarla. Esto lo vimos con el VIH. Al principio se decía que lo que venía era la muerte, pero la vida puja por vivir. Entonces, si buscás que la gente se limite por el miedo a la muerte, encontrás la respuesta de Keynes: en el largo plazo estamos todos muertos. El punto de inflexión fue esa propaganda en España que puso música bailable con una letra que decía “póntelo, pónselo”. Así se introdujo el preservativo como parte de la sexualidad y se convocó en el mismo acto a cuidarse a unos y otros.
–¿Cómo te imaginás lo que viene?
–Vamos a tener que aprender a convivir con el virus y algunas cosas ya nunca más serán iguales. Pero algunas serán para bien. El año pasado tuvimos una epidemia de bronquiolitis que no salió en los titulares de los diarios pero debe haber costado la vida de niños. Hubo terapias pediátricas desbordadas y a nadie se le cruzó por la cabeza cerrar las escuelas 15 días. Nadie pensó en una respuesta biomédica que no fuera individual sino colectiva. Y creo que no pasó porque en nuestra sociedad, cuando parás las escuelas aparece el problema de la licencia de los padres y de quién cuida a los niños: se altera el ritmo de producción social. Y eso se ha vuelto casi impensable porque recorta la ganancia. Lo que demostró esta epidemia es que si no hay pérdida de ganancia por el cuidado de la vida, la habrá igual por la pérdida de la vida.
–Las políticas preventivas no parecen tener tanto reconocimiento aún.
–Cuando escucho decir que la cuarentena se hizo demasiado temprano, pienso que si no la hubiéramos hecho en ese momento, tendríamos 10 mil muertos más. Eso quiere decir que hay 10 mil personas que están vivas porque hicimos eso. Y como suele suceder con las políticas preventivas, las personas que están vivas por eso no lo saben, porque no se enfermaron. Cuando trasplantás un corazón sale en la tapa de los diarios y salvaste la vida de una persona. Pero cuando una política baja la mortalidad infantil, lo que supone muchas vidas, eso no sale. «