Estos últimos tiempos –turbulencias, las llaman ahora– han sido impiadosos con nosotros, los dibujantes. Primero se llevaron a los queridos Eduardo Maicas y Jorge Limura, y ahora se la agarraron con el maestro Carlos Garaycochea.
Esta adjetivación, pomposamente a veces, suele utilizarse desaprensivamente, pero le calza bien a Carlos. Así, el maestro, como lo recuerda la mayoría de sus discípulos, sobre todo los que más se sintieron contenidos por sus enseñanzas y su ejemplo. Basta consignar que en su relación con sus alumnos cumplió con las etapas que marcan aquellos que finalmente se constituyen en una guía.
Aclaremos: la tarea de todo buen dibujante-humorista-creador conlleva una parte de sana, bendita locura, sin la cual no se plasma ninguna obra duradera en esta actividad. En tanto maestros, estos tipos, conscientemente o no, exigen de sus alumnos una parecida porción de ese delirio. No se trata de fundamentalismos, pero sí de la obsesión de todo aspirante a creativo.
Por dar un ejemplo, ir en un colectivo y observar, comprender, cómo va sentado el fulano –o fulana, seamos justos– que está dos metros más allá. Qué hace, hacia dónde mira, cómo se baja del bondi. Aquella exigencia del maestro lleva en principio a amarlo, luego a «odiarlo» si pone la vara demasiado alta, y al final del recorrido (si el alumno soporta el rigor) a volverlo a amar: «Ahora entiendo todo lo que me enseñó».
En ese todo, y enamorado del cine como era, se incluye el haber inducido a muchos a descubrir el disparate, la sátira humorística que exhibían la producción del grupo británico Monty Phyton, la de Mel Brooks o la de Woody Allen.
Claro, también Gary tuvo su maestro, a distancia: Saul Steinberg, quien dejó su impronta en la gráfica. Sin falsos pudores, él reconocía haberse inspirado en el absurdo, en ese trazo simple, despojado pero contundente del yanqui-rumano. Eso le permitió a Carlos incursionar en el difícil yeite del chiste mudo, sin globos ni diálogos, estilo al que le fue agregando un dibujo cada vez más elaborado. Por caso: si el escenario de la situación era el alpinismo, para Garaycochea una montaña no eran dos simples líneas que se unían en la cima sino un conjunto de piedra sobre piedra, cada una con texturas trabajadas y formas sugestivas.
Se planteaba problemas complejos y los resolvía con placer. Fue otro de los tantos que hizo su aporte para mantener una tradición gráfica que en el país ya lleva más de 200 años. Así, en diferentes etapas y con variados enfoques, sus trabajos desfilaron por publicaciones de verdadero peso y llegada: Rico Tipo, El Gráfico, Satiricón, Humor… y otras que seguramente pueden agregarse a esa lista. Lo de El Gráfico, donde obviamente desarrollaba temas deportivos, estaba muy emparentado con una de sus vocaciones atléticas: era frecuente escucharlo comentar con entusiasmo su asistencia a una cita sagrada, los partidos de básquet de veteranos en la sede de GEBA del Centro.
Esto denotaba un espíritu solidario, un sentido del compañerismo que se hacía sentir entre colegas. Recordamos su presencia en reuniones que todavía no han sido analizadas en todo su significado: las exposiciones, muestras o bienales de humor e historieta que se armaron a fines de los años ’70 y principios de los ’80. En plena dictadura, en esas galerías se colgaban trabajos que ya insinuaban gambetear la censura o que dejaban una segunda lectura. ¿Cómo pasaban el filtro? Pudo ser la soberbia paternalista de los militares o su falta de inteligencia para «ver debajo del agua». Tal vez esto último…
Así compartimos con Gary los aditamentos clásicos de tales reuniones: alguna noche de folklore y las gigantescas ravioladas de homenaje preparadas por las damas del pueblo para los dibujantes.
Sí, Carlitos estaba en todos lados. Y de qué manera… El dibujante que elabora sus propios guiones tiene algo de escritor. Y eso lo lleva a expandir su campo de acción. Además de meter su narizota en alguna película, hizo radio y televisión. Estuvo a sus anchas, primero por Canal 11 y luego en el 13, haciendo Humor Redondo, desarrollando de nuevo ahora en imagen su sentido del absurdo en delirantes «debates» junto a Juan Carlos Altavista, Jorge Basurto y Juan Carlos Mesa, entre otros.
Y algo a lo que no llegó cabalmente pero sólo por cuestiones de época fue el ejercicio del stand up, para lo cual tenía el tipo físico y la soltura que ese arte requiere. Salvo, y esto no es idealizarlo, que se lo considere un pionero de esa rutina. Porque muchos años atrás, solitos él y su micrófono, cerraba humorísticamente algunas convenciones de directivos de empresas.
En suma, Carlos, las hiciste todas, y todas bien. Salvo esta última de dejarnos solos para tener que decirte tal vez tarde lo que debiéramos haberte dicho antes. «
*Ex secretario de Redacción de la mítica revista Humor (R), entre múltiples participaciones en medios gráficos.