Uno de los temas que serán parte de la agenda de las organizaciones es la reflexión sobre los comportamientos violentos en los espacios de trabajo. Estamos viviendo un cambio de paradigma social, que nos permitirá convertirnos en sociedades más inclusivas.
Un comentario desubicado sobre el cuerpo, un chiste relacionado al origen, un grito como manera de mostrar el error, una broma subida de tono, un acercamiento corporal no solicitado, son todos comportamientos violentos que requieren ser revisados porque son la antesala de violencias más graves. Durante años los dejamos pasar, y este «dejar hacer» permitió que se legitimaran como la forma de relacionarse entre compañeros y compañeras de trabajo o que se construyeran modelos de liderazgos basados en el autoritarismo o en el miedo.
Pero esto está cambiando, porque las autoridades perciben que se generan culturas tóxicas o porque las y los trabajadores piden un cambio: quieren que se visibilicen y deconstruyan las formas violentas dentro del trabajo.
Sea de una u otra forma ésta es una oportunidad única para que las organizaciones se planteen quiénes quieren ser: que revisen los valores que pregonan y observen si realmente se están cumpliendo. Que se corran del lugar cómodo de lo que ven a su alrededor y escuchen que está pasando en otras áreas. Es necesario revisar los tipos de liderazgos que se promueven y preguntarse si son parte del problema: ¿transmiten los valores de la organización? Es el momento para deconstruir determinados hábitos que ya reconocimos que no son saludables.
No todos los comportamientos violentos tienen el mismo peso, ni se van a tratar de la misma manera, ni todas las personas dentro de la institución tienen la misma responsabilidad en la prevención y actuación ante estos actos. Una persona que tiene poca antigüedad o que no tiene poder dentro de la organización, sentirá que está desprotegida para marcar o detener a un compañero o compañera, con lo cual podemos entender su temor a la represalia si participa. Pero los y las líderes son claves, por el poder que les confiere la organización o sus propios compañeros y compañeras de trabajo, para fomentar el cambio cultural necesario.
Estos temas comenzaron a hablarse y discutirse en Argentina hace varios años: desde Grow-Género y Trabajo observamos un antes y después con la denuncia de la actriz Thelma Fardin. Las organizaciones comenzaron a percibir que el acoso sexual era una situación más corriente de lo que se imaginaban. Por otro lado, el convenio 190 de la OIT, firmado en junio de 2019, trae una nueva mirada, mucho más amplia sobre cuáles comportamientos deberían tenerse en cuenta para el tratamiento de la violencia laboral, en qué ámbitos y, además, abre la discusión sobre las desigualdades estructurales. Es de vital importancia comprender los contextos de las personas que sufren violencias para evaluar la gravedad de los hechos.
La ratificación del convenio en la Argentina será un instrumento fundamental para acelerar el cambio que tanto esperamos ver en las instituciones. En este sentido, lo que se busca es prevenir que sucedan estas situaciones de abuso y violencia.
Las instituciones deben comprometerse y asumir su rol. Sea una empresa, una universidad, una organización social, una productora de contenidos o una agencia gubernamental. Todas las instituciones deben revisar sus culturas organizacionales y preguntarse si realmente logran promover espacios libres de violencia, para velar por el bienestar de las personas con las que se relaciona, sean empleadas, contratadas, clientes o proveedores.
Desde este espacio recomendamos que se realice un análisis intersubjetivo, cada institución es única y debe conocerse para generar las medidas más efectivas a su público. Cuantas más organizaciones se sumen a este proceso de transformación, mayor será el incentivo para que el resto de las instituciones también lo promuevan, y finalmente logremos una sociedad más justa.