Quiso escapar por la puerta de atrás del altar pero cayó en un pasillo. Fueron tantas las patadas en la cabeza que le reventaron un ojo. Antes de perder el conocimiento vomitó sangre. Un golpe que le propinaron con su propio instrumento le provocó un coágulo en el cerebro.
El 30 de octubre pasado, Marcelo Fabián Pecollo, de 42 años, ingresó a la guardia del Instituto de Haedo en coma. Un rato antes estaba tocando la trompeta en la Catedral de Morón. Pecollo debió redoblar la concentración durante el concierto. Afuera, un grupo apostado desde temprano había colgado carteles y repartido volantes con su cara y una leyenda ominosa: Hay un pedófilo y violador en la Iglesia y está tocando en esta orquesta. La acusación era real: Pecollo había sido condenado en 2010 a 30 años de prisión por abusar sexualmente de cinco alumnos de un jardín de Merlo, pero quedó en libertad luego de que le redujeran la pena.
El escrache se convirtió en linchamiento cuando algunos, que se identificaban como familiares de los chicos abusados, irrumpieron en la Catedral para escarmentar al profesor de música y engordar la lista de justicieros. Pecollo falleció tras un mes de agonía.
El docente había sido detenido por primera vez en octubre de 2007, luego de que una madre lo denunciara por haber abusado sexualmente de su hijo de cuatro años. Durante el juicio, la fiscalía presentó siete denuncias, pero solo cinco fueron consideradas en la sentencia. En junio de 2014, la Sala III del Tribunal de Casación lo absolvió en cuatro hechos y le redujo la pena a ocho años y seis meses de prisión. Pecollo cumplió la nueva condena y salió en libertad.
Vinieron a matarlo y si no hubiera habido gente que lo defendió, y que salió lastimada por defenderlo, lo mataban detrás del altar. Es realmente un hecho gravísimo, le dicen justicia por mano propia pero es venganza nomás, es un asesinato», se quejó el párroco Jorge Oesterheld, quien además defendió la pretensión de la víctima de intentar rehacer su vida.
La muerte de Pecollo volvió a instalar el debate sobre la reinserción social de los acusados por este tipo de delitos. Si bien los episodios repetidos, como el que por estos días conmueve a Mendoza e involucra a sacerdotes, probarían que los abusadores sexuales suelen reincidir, la sociedad tampoco demostró saber lidiar con ellos una vez cumplidas las penas.
En ese sentido, en el resto del planeta hubo múltiples intentos. En Holanda, por ejemplo, a los abusadores se los interna en ámbitos cerrados, con tratamientos psicológicos, pero aislados de la sociedad para que no puedan actuar. En algunas jurisdicciones de los Estados Unidos se los «castra farmacológicamente», es decir, se los obliga a ingerir hormonas femeninas para bajar la libido (porque en su gran mayoría son hombres). Sin embargo, los especialistas sostienen que este tipo de solución no tiene resultado positivo porque no tiene en cuenta que lo que impulsa a los violadores no es sólo el cuerpo y su dependencia hormonal, sino las fantasías producidas por su psiquismo. En Inglaterra, en cambio, se lleva una nómina de los abusadores que han cumplido su condena, se registra el domicilio y se informa a los vecinos que un exviolador vive en el barrio. En Francia y en otros países se han propuesto psicoterapias durante el tiempo de prisión, sin obligación de hacer un informe al juez, dejando la elección al abusador encarcelado de solicitar una ayuda psicológica. «