El fotoreportero Facundo Molares y el médico pediatra Fernando Murias se convirtieron en amigos de manera azarosa, aunque seguramente obró el destino, hace unos pocos años atrás, en pleno Golpe de Estado en Bolivia. El vínculo se afianzó con el correr de los meses y hoy es total su admiración por el hombre fallecido el jueves, cuando fue reprimido por la Policía de la Ciudad en el Obelisco tras protestar bajo el lema «la farsa de las elecciones».
“Nos hicimos muy amigos. Discutíamos fraternalmente: yo desde el peronismo de izquierda, milito en la OLP y él desde Rebelión Popular. Nos cagábamos de risa de todo lo que decíamos. Para mí es como que perdí a un hermano, a un amigo, al mejor de nosotros. Demostraba que verdaderamente tenía los huevos muy bien puestos”, describe Fernando.
El médico estaba en España cuando en noviembre de 2019 se enteró del golpe de Estado en Bolivia en contra de Evo Morales. En su interior sentía que tenía que estar allí. Una vez de vuelta en Argentina, comenzó a reunirse con ciudadanos bolivianos de la Villa 20, conocida también como Barrio Papa Francisco, en la Ciudad de Buenos Aires, donde trabajaba a diario: “Se gestaba así desde Argentina una resistencia al golpe de Jeanine Áñez y en una de esas movilizaciones me alcanzaron un volante con la foto de Facundo, que estaba preso injustamente allá”, le cuenta a Tiempo.
El médico pediatra ya no tenía dudas. Debía viajar a Bolivia y conocer a Facundo. Gracias a unos amigos que tenía en Sucre, se trasladó al vecino país. “La idea era llegar al Penal de Chonchocoro y ver qué le estaba pasando al compañero. Queda claro que yo tengo una militancia previa. Siempre fui admirador del Comandante Ernesto Guevara y me parecía que la historia de Facundo daba con ese perfil. Había que ayudarlo”, añade el hombre que se emociona al recordarlo.
Molares y Bolivia
“No lo conocía. Primero me conecté con el padre, Hugo, para pedirle permiso para esta tarea, pero fui sin ningún tipo de contacto con nadie. Traté de que me ayudara en Sucre el Partido Comunista Boliviano, pero se abrió de piernas, como suele hacerlo generalmente. Me dijeron que era peligroso, que no podía ir, que Áñez estaba con todo su poder y que era una locura”, rememora el médico, a quien ni siquiera le podían garantizar su seguridad en la ciudad de La Paz, por lo que él se quedó allí y su pareja viajó a Perú, de donde es la familia de ella.
Esperó unas semanas hasta que gracias al contacto de interpósitas personas y a su condición de médico logró que le permitieran el ingreso al penal. “No lo conocía. Fue una sensación de que tenía que ir. Fue un pálpito, diríamos. Y dicho y hecho: estuvimos seis, siete horas charlando de bueyes perdidos; él agradeciéndome que sea el primer argentino que lo fue a ver a Chonchocoro. Estaba en condiciones de altísima seguridad. Si La Paz es alto, el penal está más alto todavía, el oxígeno escasea, el frío abunda, y ahí el compañero se aguantó dos COVID”, describe Fernando, quien le había llevado a Facundo la Virgen de Luján y un libro, pero hasta ese momento las autoridades no le habían permitido dejárselo.
Finalmente, el director del Penal le pidió a Fernando si de favor podía interceder ante la Embajada para que trataran a un preso argentino con consumo problemático que estaba a punto de morir allí. El médico así lo hizo y, a cambio, dejó los preciados elementos. “El intercambio fue exitoso, y Facundo recibió el libro del filósofo Rafael Bautista Segales, que le había llevado y la imagen de la virgen. Él era comunista, era claro que no iba a creer en la imagen, pero una vez en Argentina, después de que el pueblo boliviano lo rescató de esa mazmorra, me dijo, “el mismo día que llegó la imagen, los compañeros dieron la mejor comida””.
Luego, Fernando y el padre de Facundo, Hugo, también entablaron una amistad. Se trata de un abogado y ex juez de Paz de Trevelin, en Chubut, donde el médico fue varias veces. “Cuando estuve allá, de visita, los esbirros de Aníbal Fernández y esta colonia de los yankis que se llama Argentina, cumplen los deberes y lo encierra pero esta vez no en mazmorras bolivianas sino en mazmorras nacionales. Primero en Esquel y después en Rawson”, recuerda.
Facundo y su abuela
Poco después, el fotoreportero fue trasladado a Ezeiza y ahí el vínculo con el médico pediatra se afianzó aún más. “Estuvimos mucho tiempo tratando de sacarlo, visitándolo; y bueno, fortificando nuestra amistad”. El día de su muerte, habían hablado para ir a ver a una de las hijas del Che que se encuentra en el país y quedaron en hacerlo después.
«El pibe estaba bien. Tenía 47. Cuando estaba en cana y le hacíamos todos los estudios médicos de la penitenciaria de Ezeiza o en el Hospital Mercante, le salieron bien. Eso demuestra que no estaban las condiciones dadas para ningún paro cardíaco. ¿Se entiende? Lo mataron. Las fotos son claras, estaba riendo antes. Primero fueron justamente por las chicas, le empezaron a pegar y cuando él fue a defenderlas, ahí fue el momento en que dijeron ‘este es el pescado que tenemos que pescar’ y lo mataron”.
Antes de morir, Facundo vivía con su abuela en José C. Paz, a quien cuidaba y estaba, según recuerda amigo, viendo la posibilidad de ayudar con el programa de alfabetización Yo sí Puedo en Salta y que el Barrio Los Hornos de La Plata sea urbanizado. “Me había pedido ver de qué manera podíamos ayudar con eso. Son sus últimos dos pedidos. Habría que ejecutarlos por respeto a su figura”, concluye Fernando.