Hace 30 años, el 3 de enero de 1991, el ex presidente Carlos Saúl Menem ponía a prueba en la Ruta 2 la Ferrari 348tb roja que había recibido de regalo. Aquel día, viajó desde la Residencia de Olivos a la ciudad balnearia de Pinamar a unos 200 kilómetros por hora, y en el destino lo esperaba la prensa para cuestionarle, entre otras cosas, haber excedido los límites de velocidad: «Sí, es verdad lo que dice, ¡pero soy el presidente!”, respondió sin mayores eufemismos el mandatario.
“La Feyari”, como pasó a la posteridad la nave por el acento riojano del conductor al momento de evocarla, se convirtió en todo un símbolo de la década del ’90 donde el neoliberalismo y sus consecuentes estragos, atravesaron al Estado y a la sociedad argentina. Por alguna extraña razón, Menem llegó a ser considerada una figura atractiva en aquel momento, y no solo políticamente hablando. Una especie de sex simbol codiciado incluso por alguna que otra vedette de la época. El jefe de Estado no se privaba de nada y se repartía sin pudor entre la conducción del país y las actividades recreativas, deportivas, siempre con una cobertura de alto impacto asegurada en los medios. Todo con el sello de los ’90.
“La Feyari es mía, ¿por qué la voy a vender? ¡Es mía! ¡mía!”, insistía Menem cuando se le preguntaba si debía deshacerse de ella por lo poco ético que resultaba haber aceptado este “regalo” de parte de Massimo Del Lago, un empresario italiano que buscaba hacer negocios como contratista del Estado. Por esos días, Del Lago pretendía la concesión para la construcción de una autopista en el partido de Morón, al oeste del Conurbano Bonaerense. El obsequio aceptado, visto desde el presente, hubiese generado la presunción del delito de cohecho, pero en ese entonces había un vacío normativo al respecto. La situación fue tan grotesca que generó las bases para que en 1999 se sancionara la Ley 25.188 por la cual se estableció que los obsequios recibidos por los jefes de gobierno en sus funciones pasarían al patrimonio del Estado. Y en 2016 un decreto amplió los alcances al establecer límites a la recepción de regalos por parte de los funcionarios.
Mucho antes de estas normativas, y a su pesar, el riojano tuvo que entregar la Ferrari, que fue subastada y pasó por las manos de varios dueños. A partir de ese momento, prácticamente se perdió el rastro del vehículo (ver aparte) hasta que con el tiempo se pudo reconstruir su derrotero. Sin embargo, el expresidente quedó asociado a ese ícono para siempre.
Tal fue el impacto de la Ferrari en la vida de Menem que el 3 de julio del año pasado, con motivo de su cumpleaños 90, su hija Zulemita se fotografió junto a una torta decorada con una miniatura del lujoso auto y un canchero ex presidente a su lado moldeado en mazapán, como si se tratara de una reivindicación de aquellos años de ostentación. Paradojas del destino, el riojano no pudo soplar las velas aquel día porque estaba internado en la terapia intensiva del Sanatorio Los Arcos.
La máquina
Las prestaciones de la Ferrari de Carlos Menem estaban lejos de ser ideales para su uso cotidiano en las grandes urbes. Quienes entienden de “fierros” indican que pasaba de 0 a 100 kilómetros por hora en 5.6 segundos y que incluso su motor V8 de 3.4 Litros que ofrecía 300 CV y 324 Nm lo tornaba algo ruidoso en el interior.
En honor a la verdad, muchos confundieron el modelo 348tb con la Ferrari Testarossa, pero esta última era sólo alcanzable para una pequeña porción de los mortales. En cambio, el modelo 348tb era un deportivo “más accesible”, aunque esa calificación puede discutirse, teniendo en cuenta que en aquel momento estaba valuado en nada menos que 120 mil dólares. «
En 1990, luego de un paréntesis de casi 10 años, volvieron las importaciones de automóviles a la Argentina. El 31 de julio de ese año, mediante dos resoluciones de la Secretaría de Industria y Comercio Exterior, se dio luz verde a los vehículos extranjeros y comenzaron a llegar nuevamente autos orientales, europeos y norteamericanos.
Para estimular ese mercado se organizó la “Exposición Internacional del Automóvil” que se realizó entre el 15 de noviembre y el 16 de diciembre en la Costanera Sur de la ciudad de Buenos Aires.
Entre las perlitas rodantes fue exhibida la Ferrari 348 TB. Nada había sido al azar.
De mano en mano
Luego del escándalo que generó el regalo, y poco después de su viaje a Pinamar, el expresidente Carlos Saúl Menem debió entregar la Ferrari 348tb al Estado argentino. Primero, el Banco Ciudad intentó rematarla pero nadie se presentó al acto público. En una segunda oportunidad, el lujoso automóvil volvió a estar en oferta con la particularidad que a la subasta se presentó el mediático Jacobo Winograd, aunque no se la pudo llevar.
Según se reconstruyó, el ex director técnico del Club Huracán de Chivilcoy, Jacinto Corrado, junto a otros dos socios de la entidad, se hicieron del coche con la idea de sortearlo. Sin embargo eso no ocurrió y en 1993 fue vendido a la empresa mendocina de bodegas y viñedos Garbín. Tres años más tarde, la «nave» fue sorteada y el ganador fue -ironías del destino- un ignoto vecino de un monoblock de Ciudad Evita, en La Matanza, quien a los pocos días la hizo plata.
Otro vecino del populoso distrito, pero esta vez de la coqueta Ramos Mejía, fue quien compró la icónica Ferrari y la tuvo en su poder durante 10 años.
En 2006, el actual presidente del Banco de Valores, Juan Nápoli adquirió el vehículo y lo tuvo hasta 2013, cuando se lo vendió al expresidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez. Dos años después, el auto quedó en manos de los hermanos empresarios Aldo y Dahian Rocchini, quienes aún la tendrían a nombre de su firma, El Legado.