1.- Uno de los principales canales de televisión de Argentina envía a la periodista Carolina Amoroso a cubrir la invasión de Rusia en Ucrania. Las felicitaciones estallan en las redes sociales. Miles de usuarios y usuarias la aplauden, pero no precisamente por su trabajo.
“¿Vieron? No necesita decir que es feminista para ir a los lugares más peligrosos”, “Ella sí enaltece al feminismo sin tener que decir nada, no tiene que desnudarse ni ponerse glitter”, “Estas son las grandes mujeres que necesitamos, no el colectivo verde”, “Cubre una guerra sin militancia feminista ni sentimiento de opresión patriarcal”, “No se victimiza”, “No odia a los hombres”.
En lugar de celebrar genuinamente la labor de esta periodista en la guerra, muchas voces aprovechan para reforzar campañas de odio. La comparan con otras colegas del mismo canal. El “pecado” de una de ellas es ser una asumida militante feminista. No se lo perdonan.
2.- La experimentada combatiente ucraniana Iryna Tsvila, de 52 años, muere el primer día de la guerra. El escritor español Arturo Pérez-Reverte usa la tragedia para seguir en su ya larga campaña contra los feminismos que, muchas veces, roza el ridículo.
“Irina Tsvila, ucraniana, muerta en combate. No me la imagino diciendo todos, todas y todes. La verdad es que no. O sea, que no”, escribe en redes sociales junto con una imagen de la soldado con su uniforme y arma al lado. ¿Qué sabe él de las convicciones o de los activismos de Tsvila? Nada. Pero se aferra a su expresión de deseos. Al rato se arrepiente y borra el posteo.
3.- En Buenos Aires, seis hombres violan a una mujer de 20 años a plena luz del día en el turístico barrio de Palermo. Lo prioritario es cuidar a la joven y condenar el hecho en sí, pero usuarios de redes sociales, dirigentes y periodistas oficialistas y opositores aprovechan para lucrar políticamente. Unos “denuncian” la ineficacia de la policía de la ciudad de Buenos Aires y del gobernador local. Otros “denuncian” que los violadores militaban en o simpatizaban con el gobierno nacional. Es el colmo del absurdo. Como si los violadores tuvieran un partido político. Como si eso fuera posible.
También abundan mensajes que responsabilizan a las feministas por “dejar” marchar con ellas a los violadores. Se burlan porque eran “deconstruidos y aliades”. De una u otra forma las culpan de los abusos, de las violaciones.
4- En menos de un mes, publico dos posts en Facebook sobre el ‘mansplaining’ o ‘machoexplicación’, esa arraigada práctica que les permite a los varones sentirse con el derecho de interrumpir y “corregir” a las mujeres porque creen que saben más que nosotras. Hay una escena reciente, y contundente. Sentado desde la comodidad del estudio de televisión en Buenos Aires, un conductor le da “consejos” a Elisabetta Piqué, una reportera especializada en coberturas de guerra, para que se “cuide” mientras suenan las alertas por posibles bombardeos en Kiev. “¿Quién es este pelotudo?”, pregunta la periodista, con mucha razón, en una escena que se viraliza.
Los comentarios a mi post se colman de hombres indignados que me “explican” que no es así, que el ‘mansplaining’ no existe, que estoy equivocada, que no sé, que no entiendo, que ellos sí saben. No falla.
Todos estos casos son apenas muestras de lo que enfrentamos a diario, en todos los ámbitos. Porque a muchas personas no les importa que una mujer vaya a la guerra, sino que no sea feminista. Que compita con otras mujeres. Que no se le ocurra hablar en lenguaje inclusivo. Que no denuncie prácticas machistas. Nos subestiman.
Preferirían, claro, que nos quedemos calladas. Que no marchemos, no reclamemos y no nos declaremos feministas. Que no haya activismos, organización, lucha ni resistencia. Que no los incomodemos.
Pero se van a quedar con las ganas.
Se viene un nuevo 8 de marzo. Nos vemos en las calles.
Seguimos.