Insultos, ninguneos, maltratos físicos y psicológicos son algunas de las malas experiencias que atraviesan las adolescentes mamás en las diferentes etapas del embarazo y luego durante el parto. En muchos casos, las chicas se quedan calladas por miedo o por vergüenza, sin embargo, son situaciones que les dejan secuelas.
Algunas de esas experiencias, dolorosas y traumáticas fueron registradas en el podcast Esta es mi historia, producida por Fundación Kaleidos. Entre sus actividades, la fundación tiene el proyecto Jakairá que se ocupa desde hace 20 años de la contención de adolescentes que son mamás o papás.
«Desde 2003 Jakairá acompaña a adolescentes embarazadas, a adolescentes madres y padres, y a sus hijos e hijas. En reiteradas oportunidades nos hemos encontrado con relatos que dan cuenta de situaciones de violencia obstétrica a las que se les someten durante los controles de embarazo, el preparto, el parto, la internación y el puerperio», cuenta Lucía Sucari coordinadora de Comunicación de Kaleidos. De allí salen los relatos del podcast.
En el primer episodio se explica qué es la violencia obstétrica y cuáles son las situaciones más frecuentes. Mientras que el segundo capítulo aborta la violencia obstétrica psicológica que se configura a través de comentarios y humillaciones que se destinan a adolescentes mamás y papás. También describe cuáles son las consecuencias que tiene esta violencia.
Por último, en el tercer capítulo, aborda la violencia obstétrica física sobre todo en las adolescentes mamás que llegan a las instituciones. La mayoría de ellas tiene que ver con tratamientos que no se aplican en forma adecuada, procesos médicos invasivos o prácticas innecesarias.
Un derecho que se vulneró en pandemia
Sucari expresa que durante la pandemia los protocolos aplicados no respetaban las pautas que dictamina la ley nacional de parto humanizado.
“Se observó un retroceso en cuanto a la posibilidad de parir acompañadas o a estarlo durante la internación subsiguiente, ya que esto no era permitido, aun siendo jóvenes de 14 o 15 años o habiendo atravesado una cesárea con las consecuentes dificultades. Además, se les obligaba a las y los acompañantes a presentar un hisopado con resultado negativo cada día para poder ingresar, pero sin que el hospital ofreciera la posibilidad de realizarlo allí mismo. Tampoco se les permitió a las adolescentes estar acompañadas durante las ecografías prenatales, ni siquiera en situaciones de embarazos de riesgo”, cuenta.
La comunicadora afirma que durante ese tiempo también se incrementaron las barreras de accesos a los centros de atención primaria de salud, por lo tanto, se puede hablar de un gran retroceso durante el período de pandemia.
“A pesar de que hubo avances, mejoras, y un aumento en el cumplimiento y reconocimiento de los derechos de las madres y padres adolescentes, aún persisten situaciones que generan una doble vulneración de sus derechos. Por un lado, la violencia obstétrica. Por el otro, y sumado a ésta, la violencia que reciben las madres y padres por su condición de adolescentes. Se produce así una situación de poder por parte de quien ejerce el rol profesional y del conocimiento por sobre quien tiene el rol de paciente, acrecentada a su vez por la diferencia de edad existente”.
Las marcas de la violencia obstétrica
La presentación de los testimonios de las adolescentes que se registran en los podcasts también está realizada por adolescentes. Ellos y ellas son quienes plantean una serie de interrogantes que buscan respuesta urgente.
“Quedan marcas psico emocionales y físicas muy profundas que impactan directamente en el vínculo con la o el hijo, la lactancia, la relación con el cuerpo, los procesos sexuales y reproductivos y en la calidad de vida en general de esa persona. Además, los y las adolescentes se alejan del sistema de salud reforzando la vulneración de derechos y las barreras de acceso.
Con respecto a las urgencias en esta problemática. Sucari evalúa: “En primer lugar, pedimos a los gobiernos que aborden la violencia obstétrica contra las mujeres en los centros de salud y adopten medidas prácticas y legislativas para prevenir, prohibir, sancionar y reparar estos actos. Hay que reconocer a la violencia obstétrica como una violación de derechos humanos y hacer cumplir la obligación de los gobiernos de respetar y proteger los derechos de las personas embarazadas durante el embarazo, el parto y el posparto”.
Y agrega, “pedimos también que se cumpla la Ley de Parto Respetado y que nos sensibilicemos como adultos/as que trabajamos con adolescentes para fortalecer una mirada empática hacia ellos y ellas. También que acompañemos desde las instituciones de salud reconociendo las singularidades de cada adolescente y que denunciemos la violencia”.