Atrapada en un cuerpo que se fue consumiendo. Prendido fuego. Lorena Franco batalló 19 días contra las heridas que los demás aceptaron como de su propia autoría. “Esto me lo hice yo, esto me lo hice yo” cuentan que dijo en la guardia del Hospital Fiorito de Avellaneda mientras estuvo consciente, rociada de alcohol y con casi el 30% de su piel chamuscada.
Casi como un mantra, la frase la repitió su marido, acompañante y único testigo. Una pelea doméstica que se desmadró, tensión, reproches y entonces el fuego sobre sí misma. Intento de suicidio.
Tras una agonía larga y cruel Lorena murió el 22 de febrero de 2021. Su mamá, su papá, sus hermanas, compañeros y compañeras de trabajo desconfiaron siempre de la versión oficial y desde hace un año reclaman en la UFIJ N° 2 de Avellaneda ─a cargo de la fiscal Mercedes Dudan─ que se modifique la carátula de la causa para investigar bajo la hipótesis de femicidio. Ruegan además que se acelere el ritmo de las actuaciones para conocer así la verdad y hacer justicia.
“Él nos explicó que ella se quiso suicidar porque lo había engañado y no podía sobrellevar su vida teniendo en la cabeza el engaño. Romantizó la situación de violencia y al femicidio le inventó ese tinte romántico. Pero nosotros no le creímos y estábamos esperando que ella se despertara para contar lo que había pasado. Pero mi hermana no se despertó nunca. Y yo necesito que me expliquen lo que pasó porque acá pasó otra cosa, no lo que él cuenta. Encima, los plazos de la justicia son interminables. Es un dolor tremendo el que sentimos las familias cuando la justicia no nos da explicaciones”.
La que habla es Fernanda Franco, una de las cuatro hermanas de Lorena. Se llevaban un año y pico, y Fernanda está segura de que su hermana la pensó la noche del fuego.
“El 3 de febrero no pude dormir, y el 4 estuve pensando todo el día en ella. Antes le había mandado un mensaje al celular con unas palabras de la Biblia porque soy creyente, pero no me contestó. Sé que ella pensó en mí cuando su marido la quemó, por eso yo no podía dejar de pensarla”.
Seteadas para soportar
La familia Franco dejó la provincia de Santa Fe en 1996 y se asentó en Avellaneda. Lorena era la hija más chica y la más mimada. En Buenos Aires se unió a la murga Los amantes de La Boca. Le encantaba bailar. Con su hermana Fernanda vivieron una infancia y adolescencia muy a la par. Tranquilas, compinches. Hasta que entró en escena Carlos Basualdo.
Fernanda recuerda esos inicios: “Lo conoció en Dock Sud. Era siete u ocho años mayor. En el barrio nos decían que Basualdo les pegaba a sus mujeres. A mi mamá no le gustaba, por eso mi hermana se escapaba para estar con él. Cambió mucho su forma de ser. Empezó a tener conductas agresivas con nosotros. Varias veces apareció con moretones, pero cuando le preguntábamos decía que había tenido una pelea callejera. Había violencia desde el noviazgo”.
Fernanda cuenta también que su mamá intentó que terminara con esa relación, pero no lo logró. “En la década del 90 hizo una exposición en la comisaría. Incluso mandó a Lorena a Santa Fe, pero vuelta su regreso volvió con él. Otra vez ella se animó a dejarlo, fuimos a buscar sus cosas y se quedó en la casa de mi mamá. Pero Basualdo llamó diciendo que le iba a agarrar un infarto, que se iba a morir, y mi hermana se arrepintió. No lo podía dejar. Y cuando quedó embarazada ya no pudimos meternos más. Todo pasó a ser puertas para adentro”.
Lorena fue mamá de un varón a los 20 años y parió a una nena tres años después. Sus hermanas la describen como familiera, y en Dock Sud la recuerdan siguiendo la misma ruta: del trabajo a la casa. Algunos días entrenaba en el gimnasio. Se había recibido de licenciada en Seguridad e Higiene y durante muchos años auditó refinerías. En la pandemia los aires raros la decidieron y puso un local de dietética. Decía que quería empezar otra carrera universitaria y dedicarse a la nutrición.
“Nos relacionábamos porque éramos familia. En los cumpleaños, por ejemplo. Pero era muy difícil, había que prepararse mucho mentalmente porque sabíamos que Basualdo iba a generar situaciones feas, incómodas. Sobre todo, con las mujeres. Nos desprestigiaba. Desmerecía lo que llevábamos para comer, a mí me agredía por mi militancia… y lo que conseguía era que nos enojáramos con ella porque esperábamos que frenara el comportamiento de él. Le pedí un montón que terminara con esa relación. Pero nosotras estamos formadas de otra manera. Vimos a nuestras mamás, a nuestras abuelas y tías soportar, y la carga cultural era que nosotras también teníamos que soportar. Mi hermana no podía dejar su casa, no estaba preparada para hacerlo”.
Maltratada
Poco antes de la encerrona por Covid, Lorena tuvo que ser hospitalizada. Casualmente iba con su marido en una moto, discutieron, ella dijo haber resbalado y cayó en el medio de la calle. La operaron de los meniscos. Cuando se recuperó llenó unos bolsos y se instaló en la casa materna. Al tiempo Basualdo la fue a buscar, la “convenció” y volvieron juntos.
“La situación se repetía: inmediatamente de las crisis se iban de vacaciones, fotos en Facebook, feliz pareja, y luego todo de nuevo. Yo me empecé a dar cuenta de este circuito a raíz de los cursos de género que hice por la CTA Avellaneda. Empecé a identificar cuestiones que me costaban identificar y me enteré que había herramientas con las que se podía generar una denuncia”.
Fernanda es afiliada del Sindicato Único de Profesionales y Afines de la Seguridad Ocupacional y Medio Ambiente (SUPASO) ─integrante de la CTA de los y las trabajadoras─ y en los últimos años participó de distintas instancias de sensibilización y formación de género propuestas desde la Central con el objetivo de abordar la lucha contra la desigualdad, las exclusiones y las violencias en la sociedad, en el mundo del trabajo y en las propias organizaciones sindicales.
En febrero de 2021, la familia Franco se enteró 24 horas después del ingreso que Lorena estaba internada por quemaduras. Para Fernanda, lo aprendido generó un efecto dominó que la puso en alerta.
“El 4 de febrero yo venía de hacer las compras cuando apareció mi hija a los gritos: ’Mamá pasó algo malo, la tía se tiró alcohol’. Enseguida recordé el episodio de la moto. En mi cabeza sonaba: ‘Llamá al 144’. Como no sabía hacerlo, llamé a la secretaria de Género de la CTA en Avellaneda y ella me ayudó a iniciar el protocolo provincial de género. Me guiaron. A los pocos días distintos ex compañeros y compañeras del trabajo de Lorena se empezaron a comunicar conmigo porque también dudaban del suicidio. Ahí me enteré que mi hermana iba golpeada a trabajar, que era vox populi en la petrolera que sufría maltrato. Incluso a alguno le había mostrado que su marido la amenazaba con mensajes por el celular”.
La complicidad de la burocracia
Lorena murió el 22 de febrero en el Sanatorio Figueroa Paredes en La Matanza, a donde fue trasladada directo a terapia intensiva. Mantuvo la conciencia sólo unas horas, acompañada únicamente por su marido. Para cuando fueron avisados sus otros familiares, ya no podía interactuar.
“Nadie de la familia pudo hablar con ella mientras estuvo consciente. Una médica señaló que mi hermana permaneció callada todo el tiempo, como cerrada. Lorena sabía que Basualdo estaba afuera. Y a él no le convenía que nosotros nos acercáramos. Tuvo la suerte de que le colaboraron todos: el hospital, la comisaría… Cuando mi hermana ya no podía hablar, recién ahí nos enteramos lo que había pasado. Para colmo, en el Figueroa Paredes el parte solo se lo pasaban al marido. Ni con una denuncia contra él nos compartieron información. No nos permitieron acercarnos, sin derechos, como si mi hermana fuera propiedad de él”, concluye Fernanda.
A partir de la denuncia, la causa pasó de intento de suicidio a averiguación de causales de muerte. Pero, dado el contexto de violencia, la mamá, el papá y las hermanas de Lorena solicitan que la investigación sea abordada conforme los parámetros establecidos por el Modelo de Protocolo Latinoamericano de investigación de las muertes violentas de mujeres por razones de género (femicidio).
En diálogo con Tiempo Argentino lo explica María Florencia Piermarini, letrada patrocinante de la familia Franco: “La diferencia entre caratular como femicidio o como averiguación de causales de muerte implica la perspectiva con la que se aborda la investigación. Por eso, es fundamental la aplicación del protocolo para la investigación de muertes violentas de mujeres, tal como sucede con Lorena ya que se considera muerte violenta aquella producida por causas no naturales. Es decir: homicidio, suicidio o accidente. Presumir el femicidio desde las primeras diligencias tiene el fin, por ejemplo, de evitar omisiones irreparables. En este caso es claro que la investigación por la muerte de Lorena surgió como consecuencia de la denuncia y no por la notitia criminis que debió impulsar rápidamente el hospital. Esto sin dudas facilitó, entre otras cosas, que se ‘limpiara’ el departamento en el cual sucedieron los hechos”.
Pasó más de un año desde la tarde en que Lorena Franco entró a la guardia de un hospital con casi el 30% de su cuerpo gravemente herido. Su marido conserva la condición de imputado, la causa sigue caratulada como averiguación de ilícito y solo se han tomado declaraciones testimoniales. La espera desespera, vuelve la vida invivible. Los tiempos de la Justicia ─obstinadamente lentos, burocráticos, penosos─ mantienen el dolor latente, ardiendo. Un dolor que quema tanto como el fuego.