Zona blanca es una serie franco-belga que se estrenó en 2017 en el canal 2 de la televisión francesa. Hace semanas, su segunda temporada fue programada en Netflix y sirvió para que despertara un interés global.
Villefranche es un pueblo del interior del país aislado por un enorme bosque que lo rodea. Un territorio donde no llega la señal telefónica ni funcionan los GPS, lo que en francés se denomina una zone blanche (zona blanca). La historia comienza cuando Frank Siriani (Laurent Capelluto), un tímido fiscal alarmado por la alta tasa de asesinatos, llega al pueblo para investigar. Allí se encuentra con Laurène Weiss (Suliani Brahim), la sargento al mando, y su equipo de trabajo. Con el paso del tiempo y el involucramiento con los pobladores, el fiscal decide quedarse y participar de las investigaciones.
Un pueblo chico donde todos se conocen se convierte en escenario de asesinatos, desapariciones, leyendas que regresan del pasado y que requieren del involucramiento de los habitantes como testigos necesarios. En cada capítulo se resuelve un caso, al tiempo que la historia de los protagonistas avanza lentamente.
Enseguida sabemos que Laurène oculta una historia. Fue secuestrada hace 20 años, encontrada en el bosque lastimada y sin dos dedos de su mano izquierda. Su amnesia de esos episodios vuelve de manera esporádica con datos que se relacionan con otros personajes, la desaparición de la hija del alcalde y un símbolo que aparece de manera recurrente en diferentes lugares.
La sargenta y el fiscal se molestan, se conocen y aprenden a convivir. Una pareja protagónica que, aunque esté bien construida desde el punto de vista psicológico y social, por momentos se convierte en previsible. Sus compañeros policías, la médica, la dueña del bar del pueblo y el alcalde serán los personajes recurrentes desde donde se tejerá una historia múltiple que no termina de cerrar las intrigas que abre.
Se trata de una narración oscura no solamente en las temáticas sino en un cuidado trabajo del lenguaje en la fotografía, y una composición de elementos técnicos como el color, la música, los planos cortos y los movimientos de cámara. El bosque oficia como un personaje más, dotado de sabiduría y misticismo deviene como un enigma latente en toda la serie. Un lugar lúgubre que los habitantes de Villefranche respetan, adoran y temen.
El género policial clásico, representado de manera canónica en las historias de Agatha Christie, se sostiene en unas premisas básicas como contrato de lectura. El narrador nunca es el asesino, se deben brindar todas las pistas a las audiencias para develar el misterio y la resolución no debe apelar a explicaciones sobrenaturales. Aunque coquetea con el espiritismo y lo inexplicable, Zona blanca se ajusta al género en cierta fusión con el terror, creando climas y momentos de alta tensión. Por otra parte recurre a miedos construidos alrededor de elementos naturales como los árboles, animales, insectos, la oscuridad y la seguridad de que cuando alguien se siente observado es porque lo está.
Desde que Netflix forma parte de los consumos culturales cada vez más cotidianos, las audiencias de todo el mundo se acostumbran a ver contenidos de países que antes no eran el foco de atención. Tanto producciones originales como programadas anteriormente en la televisión local, hay en Netflix una variedad de series francoparlantes (francesas y belgas) de suspenso y dramáticas como Dix pour cent, La Mantis, Le Chalet, Tabula Rasa y La Treve, entre otras, con relativa notoriedad desde donde Zona blanca (que quizás no sea la mejor producción) capta la atención de las audiencias gracias a la recomendación del boca en boca o gracias al algoritmo.
Zona blanca, con dos temporadas disponibles, invita a explorar la ficción europea asentada en algunas propuestas distintivas y muchas continuidades industriales. Es intensa, original, atrapante y no decepciona a maratonistas de series y los amantes del policial oscuro. «