La era del streaming impone que la venta y el concepto del disco sea algo casi perdido. Aunque el consumo de vinilos crece, no deja de ser un fenómeno lateral, casi boutique. Lo que avanza a pasos acelerados y no tantos destacan es la publicación y lectura de libros sobre música. Si por un lado las escuchas parecen más circunstanciales o pasatistas, por el otro cada vez más textos analizan a bandas, su música y legado con particular detenimiento. Con esa lógica y con particular detalle, Luis Sagasti escribió Por qué escuchamos a Led Zeppelin, el libro lanzado por la editorial Gourmet Musical. En tiempos de cambio de paradigmas y formas de consumo, la buena música tiene quién le escriba. ¿La banda de rock más grande de todos los tiempos?
¿Qué hizo a Led Zeppelin inmortal? “Se puede aventurar alguna hipótesis. Si bien no es un grupo de grandes melodías, que sería sin duda garantía de supervivencia, creo que a la contundencia y eficacia de sus riffs se suma una voz muy personal que no tardó en ser imitada. Se agrega, claro, un sonido absolutamente compacto, un timbre que no ha envejecido: Zeppelin inaugura un estilo que la misma banda se encargan casi de agotar. Acaso sea eso un pasaporte hacia el clasicismo de la música popular”, destaca Sagasti con entusiasmo.
–¿Una clave de la vitalidad de la obra de Zeppelin puede descansar en el criterio de Page como productor?
–Entiendo que sí. Page es un extraordinario productor. Suma capas de sonido sin dejar de sonar nunca como algo muy fresco. Puede sonar incluso ligero pese a lo tormentoso. Por eso en el libro me interesaba compararlo con los cuadros de Matisse. Absolutamente vitales y coloridos pese a la gran cantidad de información visual que presentan.
–Tenías seis años cuando salió Led Zeppelin I. ¿No ser contemporáneos de una obra condiciona cómo la escuchamos? ¿Puede simplificar nuestra escucha?
–Creo que una aproximación podemos hacer si nos detenemos en los contextos de génesis de las obras. Si escuchamos la producción discográfica de 1969, me refiero al rock y al pop, aun con los antecedentes de Hendrix y Cream, el primer disco de Zeppelin es claramente la alborada de algo nuevo. Lo mismo ocurre con cualquier producción artística. Al quedar en la memoria y en el aula solo los picos más altos de una cordillera, nos cuesta darnos cuenta, precisamente, de la verdadera altura de cada comienzos. Además lo original tiene la mala costumbre de ser invisible. Respecto de la simplificación de la escucha: no podría estar más de acuerdo. Hoy es fácil escuchar una música que figura en propagandas, cortinas de televisión, videojuegos y es claramente parte del repertorio de sonidos urbanos. Ahora, oírla por vez primera debió haber sido como ese primer cigarrillo adolescente que invade los pulmones in pedir permiso.
–En el libro contás el impacto que tuvo en tu vida la película The Song Remains the Same. Ir a verla en la Argentina se transformó en un ritual.
–Bueno, el impacto fue, precisamente, el de una primera vez. Se trataba de un discurso sonoro que a mis catorce años, en la dictadura, nunca había escuchado. Una sensación de extrañeza muy grande sentí a la salida del cine. No me había gustado, no había entendido. Quería decir, entonces, que estaba frente a una verdad. Con el tiempo y mucha escucha dedicada llegué a convertirme en el mejor guitarrista de aire sino del mundo al menos de mi barrio (risas). Creo que el ritual del cine Lara hoy puede verse como una suerte de pequeña ventana, una ventana involuntaria, donde se podía ver, más que la actuación de una banda, las mieles de una cultura cuyos principios de libertad se ceñían a las butacas del cine, algún recital, siempre, claro, con el panóptico de los coroneles en la nuca.
–¿Con Zeppelin pasa algo parecido que con los Redondos? ¿Tienen muchos imitadores, pero todos quedan muy lejos del original?
–No es difícil imitar un estilo tan claro y contundente como lo es, por ejemplo, la prosa de Borges. Sin embargo hay un plus de genialidad que es propia del riesgo asumido en el momento de la creación que es intransferible. Podés imitar el sonido ricotero y la voz cascada del Indio pero no así su poética. Cuando algo deviene tan personal –pienso también en Spinetta– la imitación roza siempre el territorio de la parodia. Con Zeppelin creo que ocurría con la producción de sonido y con cierta amalgama que se forjaba mezclando blues con música marroquí, celta o isabelina.
–¿Cuál te parece el mejor y cuál el peor disco de Zeppelin y por qué?
–No creo decir que el cuarto es el mejor disco de Zeppelin sea una cuestión personal. Creo que es el más compacto, donde el grupo llega al zenit de su sonido. Un disco sin altibajos, de temas contrastantes, muy diferenciados unos de otros. El riff de “Black dog”es tan complejo como demoledor, “The Battle of Evemore” es una canción de aires renacentistas de una intensidad lírica maravillosa, “When Levee breaks” es claramente un dique que se acaba de romper (esa canción es tremenda), más “Rock and roll”, “Stairway to heaven”… En lo personal no me gusta “Presence”. Me da la sensación de ser un disco forzado. Hay un retorno a un sonido más básico y primitivo (no hay teclados) por impulso del punk, pero no es un buen disco. Es verdad que los miembros del grupo la estaban pasando horrible en esos momentos, Muchos consideran que el último trabajo es lo más flojo que han hecho, pero entiendo que hay momentos excelentes como “Imgonna Crawl”, por ejemplo. Además, ahí sí fui contemporáneo y la compré ni bien salió; eso predispone el ánimo para apreciarla mejor.
–¿Qué importancia le das a Zeppelin en la historia del rock?
–Creo que pertenece al grupo de socios fundadores. No en el sentido de estar en los inicios pero si al menos, no diría de inventar –nadie inventa nada en medio del silencio universal– de consolidar un estilo y, si se quiere, agotarlo. Led Zeppelin llevó al blues (el del Delta y el eléctrico de Chicago) a una potencia y un ímpetu desconocidos. En ese aspecto entiendo que están en una suerte de Olimpo junto a los Rolling, The Who y Pink Floyd. Los Beatles ahí no cuentan. Juegan en otra liga, claro.
En foco
Por qué escuchamos a Led Zeppelin, de Luis Sagasti. Gourmet Musical. 120 páginas.